Solo un 12 % de las que llaman al teléfono de información a la mujer en Galicia superan los 65 años
M. MÉNDEZ. LA VOZ DE GALICIA.- «Apenas son un 15 %». Es el cálculo que hace Begoña Rivera, abogada del Centro de Información a la Mujer del Ayuntamiento de Coirós. Las mujeres que rebasan la barrera de los 65 años suponen una minoría dentro de las que acuden a la oficina para pedir asesoramiento. ¿Significa esto que son las que menos sufren el maltrato? «Nacieron y se criaron en una etapa en la que eran dominadas, primero por el padre y después por el marido. Tras décadas así, muchas interiorizan este rol», razona la abogada. La falta de formación y de información las mantiene en un discreto, incluso invisible, segundo plano.
El Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, dependiente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), acaba de publicar su último balance anual. Las denuncias crecieron un 13 % en el 2017 en los juzgados gallegos. Fueron un total de 6.436. Para tener una información detallada sobre las edades de cada una, hay que recurrir al Instituto Nacional de Estadística (INE). La Xunta también dispone de clasificaciones propias. Según los datos recopilados por la Vicepresidencia, solo un 3,5 % de las que contaron con una orden de protección en el 2017 sobrepasan la edad de jubilación. Unas 52 de las 1.651 órdenes dictadas. La gran mayoría, 1.240, fueron para mujeres de entre 25 y 54 años. «As estatísticas unicamente reflicten que as que están neste rango de idade son máis permeables ao acceso aos recursos de apoio e, polo tanto, están en mellor disposición para decidirse a denunciar», apunta la secretaria xeral de Igualdade, Susana López Abella.
COMO LAS ADOLESCENTES
Llaman la atención los datos que se refieren a las que marcan el teléfono de información a la mujer en Galicia. Un acto más discreto. Unas 531 mayores de 65 años lo hicieron el año pasado. El porcentaje crece aquí y es del 12 %. «As mulleres maiores, paradoxalmente igual que as máis novas, aínda que por motivos diferentes, teñen máis dificultades para identificar a violencia machista», opina López Abella. Una visión que comparte Ana Saavedra, de la asociación Mirabal. «Te cuentan su historia y te preguntan: “Ti cres que é normal?”. Necesitan que alguien les diga que eso es maltrato».
EL PROBLEMA ECONÓMICO
Mónica Antelo, profesora del máster de Gerontología de la USC, está convencida de que se trata de un «problema de dependencia económica. La mayoría nunca cotizaron, eran amas de casa. Si se separan, se quedan con una pensión no contributiva. Si todas tuvieran una nómina, sería muy distinto», asegura. «En el campo llevan trabajando toda la vida. pero la explotación familiar casi nunca está a su nombre», añade Begoña Rivera.
ALERTA ROJA EN EL RURAL
El CGPJ pone el acento en los municipios más pequeños. Registran un mayor número de feminicidios. «Nos confundimos si asociamos la violencia machista a un estrato social concreto», cree Mónica Antelo. La transversalidad de esta lacra no entiende de clases ni de edades. No así la disposición a denunciar los malos tratos. «Hay que mejorar los mecanismos de detección en edades avanzadas. Desde médicos a policía juegan un papel fundamental», afirma. Ana Saavedra añade los centros de mayores como punto de encuentro para llegar a ellas. Van a recurrir a ellos, anticipan, antes que a un centro de ayuda a la mujer.
Romper con décadas de educación machista no es un trabajo sencillo. «Hai 30 ou 40 anos estas mulleres casaban para toda a vida, tiñan o peso e a responsabilidade de manter a unidade familiar», explica la secretaria xeral de Igualdade, Susana López Abella. Aún encima, añade, «non posúen máis ingresos que os derivados do agresor, xeralmente o cónxuxe».
López Abella es consciente de que hay que trabajar en mejorar los canales para destapar las agresiones: «O 99,9 % das vítimas que teñen máis de 65 anos acoden ao seu médico de atención primaria. Ben por unha patoloxía propia da súa idade ou ben porque teñen un cadro de estrés, unha depresión, ansiedade. Hai que incidir na formación dos sanitarios para detectar un posible caso de violencia machista». Pero las instituciones públicas tienen que ir más allá: «O que está claro é que as que contan con apoio na súa contorna conseguen rachar con máis facilidade coa situación de violencia».
El grueso de las mujeres a las que ofrece su ayuda la asociación Mirabal de Betanzos provienen del entorno rural de la comarca. Dos de los últimos casos que ha atendido Ana Saavedra, su promotora, fueron de mujeres mayores. «No es lo habitual, y las dos denunciaron», avanza. «No es que no exista el maltrato en estas edades, es que ellas no se identifican como maltratadas, no se ven en el patrón de víctimas. Es algo cultural», argumenta la especialista.
Los micromachismos, continúa, «están muy arraigados: hoy los han heredado hasta las generaciones más jóvenes». La presión familiar, denuncia también, no ayuda: «Si no tienen el apoyo de los hijos, se ven solas. Y eso sucede muchas veces. Lo que ellos piensen se impone». Ocurre cuando los hijos interiorizan lo que han visto en casa y tampoco quieren alterar su vida.
Sentirse señalada
El miedo al sambenito de maltratada también condiciona: «No quieren que les cuelguen ese cartel». Por un lado, explica, «se ven reflejadas, pero, por otro, rehúyen de ese estigma». Algo que solo se solventa, insiste, «con educación y formación».