El Mundo.- El órgano gubernamental Casa Rusa tiene un canal de Telegram en el que los ciudadanos rusos informan de sus problemas. «Llegaron a decirle a la camarera que la iban a violar».
En el restaurante de Nordin suena Spring’s song, la canción más conocida de Kvitka Cisiyk, una cantante ucraniana. En Las noches de Moscú (calle Marqués de Santa Ana, 37) la camarera ucraniana atiende llamadas telefónicas desdobladas en un teléfono de rueda y otro inalámbrico, los proveedores musitan buenos días cargados con el producto del día y los trabajadores miran de reojo el reloj al atravesar el umbral de la puerta. Fundado hace 40 años, es el restaurante ruso más antiguo de Madrid.
«Recibimos llamadas amenazantes. A ella le amenazaron con violarla», cuenta Nordin el acoso que sufren desde el inicio de la invasión de Ucrania. La camarera prefiere no decir demasiado sobre la situación de su país. Sus padres están «atrapados».
Nordin es de origen marroquí. El bar es propiedad de su mujer, nacida en Madrid y de ascendencia rusa, y él lo regenta. «Hay clientes que no vienen como si pensaran que así penalizan también a Putin. Lo que están haciendo es perjudicar a España». En medio de un conflicto internacional provocado por Rusia el restaurante ya no es tan ruso. La autenticidad les hace perder dinero. «Aquí servimos cerveza rusa producida en Alemania. Vodka producido por Osborne. Y el recetario abarca comida rusa, ucraniana, georgiana o moldava realizado con materias primas españolas».
Nordin calcula que las cenas, el momento del día más rentable para el restaurante, han bajado un 50%. «Siguen viniendo los clientes rusos. A lo mejor los españoles esperan que se produzcan peleas entre rusos y ucranianos aquí». También se encarga del restaurante Tatiana, en la plaza del 2 de mayo. «Hemos notado algo raro. El nombre suena a ruso. La gente ha dejado de ir. Ponemos comida fusión para nada rusa», aclara.
La carnicería donde Las noches de Moscú compra el género quita importancia a las consecuencias de la guerra. «Se va notando la crisis pero en general, por la subida de los precios», señala Juan, que despacha en Juan Cristóbal Aves y Caza. «El restaurante ruso sigue trabajando. Nos encargan productos. No hay tanta diferencia. Sufrimos un conglomerado de problemas».
«DECENAS DE CASOS AL DÍA»
La rusofobia está canalizada en la Casa Rusa, el instituto de la cultura, la ciencia y el deporte adscrito al Gobierno de Moscú con sede en la calle Alcalá. «Sólo de Madrid nos llegan decenas de casos al día», comenta Sergei Sarimov, su director. Habilitaron un canal de Telegram en el que los ciudadanos rusos comparten sus experiencias y reciben consejos. «Recibimos casos de bullying en colegios y amenazas. Muchos estudiantes que están estudiando programas dobles en España les han obligado a volver a Moscú. Otros compatriotas no pueden utilizar sus tarjetas de crédito. Tampoco hay vuelos directos a Rusia. Es una caza de brujas. En vez de brujos, son todos rusos».
Serguei evita relacionar la rusofobia con los bombardeos. Como si las sanciones y las actitudes injustificables de algunos ciudadanos al relacionarse con la comunidad rusa hubieran surgido de la nada. «No puedo hablar de política. No es mi papel. Es como si le preguntas a un chico de farmacia por física nuclear», se parapeta en el acuerdo de colaboración cultural firmado entre Rusia y España. «Muchas veces recomendamos ir directamente a la Policía a denunciar algunas de estas actitudes. Dentro de los próximos días pondremos a disposición de los compatriotas a un abogado ruso, que dará una charla online».
La Casa Rusa ha perdido colaboradores. Sus actos, desde el estallido de la guerra, dejaron de ser presenciales y están centrados en la defensa de la comunidad rusa española. «Centramos nuestra actividad en producciones telemáticas. Llegamos a organizar 200 eventos. Con los casos de amenazas tenemos que girar a la defensa de los derechos de nuestros compatriotas. Ahora no podemos trabajar con algunas universidades. Estoy seguro de que los lazos no se van a romper del todo».
NUEVOS RESTAURANTES UCRANIANOS
Rasputín (Yeseros, 2) cambió la descripción en Google. Ahora es «restaurante ucraniano». Como su dueño, Sergei, que llegó a Madrid desde Nueva York hace tres años. «Recibimos correos electrónicos y comentarios negativos de gente que ni si quiera ha venido. Google ya ha borrado algunos. En uno de los emails llegaron a decirme ‘vamos a mataros'», comenta por teléfono desde las cocinas del restaurante. No habla español. Sus padres volvieron a Ucrania días antes de que los acorazados rusos cruzaran la frontera oriental del país. «Si supiera lo que iba a pasar no les hubiera dejado volver».
Francisco, el cocinero, lleva trabajando 15 años en el restaurante. «La carta es la misma. No hay muchas diferencias. Hemos cambiado de descripción pero seguimos haciendo lo mismo». ¿Ha bajado la clientela? «Algo se ha notado. Los clientes habituales se lo piensan más ahora. Y la gente que no nos conoce pues no viene. Algunos sí saben quienes somos y continúan viniendo, pero no son tantos como antes».
Rusofobia suena extraño a los oídos de Cristina, jefa de la secretaría de la escuela de ruso en la Casa Rusia, la asociación civil que nació el mismo año que la catedral ortodoxa de Madrid. Organiza los cursos que imparten a niños y adultos. «He vivido en otros países y España es el que mejor acoge. No he percibido la rusofobia. No hemos tenido bajas en los cursos. Hemos tenido mucha ayuda de los alumnos. Nos consta que en otro países hubo altercados o pintadas en lugares como el nuestro pero por el momento no ha pasado nada».
Las noticias de la invasión le producían náuseas. «Intento no empaparme en todo momento de información. No puedo comprender que se castigue la cultura rusa. ¿Qué relación puede tener el museo ruso de Málaga con todo esto? Me entristece. Es el problema de difundir noticias falsas. Es muy fácil. Hay que tener mucho cuidado y equilibrio».
Cristina, licenciada en Lenguas modernas y literatura, Filología eslava y alemana y Traducción e interpretación, no tiene dudas: «Todos estamos condenando la guerra. Nuestra postura es la del padre Andrey. Entre nosotros hay compañeras ucranianas. Somos una familia. El idioma nos une y no nos separa. Cada uno de nosotros formamos parte de la comunidad».
Ninguna de las familias que han denunciado bullying han contestado a la llamada de este diario.