Los testigos de la agresión a Láinez describen un ataque por la espalda seguido de un ensañamiento. Declaran que la víctima cayó al suelo al primer impacto, no pudo defenderse y no llevaba navaja
MARTA GARÚ. HERALDO DE ARAGÓN.- Víctor Laínez, de 55 años, no estaba solo en el bar Tocadiscos en la madrugada del 8 de diciembre de 2017 cuando recibió una paliza de tal calibre que le costó la vida. En el pub de la calle Antonio Agustín, además del dueño del local y Rodrigo Lanza, había un grupo de cinco amigos, ajenos por completo a la víctima y al acusado, que fueron testigos involuntarios pero cruciales de lo ocurrido. Este miércoles volvieron a contar lo que vieron y recuerdan de aquella noche. Unos presenciaron la escena completa y otros partes de la misma, pero entre los cinco testimonios se puede tener una visión certera de lo que ocurrió.
En esta repetición del juicio, ante un nuevo jurado, nueva magistrada y nuevas acusaciones particulares, los jóvenes empezaron relatando que llegaron al bar con ganas de divertirse y bailar, después de haber estado cenando. Casi todos vieron a un «señor» sentado en una banqueta junto a la barra, tomando una cerveza y hablando con el camarero y dueño del bar. Junto a ellos había un grupo de cuatro personas, en el que había dos chicas y dos chicos, uno de ellos Rodrigo Lanza.
Este extremo lo saben perfectamente porque los cinco amigos se hicieron fotos y les pidieron a los otros que les sacaron algunas instantáneas. En ese momento no se lo imaginaban, pero esas imágenes servirían después para que la Policía identificara a Lanza como la persona que golpeó a Víctor Laínez. Su aspecto era muy distinto al que presenta ahora: «En el juicio anterior apenas lo reconocí», declaró uno.
El grupo estaba a lo suyo y no prestaba atención a lo que ocurría en el resto del bar. Por eso, de los cinco solo uno se fijó en que Lanza se acercaba a la barra y hablaba unos minutos con Laínez. Tampoco fueron conscientes de que por esa breve conversación se desencadenaría la tragedia.
«El acusado se acercó al que estaba en la barra. El señor estaba muy tranquilo. Me fijé porque fuimos varias veces a pedir», declaró el joven. Contó que, poco tiempo después, el grupo se marchó. Él no observó que Víctor Laínez fuera tras ellos ni el incidente que tuvieron entre las puertas de salida a la calle donde, según Lanza, le sacó una navaja. A fin de cuentas, estaban al fondo del bar y no prestaban todo el rato atención a la puerta.
«Pero, en un momento dado, el señor volvía caminando hacia la zona de baños(situados también al final del pub) y entonces le golpearon por detrás, dio como un giro y cayó al suelo desplomado mirando hacia la puerta de salida», contó al jurado. La víctima ya no se movió.
«El agresor siguió pegándole en la cara y la cabeza principalmente patadas y puñetazos. Creo que no se llegó a sentar encima pero estuvo dándole golpes sin límite y, para el último, cogió distancia y fuerza y le lanzó un patadón, como el golpe final», describió. Mientras tanto, la víctima permaneció inmóvil. «Vi que había un ensañamiento porque el otro no hacía nada. Como si estuviera inconsciente», manifestó.
«Todo fue muy rápido. El dueño salió de la barra gritándole ‘no, no, no’ y ¡para, para, que lo matas!», explicó otro de los jóvenes que, en el primer momento, pensó que Víctor Laínez se había caído de la banqueta, pues él no presenció el primer golpe por detrás. «Estábamos bailando, oí el ruido de la caída y al volverme lo vi en el suelo», afirmó. «Tras la última patada, se puso la capucha de la sudadera negra que llevaba y se fue tranquilamente», añadió.
Los jóvenes fueron a socorrer al herido, aunque solo se quedaron dos junto a él porque uno empezó a vomitar por la impresión y uno de sus colegas lo acompañó al baño. «Sangraba por toda la cara (ojos, boca, nariz). Tenía la cara reventada. Por detrás de la cabeza salía como gelatina. Me dio la sensación de que estaba dejando de respirar. Lo giramos para ayudarle, tenía espasmos y convulsiones», declaró. Llamaron a emergencias y cuando estaban esperando a la ambulancia sonó el teléfono y lo cogió. «Era una amiga y le dije que su amigo estaba bastante mal y que vinieran», señaló.
Dos de los cinco testigos afirmaron que estando en el bar, antes de que la Policía los sacara a todos a la calle y los sanitarios intentaban reanimar a Víctor Laínez, llegó un amigo del fallecido y estuvo unos minutos, de pie, junto a él, diciéndole: «No puedes irte así».
El abogado de Rodrigo Lanza interrogó a todos sobre la presencia de este amigo, pues en el otro juicio insinuó que pudo haber cogido y escondido la supuesta navaja con la que su cliente dice que lo amenazó. Pero todas las personas que vieron el ataque y acudieron a auxiliar a la víctima han coincidido en que no vieron ninguna navaja ni cuchillo ni antes, ni mientras ni después de la agresión, ni en los bolsillos de la ropa de la víctima –si que vieron todos los tirantes con la bandera española que vestía– ni en el suelo del bar donde prácticamente murió.
Lanza buscó abogados para presentarse ante la Policía
Rodrigo Lanza fue detenido el 11 de diciembre de 2017, tres días después de la agresión y el mismo que Víctor Laínez, que nunca recuperó la consciencia, murió en el Hospital Clínico. Su abogado, Endika Zulueta, trata de convencer al jurado de que su cliente no se entregó a la Policía porque creía que aquella noche no había hecho nada más que defenderse de un ataque con navaja y que a la otra persona, como mucho, le había roto la nariz.
El letrado, en su alegato inicial, dijo que, por esa razón, no trató de huir y que, cuando le llamó la Policía para que fuera a comisaría, lo primero que hizo fue intentar localizar a un abogado. Varios testigos, miembros de una asociación de derechos civiles, ratificaron ayer que se puso en contacto con ellos para que le buscaran un letrado. Un policía corroboró que cuando lo arrestaron les dijo que estaba haciendo gestiones para presentarse.
La letrada que lo asistió declaró que Lanza se echó a llorar al decirle que había muerto. La abogada tuvo un lapsus, criticado duramente por las acusaciones, al decir que a su cliente le leyeron los derechos por homicidio «imprudente», cuando realmente fue por homicidio doloso y delito de odio. Insistió en que le dijo que había sido en defensa propia.