El partido xenófobo de Geert Wilders encabeza las encuestas en Holanda, donde se propagan los miedos a todo lo que venga de fuera y en especial a los musulmanes
A.C. EL PAÍS.- Sol, veleros, bicicletas de colores y bastante miedo. Temor a que la plácida vida que los habitantes de Volendam han conocido hasta ahora deje de existir. A que sus hijos no encuentren trabajo, a que Bruselas decida por ellos y en su contra, a la indomable globalización y a que extranjeros musulmanes vengan a imponer sus costumbres. El catálogo de miedos de los vecinos de Volendam es además de variado, una traslación del esqueleto ideológico del PVV, el todopoderoso partido de Geert Wilders, que alimenta los miedos más recónditos de los holandeses y que les ha situado en guerra declarada contra el islam. Si hoy se celebrasen elecciones en Holanda, el PVV, gran referente de la ultraderecha europea, sería el partido más votado. Lo que ocurre en Volendam no dejaría de ser una curiosidad de no ser porque es una muestra fiel de los sentimientos que recorren y desagarran el país y parte de Europa.
Volendam tiene canales, queserías, zuecos de madera y japoneses que se fotografían en un estudio vestidos de holandeses. Tiene también una Praathuis, una encantadora casita de madera, dedicada explícitamente a la “conversación”, donde Cornelius y otros pescadores se juntan para charlar al pie del muelle. ¿Piensan votar al PVV? Unos cuantos asienten con la cabeza. “Queremos protestar, queremos que se enteren los políticos de La Haya de que estamos hartos de que nos ignoren”, dice Cornelius. La pesca ya no abunda como antes y competir con las gambas de Senegal es misión imposible. Ellos, con 12 años se iban a la mar. Ahora con 23, sus hijos buscan todavía trabajo. Luego está la pensión que no les alcanza y lo que cuesta ir al médico. Dicen que Wilders por lo menos ha venido a visitarles un par de veces a esta localidad de 35.000 personas. Los demás, ni eso.
Casi el 35% de la población votó a Wilders en las elecciones al parlamento europeo (2014) en Volendam, muy por delante de cualquier otro partido. Aquí no hay apenas inmigrantes ni rastro de los supuestos estragos de la multiculturalidad contra la que batalla el PVV. Pero precisamente por eso votan al político de melena oxigenada. Porque los pescadores que se patean el país vendiendo su género dicen que no quieren que su ciudad acabe como Rotterdam o Ámsterdam, con chicas con hiyab por la calle y chavales magrebíes echando el día en los parques. El suyo como el de millones de europeos es un voto preventivo y conservador en el sentido más literal. Quieren preservar su preciado estilo de vida.
Ganar terreno al mar
El museo de la ciudad recrea la lucha de los holandeses de los pólders, de hombres y mujeres hechos a sí mismos que gracias a la cohesión social y al apoyo mutuo fueron capaces de ganarle terreno a la mar. Crelis Tuip ha venido hoy con sus alumnos a visitar el museo. “Mire, aquí todos nos conocemos. Hay un control social que funciona. Si viene gente de fuera, ¿cómo vamos a controlar su conducta? Si encima no trabajan y hay que pagarles el desempleo…”. Tuip dice que nunca votaría al PVV, pero que comprende a al perfección porqué sus vecinos lo hacen.
Thierry Baudet tiene aires de aristócrata y un vino espumoso en la mano, que degusta frente a un canal surcado por barcazas chatas de colores en el centro de Ámsterdam. Es escritor próximo al PVV y fundador del Fórum para la Democracia, la plataforma que promovió el referéndum contra el acuerdo de asociación entre la UE y Ucrania que ganaron por goleada los euroescépticos en abril. Asegura ser también fuente de inspiración para Wilders. Su discurso es calcado al que circula con fluidez por el resto de Europa. “Nuestro sistema político está secuestrado por lobbies y élites políticas que solo piensan en ellos mismos. No son conscientes de su decadencia. Es una crisis general. Es como el inicio del fin del Imperio Romano”. Y sigue: “El islam es violento y muy distinto a nosotros. Quieren imponernos su cultura. Estamos perdiendo el control de cómo organizamos nuestras vidas. Hay barrios que ya no parecen holandeses, se están islamizando”.
Wilders ha marcado el camino a sus partidos hermanos europeos identificando la lucha contra el islam como la gran emergencia europea y profesando una devoción hacia Israel impropia de las fuerzas de extrema derecha europeas, de tradición antisemita. La islamofobia es hoy uno de los ejes ideológicos que cimenta la alianza entre estos partidos.
Dannij Van den Sluijs, un político del PVV del norte de Holanda ahonda en la tesis de la invasión. “Los musulmanes están haciéndose con Holanda y nosotros tenemos que elegir entre la religión o la libertad de expresión”. Pero zanja en seguida la conversación telefónica con este diario porque no acostumbran a hablar con la prensa, sus canales son otros. Prefieren las redes sociales y los encuentros cuerpo a cuerpo con los votantes “No voy a hablar más con usted, ¿Para qué? No lo necesito, no voy a ganar nada”. Tal vez tenga razón.
