Cuatro años después de la anulación de la ley “matagays” ser homosexual sigue siendo ilegal en territorio ugandés.
CARMEN BLANCO GRIGELMO. EL SALTO.- “Estuve en la cárcel por ser trans y defender mis derechos. La familia de mi novia lo planeó todo”, cuenta el activista Nusher Uwase. Creció en Uganda y Ruanda, y afirma haber sufrido la discriminación propia de esta región durante toda su vida. Vive en Kampala, la capital ugandesa, donde fue detenido el pasado mes de noviembre. No puede contar más detalles por cuestiones de seguridad. “La información afectaría a más personas, no es solo por mi”, asegura. Aún así, quiere que el caso salga a la luz.
Años antes de este suceso –en diciembre de 2013– el gobierno de Yoweri Museveni aprobó en el Parlamento la ley AHA (Anti Homosexuality Act). Fue calificada como “matagays” o “antihomosexuales” por las organizaciones críticas. Ésta recortaba de manera considerable los derechos de las personas LGTBI en Uganda. “La pena de muerte con que se castigaba la homosexualidad ‘con agravantes’ en el texto original del proyecto de ley ha sido sustituida por cadena perpetua”, publicaba Amnistía Internacional España. Además, incluía la criminalización de la “promoción” de la homosexualidad.
“SER LGTBI SIGUE SIENDO ILEGAL”
Gracias a las presiones del activismo ugandés e internacional, la ley fue derogada en agosto de 2014 por el Tribunal Constitucional de este país. Aún así, la comunidad arremete contra el conformismo. “Las personas que piensan que con la anulación de esta ley todo va bien en Uganda se encuentran muy lejos de la realidad. El Parlamento está haciendo uso de otras leyes para hacer cumplir la anterior”, afirma Kasha Jacqueline, una de las voces más visibles del colectivo en Uganda. Fue galardonada en 2015 con el premio Right Livelihood, conocido como ‘Nobel alternativo’, en el Parlamento sueco. Nusher Uwase añade: “Aunque la ley se haya derogado, ser LGTBI sigue siendo ilegal”.
El activista Nusher, de 25 años, puso en marcha un negocio social llamado Normal Africa hace tres años. Su objetivo es recaudar fondos para concienciar sobre las injusticias que le suceden a la comunidad LGBTI en África Oriental. Su forma de financiación consiste en la venta de camisetas, principalmente a los países vecinos, con los colores que identifican al movimiento.
Destinan el 50% de los beneficios a organizaciones como Freedom and Roam Uganda (FARUG). Poniendo el foco en el empoderamiento económico, apoyan proyectos de microfinanzas y capacitación empresarial para personas discriminadas por su orientación sexual e identidad de género. También denuncian la falta de visibilidad del colectivo, haciendo hincapié en las cuestiones de salud, el VIH y los suicidios, que afirman que se han incrementado en los últimos años. “Tenemos que seguir cuestionando las normas, luchar por nuestra existencia y el derecho al amor”, sentencia.
Durante 2015 y 2016, como apuntan las activistas, se han seguido promulgando leyes que continúan restringiendo los derechos de la comunidad LGTBI, como la Ley de Organizaciones no Gubernamentales o la prohibición de prácticas contra natura.
Según un informe realizado por Sexual Minorities Uganda (SMUG), esta ley provocó un aumento notable en la persecución. El 30% de los casos recogidos entre 2012 y 2013 implicaron violencia física. Cuatro de ellos calificados de tortura.
Uganda no es el único país en el que desafiar la heterosexualidad y cisexismo obligatorios es considerado un crimen. Esto ocurre en 72 países y en ocho de ellos se condena con pena de muerte.
DE INSULTOS EN LAS REDES A VIOLACIONES “CORRECTIVAS”
El jefe de De Kwagala la despidió de su trabajo por ser lesbiana. Además de criticar que “no se vestía como una mujer”, según nos cuenta en su pequeña casa de Kampala. Trabajaba como camarera en un restaurante a pocos kilómetros del centro de la ciudad. Nunca cedió a someterse a los estereotipos de género con los que no se identifica. Por eso intenta inspirar a más mujeres con su mensaje “no seas perfecta, solo sé tú misma”, en sus redes sociales.
Recibe insultos constantes a través de la red. “Me llegan muchos mensajes y comentarios como ‘lesbiana de mierda’ o insinuando que parezco un hombre”, explica con indignación y seguridad.
La primera vez que sintió algo por una mujer trató de convencerse de que no le gustaba: “No sé qué me pasaba, me sentía una persona horrible”. Más tarde consiguió exteriorizarlo y contárselo a la chica de la que se enamoró. “Entré en contradicción entre lo que sentía y lo que la sociedad me decía que estaba bien”, cuenta.
En Uganda, cuando dos mujeres se muestran cariño, la gente no suele sospechar que puedan ser pareja. Por eso, muchas fingen mantener una relación de amistad cuando se trata de una sentimental. El caso de los hombres es distinto. “A ellos les acusarían enseguida si tienen muestras de afecto en público”, puntualiza.
La cara b de esta diferencia se refleja en particularidades como los tratamientos “correctivos”. Muchas mujeres lesbianas han sufrido violaciones por parte de hombres con el fin de cambiar su orientación sexual. “La violación correctiva sucede a menudo a mujeres lesbianas como una forma de curación e introducción a la fuerza sexual masculina. El factor subyacente radica en el patriarcado, al igual que la violación de hombres y mujeres trans, en su mayoría en celdas policiales”, arguye Ruth Muganzi.
