La masiva llegada de migrantes abre una brecha entre los partidarios de una acogida generosa y los más reticentes que se refleja en un profundo cambio del escenario político
LUIS DONCEL. EL PAÍS.- Basta con una visita al Parlamento de Baden-Württemberg, uno de los Estados más ricos e importantes de Alemania, para comprender lo mucho que ha cambiado este país en muy poco tiempo. La primera novedad se encuentra en el despacho más noble de la institución. El nombramiento de Muhterem Aras como presidenta del Parlamento supuso en mayo un triple hito: nunca antes una mujer, musulmana e hija de inmigrantes había llegado tan alto en la política del país.
Al mismo tiempo, este edificio del centro de Stuttgart ofrece la otra cara de la nueva Alemania. Unos carteles indican dónde se reúnen los 23 diputados de Alternativa para Alemania (AfD) elegidos en las elecciones regionales de marzo. Incluso aquí, un Estado donde el paro no llega al 4%, los populistas ultraconservadores aterrizaron con fuerza gracias a su rechazo a los refugiados.
Aras ha vivido en sus propias carnes los vientos de polarización que soplan en Alemania. Durante la sesión de investidura, el grupo de AfD se negó a aplaudirla, una norma básica de cortesía que hasta entonces todos respetaban. Y una de sus diputadas calificó el nombramiento de esta experta en finanzas que vivió en Turquía hasta los 12 años como una provocación y una muestra de la “islamización” del país. Aras cree que estas declaraciones se sitúan “al margen de la Constitución”, pero evita la polémica.
Esta dirigente de Los Verdes prefiere hablar de la reacción mayoritariamente positiva que ha encontrado. “Un 15% de los ciudadanos votaron a AfD, sí. Pero estoy convencida de que no todos son populistas de derechas. En mi circunscripción obtuve el 42% de los votos, el mejor resultado de todo el Estado. Esa es la prueba de que hemos recorrido un camino muy largo hacia una sociedad tolerante”, señala desde su luminoso despacho.
Un largo camino
El camino del que habla ha sido quizás para ella más largo que para nadie. Hace poco pudo recordarlo gracias a un correo electrónico. Le escribía un desconocido para felicitarle, y le contaba que los padres de ambos eran vecinos en Turquía. “Me decía que quién podía imaginar que los hijos de dos familias de campesinos kurdos de un pequeño pueblo de Anatolia acabarían donde estamos. Él como profesor en la Universidad de Bremen, y yo como la segunda mayor autoridad del Estado. Me emocionó tanto que no pude contener las lágrimas”.
La crisis migratoria ha exacerbado las diferencias en Alemania. A un lado, los que se sienten a gusto en un país abierto al mundo. Al otro, los que ven en los extranjeros una amenaza. Solo así se explica que en las elecciones de Baden-Württemberg, un Estado tradicionalmente conservador, arrasara el líder verde Winfried Kretschmann. Este defendía “la cara amable” que la canciller Angela Merkel quería ofrecer entonces a los refugiados; y la defendía con más convicción que la mayoría de compañeros de partido de la líder democristiana.
Y solo así se explica que AfD escalara al tercer puesto, por encima incluso de los socialdemócratas. La vertiente más radical de estos sectores se palpa en la ciudad oriental de Dresde, cuna del movimiento islamófobo Pegida, que acaba de anunciar la creación de un partido. Cada lunes se manifiestan con gritos como “Merkel fuera” o “prensa mentirosa”. Hace unos meses, unos asistentes acudieron con un cadalso con el nombre de la canciller, a la que tachan de “traidora al pueblo”.
La politóloga Gesine Schwan destaca que la mayor parte de los votos de AfD no proceden de las capas más pobres de la sociedad, sino de clases medias temerosas de perder lo que han logrado. “No es un bloque homogéneo. Entre ellos hay mucha decepción y miedo. Pero también una impresión, seguramente justificada, de que el Gobierno no ha articulado una política coherente de refugiados”, añade esta excandidata socialdemócrata a la presidencia federal.
La creciente distancia entre una y otra Alemania queda patente en diversos estudios. Un informe oficial contabilizaba en 2015 1.408 ataques de extrema derecha; entre ellos, 75 incendios a centros de refugiados. La violencia de extrema izquierda también ha aumentado. El ministro del Interior, Thomas de Maizière, alerta del riesgo del surgimiento de “estructuras terroristas” de ultraderecha. “La agitación xenófoba ha alcanzado el corazón de nuestra sociedad”, dijo hace un mes.
¿Qué siente Aras, que hasta los 12 años no hablaba una palabra de alemán, ni había visto a una mujer conducir un coche y es hija de una mujer analfabeta, al ver a las niñas sirias o iraquíes de esa edad que hoy llegan a Alemania? ¿Les recibirá un país más abierto que el que ella se encontró? “La sociedad está hoy mejor preparada. Tenemos pedagogos, cursos de integración… Pero creo que no es bueno alargar esos periodos de adaptación. Yo solo tenía dos o tres horas adicionales de alemán a la semana”, responde echando la vista atrás.
La recién elegida presidenta del Parlamento reconoce la doble suerte de haber tenido una familia que la animó a estudiar y a integrarse; y de haber dado con una sociedad que la recibió con los brazos abiertos. “Ahora nos enfrentamos a un reto colectivo que también puede convertirse en un gran potencial si sabemos aprovecharlo. La gente que encuentre aquí la oportunidad de ganarse la vida, como le ocurrió a mi familia, estará increíblemente agradecida”, concluye.