La crisis de refugiados vuelve a poner en evidencia el auge de partidos xenófobos. El fascismo ha sabido reinventarse y rearmar un discurso que trata de ocupar espacios tradicionales de la izquierda como la lucha por derechos o el Estado del bienestar
ALEJANDRO TORRÚS. PÚBLICO.- En las calles de Kemi, ciudad del norte de Finlandia, es frecuente encontrar patrullas de jóvenes vestidos con bombers negras y una bandera finlandesa en el rostro. Se hacen llamar llamar los ‘Soldados de Odín’ y dicen que tratan de proteger a los finlandeses de los «invasores musulmanes». El Partido de los Auténticos Finlandeses, que sostiene al Gobierno y ocupa la cartera de Exteriores, ha mostrado su apoyo a la iniciativa. En Alemania crece con fuerza, hasta el punto de ser el tercero en las encuestas, el partido Alternativ fuer Deutschland (AfD), cuya líder Frauke Petry, ha instado a la Policía alemana a disparar contra los inmigrantes que intentan entrar de forma ilegal en el país.
En Dinamarca, los liberales gobiernan en minoría absoluta (solo 34 diputados de 179) y dependen de los diputados del xenófobo Partido Popular Danés (DF) para sacar adelante su programa de gobierno. De hecho, nada más llegar al poder, los liberales advirtieron a Alemania de que impondría de «nuevos controles en zonas fronterizas». En Suecia, el partido antiinmigración de Demócratas Suecos entró por primera vez en el Parlamento sueco en 2010, en las legislativas de 2014 se convirtió en el tercer partido y un sondeo de agosto de 2015 llegó a situarles como primera fuerza con el 25,2% de los votos.
La lista sigue y se extiende por todo el norte y el este de Europa. En Austria, paso obligado de los refugiados de Oriente Medio para alcanzar Alemania, los ultraderechistas del FPÖ ganaron terreno a los socialdemócratas. En Holanda, el líder del Partido de la Libertad, distribuyó hace unas semanas falsos botes de gases lacrimógenos entre mujeres, asegurando que debían utilizarlas para defenderse de «las bombas de testosterona islámicas».
¿Qué está sucediendo en Europa? ¿Estamos ante partidos fascistas? ¿Se trata de un fenómeno diferente o el mismo lobo con diferente piel? ¿Qué proyecto tienen para Europa? ¿Quién les vota?
Urbán, de hecho, señala que en la extrema derecha europea hay tres familias diferentes. La primera, sería la que sí se podría calificar como neofascista, que englobaría a Amanecer Dorado en Grecia o Jobbik en Hungría); por otro lado, la derecha radical-conservadora, que supone una radicalización o vuelta al pasado en concepciones asociadas al conservadurismo moral y religioso y cuyo principal exponente sería el partido Ley y Justicia de Polonia. Por último, nos encontraríamos con los partidos que verdaderamente están creciendo en Europa, como el Frente Nacional de Le Pen o los mencionados al inicio de este texto, que Urbán califica de «nacional-populistas xenófobos».
«Han sabido readaptarse y reconventirse en partido protesta, ‘antiestablishment’ y han sabido dar la vuelta a espacios tradicionales de la izquierda como la lucha por los derechos. Ellos plantean que los derechos sociales están en peligro por culturas que no tienen una concepción de libertad como la nuestra. Mientras que el fascismo tradicional era expansivo, quería ampliar fronteras porque era superior genéticamente, éste plantea un nacionalismo interior, un agente externo con una cultura diferente amenaza la cultura autóctona. La idea de Europa como fortaleza», explica el eurodiputado.
Xavier Casals, doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y experto en ultraderecha, extremismo y democracia utiliza para este último grupo la etiqueta de«nacional-populismo». «Invocan al pueblo llano y sano contra las élites, que han secuestrado la democracia, los derechos, etc. Pero entre el populismo de izquierdas y el populismo de extrema derecha hay un matiz importante: la xenofobia. No sólo están contra las élites porque han secuestrado derechos sino por haber alimentado la inmigración y la cesión de soberanía. Por decirlo de algún modo, por ser el partido del extranjero, explica en conversación telefónica con Público Xavier Casals, que matiza que no se trata de un retorno del fascismo y sí ante una derecha «que abandona el discurso racial y pone el énfasis en la diferencia cultural y en el
¿Crisis = Extrema derecha?
Del mismo modo que no se puede caer en el simplismo de calificar como fascista todo movimiento de extrema derecha, tampoco se debe caer en la simplista ecuación de creer que el auge de los extremismos se debe única y exclusivamente a la crisis económica que afecta a Europa o a las políticas de austeridad impulsadas desde la Unión. En este sentido, Xavier Casals recurre a los resultados de las elecciones europeas de 2014 para desmontar la afirmación de que la precariedad lleva a la extrema derecha.
«Si siguiéramos la ortodoxia de que a más crisis, más extrema derecha, estos partidos deberían estar más implantados en el Sur de Europa. Sin embargo, en las europeas de 2014 la extrema derecha creció en Francia, Gran Bretaña, Dinamarca, Austria. En estos países llegó al 20% de voto. ¿Dónde no está presente en las instituciones? Portugal, España, Chipre, Irlanda y en Grecia, salvo los votos de Amanecer Dorado«, explica el doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, que señala que el auge de la extrema derecha, por tanto, está relacionada «con dinámicas internacionales, pero sobre todo, con factores locales».