Esta activista feminista y LGTBI también es trabajadora social. En la actualidad desempeña el puesto de directora de administación en Kuchu Times Media Group, la primera y única web de comunicación LGTBI del país.
ORGULLO LGTBI: REPRESIÓN Y CLANDESTINIDAD
Cada mes de agosto varios colectivos se organizan para celebrar el Orgullo. Desde la discreción y la clandestinidad, cientos de personas se reúnen en un ambiente festivo y combativo. Este año no fue así.
“A pesar de todo el valor y determinación que llevamos en nuestros corazones, no es suficiente para poner en peligro la vida de tantas personas inocentes”, así comunicaban su cancelación el pasado mes de agosto. El año anterior la represión fue más desproporcionada de lo normal. Dejó momentos traumáticos, detenciones y heridas irreparables, según los propios colectivos.
La mañana en la que se planeaba celebrar el acto inaugural se encontraron con un gran despliegue policial en la sala. No les sorprendió, ya que Hon Simon Lokodo, ministro de Ética e Integridad, les había amenazado las semanas anteriores con detenciones y violencia, según explican en su comunicado. “Pronto cosecharemos los frutos de nuestra dedicación y persistencia”, sentenciaban.
Cuando hablan de heridas irreparables, piensan en casos como el de Gerald Kaunda. Este joven de 23 años estuvo a punto de perder su vida durante el Orgullo de 2016. Vivió los momentos de tensión en los que varias activistas eran detenidas en un contexto de conmoción generalizada.
Gerald saltó desde un cuarto piso por miedo a que su familia descubriera que era homosexual. Se rompió la columna vertebral y quedó inconsciente. Algunos medios calificados de sensacionalistas por la comunidad LGTBI publicaron su historia y ocurrió lo que Gerald temía: su familia se enteró, y no fue bien recibido.
Se sometió a una larga y costosa operación en la que recibió finalmente el apoyo de su madre. Decidió contar su historia y destacar que, de toda esta experiencia, ha sacado algo positivo: dejar de avergonzarse de su orientación sexual.
Para Gerald es fundamental que las nuevas generaciones continúen con esta lucha y se amen tal y como son. Destaca figuras como la de Kasha Jaqueline agradeciendo su trayectoria, gracias a la cual ahora muchas personas se han atrevido a hablar.
LAS CONSECUENCIAS DE LA LEY: REFUGIADOS EN KENIA
Antes de llegar a Kakuma les ofrecieron seguridad. Este campamento de refugiados de Kenia fue presentado como la única alternativa para los 16 ugandeses que huían de la LGTBIfobia. Alrededor de 500 personas viven esta misma realidad. Algunas en campamentos de refugiados y otras en los suburbios de Nairobi, la capital keniana.
No se encontraron con la seguridad prometida. En abril de 2016, 15 de los refugiados trasladados denunciaron ataques, detenciones y torturas por parte de la policía y el resto de personas refugiadas. 13 fueron liberados al poco tiempo, mientras que los otros dos permanecieron en libertad bajo fianza, según apuntan los testimonios recogidos en Kuchu Times.
Miss Amooti y Miss Kenneth son dos refugiadas ugandesas transexuales. Su historia la cuenta entre lágrimas uno de los líderes LGTBI del campamento. Pidieron ayuda a ACNUR cuando la amenaza fue demasiado peligrosa. “Buscamos protección por miedo a perder nuestras vidas. Estamos atrapados y atrapadas”, explica.
Afirman haber intentado establecer vínculos con comunidades de refugiados de Uganda, pero sin éxito. Se les acusa de ser un mal ejemplo para los menores y se les pide que mantengan las distancias.
Las organizaciones defensoras de los derechos humanos no solo denuncian la situación, sino también su invisibilización. Apelan a la responsabilidad de los países occidentales de informar sobre las personas refugiadas dentro del continente. “Los refugiados africanos se están convirtiendo en refugiados olvidados”, afirma el activista gambiano Tijan Kandeh.
Además, muestran su descontento con la declaración de algunos lugares como seguros, aún cuando las minorías étnicas y personas LGTBI se encuentran en constante peligro. “Human Rights Watch afirma que a estos colectivos se les niegan sus derechos básicos en lugares que Europa califica como seguros”, arguye Tijan.
La trabajadora de Kuchu Times Ruth Muganzi se comunica asiduamente con algunos de los refugiados para documentar su situación en Uganda. Entiende que su realidad era tan precaria aquí que decidieron irse aun sabiendo que también serían perseguidos allí. “Solo cuando no te queda nada eres capaz de emprender un viaje así. Yo no soy tan fuerte como para hacerlo”, cuenta Ruth.
La decisión de seguir en Kakuma no cambió tras la anulación de la AHA. La motivación de su huída no fue la ley, sino sus consecuencias. Por eso, desde las organizaciones LGTBI de Uganda continúan luchando e intentando visibilizar esta realidad, desconocida por la mayor parte de la población.
Con la inspiración del movimiento en otros países del mundo, Ruth Muganzi recuerda su paso por el World Pride en Madrid. Participó en el documental The best day of my life, dirigido por Fernando Gonzalez Molina.
Con una gran sonrisa, cuenta lo emocionante que fue para ella conocer las calles de Chueca. “En Uganda aún estamos lejos de celebrar algo así, pero fue una oportunidad para contar mi historia”, concluye Ruth.