En las redes y hasta en el Parlamento, la marea xenófoba parece estar fuera de control. Los grupos contra mezquitas y centros de refugiados no dejan de crecer y los extremistas hacen gala de una asertividad impensable hace décadas en Holanda, antes reino de la corrección política y la progresía. Una de esas andanadas le ha costado a Wilders un proceso judicial tras pedir “limpiar” el país de marroquíes.
Sus palabras tienen un reflejo en la calle, donde la segregación entre los musulmanes y el resto de la población es una realidad. “La brecha se agranda. A los holandeses les da miedo el islam y los musulmanes temen a los holandeses. Es una sociedad cada vez más segregada”, dice Maarten Zeegers. Este joven es una de las personas que mejor conoce ambos mundos. Ha vivido infiltrado durante tres años en Schilderswijk, el llamado triángulo de la sharia. En este barrio de La Haya vivió y rezó como un musulmán y acaba de publicar un libro, Yo fui uno de ellos, que le ha costado tener que huir de la ciudad amenazado. Zeegars sostiene que Schilderswijk es un mundo paralelo, en el que muchos musulmanes viven temerosos de que la ola xenófoba les alcance, cuenta en una cafetería de Rotterdam.
Ramadán en La Haya
Schilderswijk no se parece en nada a Volendam. Los edificios son más bien feos y a diferencia del resto de Holanda, casi todos tienen las cortinas cerradas para que las mujeres puedan pasear por casa sin el hiyab que se calzan para salir a la calle. El paisaje humano es de lo más variado y exótico para un país de pieles claras y cabellos rubios. Hoy es día de mercado y hay mucha actividad, aunque algunos puestos de comida funcionan a medio gas porque ya ha empezado el Ramadán y toca ayunar.
“La gente que no ha estado aquí se cree todo lo que dice Wilders”, explica Aad Van Loenen, director de una escuela de formación profesional del barrio donde la gran mayoría de los alumnos son de origen extranjero. Cuenta que son chicos con poca confianza en sí mismos y en su futuro. Piensan que no van a tener las mismas posibilidades que el resto de los holandeses. Él les trata de convencer de lo contrario. En la muñeca lleva una pulsera naranja con el mensaje que trata de inculcar a los chicos: “No hay límites, no hay excusas”.
El perfil del votante del PVV que traza Peter Kanne, de la casa de encuestas I&O Researches es el de un hombre blanco, enfadado, de entre 35 y 65 años, probablemente con pocos estudios, pero no solo. Hay también ingenieros, arquitectos, abogados, de todo. Viven en el campo o en los barrios obreros de las ciudades. “Tienen la sensación de que el Estado ayuda a los refugiados, a Grecia… a todos menos a ellos”.
MIEDO AL CAMBIO
En La Haya, Kim Putters, director del oficial Instituto holandés de investigación social ofrece datos muy reveladores: “Cuando preguntamos de qué presumiría de Holanda ante un extranjero dicen tres cosas: el Estado de bienestar, la libertad de expresión y el éxito de sus multinacionales. Ahora sienten que las tres están en peligro”. Explica que Holanda figura entre los cinco países del mundo con más esperanza de vida, productividad y que tiene un Estado de bienestar fuerte, pero que la gente no lo percibe así. El cambio climático, el ISIS, la crisis financiera y los recortes han desatado el miedo a un futuro lleno de nubarrones. “Además, la gente cada vez está más formada y aspiran a participar más en las decisiones. Sienten que las instituciones les están fallando”.
La digestión del miedo al cambio pasa por el rechazo a lo que viene de fuera, ya sea la globalización o los refugiados. “Nunca antes había habido tanta tensión desde la Segunda Guerra Mundial. Vemos que atacan centros de refugiados y que la policía militar protege las sinagogas”. Los datos que recopila su instituto indican que la confianza en los políticos en 15 países de la UE es más bien baja -ronda el 5,8 de media y que Holanda está un poco por debajo de esa media. Muestran también que el 33% de los holandeses cree que se debería dejar entrar a pocas o a ninguna persona de otra raza o grupo étnico.
Ese retrato robot se ajusta a Richard e Irene, una joven pareja de Eindoven. Están convencidos de que La Haya y Bruselas llevan años engañándoles y sienten que ha llegado la hora de decir basta. Ella trabaja en una panadería, él es ingeniero informático y rondan los 30. “Es el único partido al que puedes votar si te opones a que vengan más. No hay dinero para garantizar nuestras prestaciones sociales y pagar a los inmigrantes. Hay que elegir”, cree Irene.
“No me gusta la UE. La gestión de los refugiados ha sido catastrófica. No puede ser que no sepamos quién entra y quién sale de nuestras fronteras”, piensa Richard, que cayó un día en una de las reuniones ciudadanas que organiza el PVV por el país y hasta hoy. “Si ves la tele, pensarías que son malísimos, pero cuando les escuchas es diferente”. Como muchos de sus compatriotas está convencido de que Wilders es poco menos que un profeta, que predijo el caos en Europa y que no se equivocó.