ANNA I. LÓPEZ. LEVANTE-EMV.- En 1930 Ortega y Gasset escribió «España es el problema, Europa es la solución». Hoy sabemos que éste tampoco es el caso: Europa también es parte del problema. Desde las instituciones instaladas en Bruselas, el corazón de la plutocracia europea, deben partir las soluciones si es que de verdad aspiramos a convertirnos en una comunidad de intereses y valores comunes. Pero para conseguirlo los diferentes estados deben renunciar a políticas cortoplacistas de gobiernos obcecados por los índices de popularidad y a tropismos propios de viejos estados nación, como ha revelado la negligente colaboración entre distintos servicios de inteligencia en el último atentado de Bruselas. La política deshumanizadora aprobada recientemente para gestionar el flujo de refugiados es, sin embargo, un claro ejemplo de que la Unión Europea camina en otro sentido, asumiendo sin disimulo la agenda de la extrema derecha.
Con este nuevo rumbo de los dirigentes europeos y con la amenaza permanente de los atentados yihadistas, los radicales de extrema derecha «con traje de chaqueta» han conseguido la normalización definitiva de una ideología que rompe con la idea de una Europa unida, criminalizando la inmigración y diluyendo cualquier atisbo de integración. Tanto Alain de Benoist, principal ideólogo de la nueva derecha francesa, como Ernesto Milà en España, aprovechan el yihadismo salafista para crecer en militantes „especialmente a través de las redes sociales„, influir en la opinión pública y contaminar la agenda gubernamental. Este populismo que ha identificado a su chivo expiatorio y se instala en la cultura política de una sociedad es un arma de doble filo. A priori se trata de una receta simple para problemas complejos que los dirigentes políticos prescriben para calmar a la ciudadanía, pero a medio plazo el cataplasma puede ser más peligroso si lograr alcanzar el poder.
Los totalitarismos del siglo pasado nos dejaron una lección que parece borrada ya de nuestra memoria, especialmente en estos tiempos de crisis. Se ha podido comprobar en las últimas elecciones regionales alemanas, en las que el partido xenófobo Alternativa por Alemania atesoró el voto protesta contra Merkel y su política de puertas abiertas a los refugiados de Siria. La amenaza se extiende a cada país de la UE, desde el Jobbik de Hungría „autodefinido como partido radical, conservador, cristiano, patriota y homófobo„ hasta Italia, donde Casa Pound y Forza Nuova aparecen a diario en los telediarios, protagonizan debates y tienen sus propias asociaciones y ONGs para conectar con la sociedad civil. Una estrategia imitada por formaciones españolas como España 2000.
El aislamiento profiláctico del extremismo ya es historia. Su irrupción y normalización en la escena política, en manifestaciones contra del Islam o su presencia en los estadios de fútbol evidencian que la Europa culturalmente heredera de la democracia ateniense, el derecho romano, la ilustración francesa y el socialismo reformista alemán no ha enterrado a la Europa xenófoba del totalitarismo fascista. El desafío cultural, político y normativo es complejo, aunque también es cierto que de momentos más críticos ha nacido la Europa más unida.