El Salto.- Uno de los peores legados de la humanidad, pavoneándose enfrente del edificio donde reposan las grandes personalidades de la República francesa. Unos 200 militantes de ultraderecha se concentraron el pasado viernes enfrente del Panteón en París. Saludos nazis, proclamas de “franceses, despertad, estáis en vuestra casa”, insultos contra periodistas, la policía y los migrantes… Vertieron su bilis xenófoba con el pretexto de que pedían “Justicia para Thomas”. La trágica muerte de ese adolescente, de 15 años, —le arrebataron la vida el 16 de noviembre apuñalándole en una pelea al final de una fiesta en el pueblo de Crépol— ha propiciado que en las últimas semanas proliferen las protestas de los sectores más radicales de la extrema derecha.
Como resulta habitual en Francia, la ultraderecha aprovechó ese suceso para difundir su ideología xenófoba y convertirlo en un ejemplo de un fantasmeado racismo contra los blancos, algo que ha descartado la investigación policial. La más inquietante de estas protestas ocurrió el 25 de noviembre en el barrio de la Monnaie en Romains-sur-Isère, una pequeña localidad de unos 30.000 habitantes en el sudeste de Francia. Centenares de militantes ultras, procedentes de distintos puntos del territorio galo, se reunieron armados con bates de béisbol, fuegos de artificio o botes de gasolina en ese distrito multicultural, de donde procedían varios de los jóvenes que participaron en la pelea en que murió Thomas.
La intervención de las fuerzas de seguridad evitó que esa protesta desembocara en una batalla campal. A pesar de ello, cuatro jóvenes de la Monnaie resultaron agredidos por los manifestantes y uno de los ultras recibió una paliza por parte de los habitantes del barrio. Esa manifestación en Romains-sur-Isère no fue un caso aislado. París, Lyon, Niza… Es larga la lista de ciudades en que la extrema derecha organizó concentraciones en los últimos días. Estas manifestaciones han generado preocupación en los medios franceses —aunque algunos hacen la vista gorda—, tras un año marcado por la violencia ultra.
“Cada vez más aceptada por la sociedad”
“Esta violencia de la extrema derecha aumenta y está cada vez más aceptada por la sociedad”, explica el sociólogo Emmanuel Casajus, autor del libro Style et violence dans l’extrême-droite radicale. Este experto sobre estos grupúsculos menciona como uno de los episodios más graves el acoso ultra que sufrió el alcalde de Saint-Brevin, Yannick Morez. Después de haber aceptado la presencia en su localidad (en el noroeste de Francia) de un centro de acogida de refugiados, a ese edil le quemaron en mayo dos de sus vehículos. Su domicilio sufrió un incendio tras haber sido atacado con cócteles molotov. Al final, dimitió tras recibir un apoyo más bien tibio por parte del Ejecutivo de Emmanuel Macron.
“Hay una nueva generación de jóvenes militantes quienes consideran que sus predecesores —por ejemplo, el grupo de agitprop Generación Identitaria (GI)— eran demasiado blandengues y apuestan claramente por la acción violenta”, sostiene Casajus. Esta dinámica ya tuvo consecuencias trágicas en marzo del año pasado con el asesinato de Federico Martín Aramburu. A ese ex jugador de rugby argentino le arrebataron la vida en una pelea con simpatizantes ultras en un bar en el Barrio Latino de París.
Francia concentra las detenciones en Europa de los militantes de extrema derecha: 16 en 2022 (el 35% en todo el Viejo Continente) y 29 en 2021 (el 45%)
Desde 2017, hasta 13 proyectos de atentados por parte de grupúsculos de ultraderecha han sido desmantelados en Francia. Aunque estas cifras resultan inferiores a las del yihadismo —41 atentados evitados —, el país vecino concentra buena parte de las detenciones en Europa de los militantes de los sectores más radicales de la extrema derecha: 16 en 2022 (el 35% en todo el Viejo Continente) y 29 en 2021 (el 45%).
“Los servicios de inteligencia están preocupados por posibles acciones terroristas por parte de la ultraderecha”, explica el politólogo Jean-Yves Camus. “Lo más preocupante es la acumulación de armas. Cuando hay detenciones, la policía requisa cantidades importantes de armamento y munición”, alerta el director del Observatorio de radicalidades políticas de la Fundación Jean-Jaurès, afín al Partido Socialista.
La ilegalización de Generación Indentitaria hace dos años contribuyó a la dispersión de estas organizaciones. Ahora son más pequeñas, pero están presentes en buena parte del territorio, tanto en las grandes ciudades como las pequeñas. “Hay grupos en todas las regiones”, reconoce Camus. Uno de los laboratorios de estos grupúsculos es Lyon, una ciudad históricamente de centroizquierda pero que cuenta con todo un espectro de las distintas familias de la extrema derecha. El 11 de noviembre, en el centro histórico de esa ciudad, unos 50 ultras atacaron con barras de hierro y fuegos de artificio una conferencia sobre Palestina y obligaron a los participantes en ese acto a encerrarse en modo barricada a la espera de que llegara la policía.
Acoso en las calles, en redes y por teléfono
“Hay una presencia en la calle de la extrema derecha mucho más importante que hace 20 años. En Lyon las agresiones resultan habituales y aquí los militantes de izquierdas tienen miedo de dispersarse solos cuando se encuentran para participar en manifestaciones o reuniones públicas”, explica Usul, un famoso youtuber de izquierdas que reside en la tercera localidad del país. Este creador de contenido sufre en sus propias carnes el acoso ultra: “Lo peor es cuando me siguen por la calle, no puedo tener una vida normal”. Miembros de Acción Francesa (monárquicos y reaccionarios) lo atacaron con harina después de que hiciera un video crítico sobre Napoleón. A ello se le suma el acoso en las redes sociales o los intentos de pirateo.
