La violencia del ácido

| 12 febrero, 2020

Las víctimas de ataques con ácido no encuentran consuelo ni justicia en Irán. Las agresiones, que en el país suponen más de cien al año, se perpetran por celos, venganza, envidia y, en la mayoría de casos, misoginia. Arezu fue atacada por su tía con 8 años. Mohsen, por un compañero de trabajo

MARINA VILLÉN. EFE / EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.- Arezu tiene el rostro desfigurado. Cuando tenía 8 años, su tía le arrojó ácido por celos. A ella, a su madre y a sus dos hermanas. Pasado el sufrimiento físico, descubrió otro dolor mayor: la mirada de la gente. Las víctimas de ataques con ácido no encuentran consuelo ni justicia en Irán. La cirugía no les devuelve su piel ni su vida. No se reconocen en el espejo ni aceptan su nueva situación. Se encierran en casa por el rechazo social y apenas sienten el apoyo de las autoridades.

«La directora de la escuela no me dejaba ir al patio o estar junto a los otros estudiantes, decía que los niños se asustaban», cuenta Arezu Hashemineyad, que ahora tiene 17 años. La mirada de los demás ahora es diferente: «es de pena o de espanto, y eso es muy difícil de digerir». Pero la determinación de su padre para que llevara una vida normal dio sus frutos. Protestó ante el Ministerio de Educación y la directora fue expulsada. Su hija pudo seguir acudiendo a la escuela y formándose, aunque no todos tienen esa suerte. «Es posible que se encierren y no salgan de casa porque de repente cuando se miran en el espejo se enfrentan a un cambio negativo al cien por cien y muchos rechazan ir a la calle o a su trabajo», cuenta Kamal Forutan, director y cofundador de la Asociación de Apoyo a Víctimas de Ataques con Ácido.PUBLICIDAD

Forutan, un médico especialista en cirugía plástica que fundó esta oenegéinde pendiente hace tres años y medio junto a un cineasta, un periodista y varios abogados, calcula que en los últimos diez años ha habido en Irán entre 600 y 800 personas víctimas de ataques con ácido. No existe un registro oficial, pero la percepción social es que estos ataques van en aumento. El 80% de las víctimas son mujeres de clases desfavorecidas.

LA MUJER COMO PROPIEDAD

Una chica que ha rechazado a un pretendiente, una mujer que ha querido divorciarse, una infidelidad o cualquier problema dentro del matrimonio puede desencadenar esta venganza cruel y devastadora. «La mayoría de los casos se deben a rencillas familiares y al sentimiento de que la mujer es propiedad del hombre», denuncia Forutan. El patrón de víctimas se ve influido en Irán por el hecho de que las mujeres dependen del hombre. Mientras son menores de edad del padre y, una vez casadas, del marido, que ostenta la custodia de los vástagos mayores de 7 años y puede divorciarse con mucha más facilidad. También debe dar su consentimiento para una miríada de asuntos, como obtener el pasaporte o trabajar.

Los celos, sin embargo, no siempre son del hombre hacia la mujer. En el caso de Arezu, su tía guardaba un gran rencor por la buena relación que tenían los padres de la joven. Ella no era feliz en su matrimonio. «De madrugada, estábamos dormidos y me desperté al escuchar ruidos y gritos. Vi que mi madre estaba duchando a mis hermanas en el baño, pero me dormí otra vez porque estaba cansada y no sabía qué había pasado… en ese momento me echó ácido a mí», cuenta con dolor la joven, que ahora se está formando como peluquera.

Sintió «una profunda sensación de ardor» pero no comprendía lo que le ocurría, era muy pequeña. Los primeros médicos que las atendieron no distinguieron que se trataba de ácido y tardaron dos días en confirmarlo. Junto a su madre, fue la más afectada por el ataque, mientras que sus dos hermanas, una de ellas un bebé, sufrieron heridas menores.

97 OPERACIONES

En ocasiones, este tipo de violencia trasciende al ámbito familiar. Mohsen Mortazaví fue atacado por un compañero de trabajo que estaba celoso de sus éxitos profesionales y personales. El agresor le arrojó ácido en la cocina de la oficina y lo apuñaló en reiteradas ocasiones. «Al principio creí que me había echado agua como una broma, pero luego sentí una quemadura extraña en mi rostro, mis ojos, mi cuello y en todo mi cuerpo, y mis ropas empezaron a deshacerse. La quemadura del ácido era tan fuerte que ni siquiera sentí el dolor del cuchillo ni que estaba siendo apuñalado, era como si me hubiese caído en una hoguera», explica Mortazaví, quien ha tenido que someterse ya a 97 operaciones quirúrgicas.

Todo su cuerpo está afectado ya que al ser también apuñalado cayó varias veces sobre el ácido esparcido en el suelo. Pasó cuatro meses en coma. Cuando fue atacado pesaba 120 kilos y se quedó en 50. «Cuando me dieron el alta estuve durante un año entero en cama en mi casa. No podía caminar porque todos los nervios de mis piernas estaban afectados». Siete años después sigue tartamudeando, «un regalo del coma», dice. Le molesta el rostro con el calor del verano o la espalda de estar sentado conduciendo, lo que fomenta la aparición de úlceras: «La duración del tratamiento es normalmente hasta el final de nuestras vidas», subraya con amargura.

La mayoría de las víctimas operadas por Forutan –que lo hace de gratuitamente– necesita un centenar de intervenciones, pero «de ningún modo se logra que vuelvan a ser como antes», advierte. «Son quemaduras de tercer grado, el ácido profundiza en la piel y elimina todas sus capas llegando hasta los huesos».

En ocasiones provoca ceguera. La cirugía les ayuda a recuperar ciertas funciones como abrir y cerrar la boca o los párpados. «Los pacientes necesitan un gran número de cirugías. Sus operaciones no son de estética sino reconstructivas, para que las víctimas puedan presentarse ante la sociedad y que tanto esta como sus padres, mujeres e hijos puedan aceptar y soportar su aspecto», señala con crudeza el cirujano.

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