El único paralelismo, de hecho, que se puede obtener de este análisis es que en los países del sur de Europa, junto a los rescatados, la crisis ha despertado un «populismo de izquierdas», mientras que en los países más ricos han significado un auge de la extrema derecha.
¿Qué factores provocan su auge?
Entre los múltiples y diferentes factores que han permitido la consolidación y el auge de estos partidos, el politólogo Daniel Oesch utiliza tres tipos de factores tras analizar los casos de Austria, Bélgica, Francia, Noruega y Suiza. Por un lado, estarían los factores de naturaleza económica y que tienen que ver con la competencia que ejercen los inmigrantes en el mercado de trabajo y el temor de que ésta cree una presión salarial a la baja y que absorban las prestaciones del Estado del Bienestar. Por otro, los factores culturales, que están asociados a la percepción de la inmigración como una amenaza a la identidad del país y que conducen a defender a una sociedad cerrada y, por último, un tercer grupo de factores tiene que ver con el debilitamiento de las lealtades políticas tradicionales ante la instatisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia.
En este sentido, Miguel Urbán también señala a las políticas migratorios de la UE como «estímulo» y «alimento» de las formaciones de extrema derecha. «En los últimos 20 años la Unión Europea se ha dedicado a legislar contra la inmigración como un problema, de tal manera que ha estigmatizado a la población migrante y provocando el siguiente hilo discursivo: si tengo que legislar para protegerme del inmigrante, es que muy bueno para mi sociedad no es. De esta manera, cada vez más vamos a un vínculo entre inseguridad ciudadana, recortes en derechos e inmigración.
¿Qué discursos emplean?
El discurso que ofrecen para el electorado se centra, tal y como apunta Aitor Hernández-Carr, profesor asociado del departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política de la Universitad de Barcelona, en el populista anti-establishment y a un discurso de rechazo frontal a la población extranjera. De hecho, el profesor identifica este último como el elemento que «identifica con mayor claridad a las formaciones de derecha radical populista».
«La clave de este discurso, y la base para su explotación política por la derecha radical populista, está en que articula y resalta la ‘exterioridad’ de los inmigrantes respecto al grupo mayoritario y no, como hacía el racismo biólogico, su inferioridad», escribe Hernández-Carr, que señala que este esquema argumental ha permitido a esta extrema derecha culpabilizar a la inmigración de «multitud de problemáticas sociales y, en consecuencia, defender la necesidad de una política de exclusión de la población extranjera». Por tanto, este tipo de partidos proponen que el acceso a los recursos públicos y a los puestos de trabajo debe ser primero para los nacionales.
Es aquí dónde entra la típica frase de que los nacionales no disfrutan de, por ejemplo, becas-comedor porque los inmigrantes los acaparan todas. O el famoso eslogan de«españoles/holandeses/griegos primero». «Es la reducción al absurdo del problema. Es decir, no hay becas-comedor para la población no por los inmigrantes sino porque los poderes públicos no apuestan por este tipo de políticas», señala Miguel Urbán.
Por otro lado, se encuentra el eje, ya mencionado del antiestablishment, como rechazo a los partidos políticos tradicionales y a lo que se denomina «casta política», pero también a la élite cultural y, en ocasiones, a la élite política. «La clave de este discurso populista se encuentra en el hecho de que no cuestiona el sistema de democracia parlamentaria sino que ataca a los representantes de dicho sistema. Mediante la crítica a unos partidos políticos fuertemente desprestigiados entre la opinión pública y su discurso de «repeto» por el sistema democrático y exaltación de la soberanía popular, las formaciones de derecha radical populista habrían conseguido superar, en parte, el estigma de ser consideradas formaciones anti-democráticas», escribe Hernández-Carr.
Aitor Hernández-Carr señala que numerosos estudios coinciden en señalar que desde los años 80 se ha producido una evolución común en el perfil socioecómico del electorado de las distintas formaciones de derecha radical populista. Si durante los 80 podría hablarse de un «predominio de individuos de clase media», a lo largo de los 90 y 2000 se hizo patente la progresiva «obrerización» del electorado.
Los votantes de clase media suelen ser -señala- comerciantes, pequeños empresarios y trabajadores autónomos y se considera que son individuos que suelen votar a la derecha y que se han radicalizado ante el ascenso al primer plano de la agenda pública de temáticas como la inmigración, la inseguridad y la identidad nacional. El voto de clase trabajadora se compone principalmente de trabajadores manuales, trabajadores de cuello blanco de rango inferior y desempleados, según detalló en su estudio el politólogo Lubbers.
Así, Casals expone también que «es erróneo pensar en el ámbito de la extrema derecha» como exclusivamente masculino. Si bien es cierto que viene de un predominio de lo masculino, el doctor en Historia considera que la ultraderecha ha conseguido romper la«barrera de género» y prueba de ello es la enorme aceptación del Frente Nacional entre las mujeres en Francia. «Esta barrera de género la ha superado con un votante femenino de perfil obrero localizado principalmente en el sector del comercio, con trabajos precarios y poco remunerados».
Otros ejemplos, de cómo está nueva extrema derecha ha roto barreras tradicionales de la extrema derecha como el género o la homosexualidad, es que la fundadora del Partido Popular Danés y actual líder es una mujer, Pia Kjærsgaard; que el Partido del Progreso de Noruega consiguió sus mejores resultados en 2013 liderados por Siv Jensen; o que, por ejemplo, el antiguo líder del xenófobo Partido por la Libertad de Holanda, Pim Fortuyn, señalara que el creciente número de musulmanes en Holanda suponía un problema para los homosexuales como él.