“Yo mismo he sido objeto de dos intentos de asesinato. Uno de sus impulsores fue condenado a 9 años de prisión y otro a 18 años. Uno de nuestros amigos vio cómo incendiaban su domicilio, diez de nosotros viven bajo las amenazas de muerte y tres de ellos fueron agredidos en la calle”, advertía el pasado sábado Jean-Luc Mélenchon en una entrevista en la emisora de radio France Inter. “También hay el acoso telefónico, que hizo que uno de nosotros tuviera que cambiar tres veces de número”, añadía el líder de la Francia Insumisa (afines a Sumar y Podemos), que representa una de las principales dianas de los ultras.
Los modos de acción de estos grupúsculos se caracterizan por su variedad. Disponen de varios grupos de Telegram, como uno llamado Affiche ton antifa (Señala a tu antifascista), en que difunden las coordenadas personales de políticos, activistas o periodistas. “Antes se llamaba FR Deter y cuando lo suprimieron, crearon este nuevo grupo. Se trata de gente que reivindica el uso de la violencia”, explica Back Two (seudónimo), integrante de la Acción antifascista de Lille e infiltrado en esta fachoesfera en Telegram. Incluso este mismo colaborador de El Salto ha sufrido episodios puntuales de acoso telefónico tras haber sido señalado en uno de ellos.
La extrema derecha intenta, además, censurar coloquios en las universidades a través de su sindicato la Cocarde. Las facultades se han convertido en uno de sus lugares de acción predilectos tras la candidatura en las presidenciales del año pasado de Éric Zemmour, cuya base militante era mayoritariamente joven y muy masculina. La ultraderecha cometió al menos 26 acciones violentas en universidades entre febrero de 2022 y marzo de este año, según el digital Mediapart. También lleva a cabo el review bombing, es decir, poner malas críticas de manera deliberada contra películas cuya temática, como la violencia policial, le repugna. Ha llegado a propiciar el fracaso comercial de filmes elogiados por la crítica especializada, como Rodéo o más recientemente Avant que les flammes ne s’éteignent.
La equidistancia del Gobierno de Macron
“Nuestros dirigentes han preferido mirar a otro lado. Sus prioridades evidencian su indiferencia ante el peligro”, lamentaba la semana pasada en un editorial el periodista de izquierdas Edwy Plenel. Contra las cuerdas en la primera mitad del año por las multitudinarias protestas sindicales contra la reforma de las pensiones y por la revuelta en las “banlieues”, el Gobierno de Macron miró a otro lado ante esta proliferación de las acciones ultras. Mientras el ministro del Interior, Gérald Darmanin, no se mordió la lengua a la hora de denigrar la izquierda hablando de “terrorismo intelectual de extrema izquierda” o “ecoterrorismo” en referencia al movimiento Levantamientos de la Tierra, mantuvo una posición más prudente al denunciar la violencia ultraderechista. Básicamente, apostó por la equidistancia.
Ante las críticas de ser demasiado permisivo y poner en el mismo saco la ultraderecha violenta y las organizaciones de la “ultraizquierda” —un término forjado por el lepenismo, pero cada vez más utilizado por el macronismo—, el Ejecutivo se defiende asegurando que desde 2017 ha ilegalizado varias asociaciones de extrema derecha, como Generación Identitaria o recientemente la División Martel. Estas disoluciones forman parte de una política poco efectiva, pero destinada a contentar a la opinión pública. De hecho, con hasta 37 disoluciones de organizaciones islamistas, ultraderechistas, izquierdistas o ecologistas, Macron es el presidente en la historia de la V República que ha ilegalizado más grupos.
“Las disoluciones no resultan demasiado eficaces”, lamenta Casajus. Según Camus, “afectan a los recursos económicos de estos grupos al privarles de sus locales o impedirles que impriman y vendan sus panfletos”. Pero no evitan que se reconstituyan con un nuevo nombre ante un seguimiento insuficiente por parte de los servicios de inteligencia y unas sanciones penales poco severas en esos casos. Así sucedió con Generación Identitaria, que se ha recompuesto bajo el nombre de los Natifs y continúa actuando como si nada.
Sus miembros, además, suelen reconvertirse en militantes o cuadros de los partidos de extrema derecha, como Reconquista de Zemmour (7% en las últimas presidenciales) o la Reagrupación Nacional (23%). Aunque el partido de Marine Le Pen rompió oficialmente con estos grupos después de que ella reemplazara en 2011 a su padre al frente de la formación —incluso presentó una propuesta de ley pidiendo la ilegalización de todas las organizaciones violentas—, cuenta en sus filas a varias personas que se formaron políticamente en esos grupúsculos. El digital Street Press, uno de los que mejor informa sobre este tema, reveló la semana pasada que el grupo de la RN en la Asamblea Nacional cuenta con al menos una decena de asistentes parlamentarios procedentes de estos círculos.
El avance de la xenofobia y el ultranacionalismo en la batalla de las ideas en Francia —la actividad política gala está marcada en estos momentos por el debate parlamentario sobre una dura ley migratoria— ha favorecido la banalización de la violencia ultra. Coexisten aquella extrema derecha que se ha puesto corbata y se ha asentado en los platós de radio y televisión con los latidos en la calle de sus sectores más radicales. Representan las dos caras de un mismo espacio político con un único objetivo: sembrar la discordia y dividir a las clases populares para imponer su neoliberalismo racista.