Fare, que lucha contra la discriminación en el fútbol, crea una guía para alertar sobre los comportamientos que pueden dar problemas a los aficionados en el campeonato del próximo verano
G. CABEZA. EL CONFIDENCIAL.- Cuando se elige un país como Rusia para realizar un evento, como hizo la FIFA pensando en el Mundial de 2018, se asume que habrá una buena organización, mucho dinero y un empuje importante por parte de las instituciones para que no se escatime en un solo detalle. También se entiende que hay daños colaterales que no se podrán sortear, que le estás concediendo un premio a un país de escasísima cultura democrática y poco afecto a los derechos humanos. La FIFA, tan mercantil, aceptó esas premisas que todos conocían de antemano. Y ahora, a unos meses de que el balón ruede en el país más grande del mundo, se lanzan mensajes que, cuanto menos, preocupan.
Piara Powar es el director ejecutivo de Fare, una ONG heredera de Football Against Racism que se encarga de vigilar cuestiones como el racismo o la homofobia y el racismo en el fútbol y que siempre ha tenido siempre una buena relación con la FIFA y la UEFA. Esta semana ha dado una rueda de prensa para presentar una guía sobre cómo actuar en Rusia si se es homosexual o miembro de una minoría étnica. Porque, a diferencia de los países más avanzados, en Rusia se necesitan especificaciones.
La comunidad LGBT no es bienvenida
«La guía aconsejará a los gais ser cautelosos en los lugares en los que la comunidad LGBT no es bienvenida. El mismo mensaje le damos a los negros o miembros de otras minorías étnicas. Id a la Copa del Mundo, pero sed cautelosos. Los aficionados homosexuales que vayan por la calle cogidos de la mano corren peligro por hacerlo, aunque también depende de qué ciudad sea y de la hora del día», explica Powar sobre la guía.
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La guía también recoge las peculiaridades legales de Rusia sobre cuestiones de homosexualidad. En el país no está prohibida, pero sí que hay leyes específicas que prohiben la enseñanza de la homosexualidad a menores. «Los problemas de la comunidad LGTB no son parte del discurso público del país, la gente gay tiene un lugar en Rusia, pero está bastante escondido«, explica Powar para relatar las cuestiones culturales relativas a la homosexualidad en el gigante euroasiático.
El fútbol, donde anidan muchos intolerantes, es también correa de conducción de los mejores valores. Por eso, aficionados tanto de Inglaterra como de Alemania han pedido a la FIFA que aclare si podrán ondear banderas arco iris en el Mundial. No es este un problema exclusivo de Rusia, es que la FIFA y la UEFA restringen en los estadios cualquier simbolismo político por parte de la grada –y, de ahí, el lío de las esteladas-. Lo que quieren aclarar esas aficiones es que una bandera que reclama derechos para los homosexuales no es un acto político sino de sensatez. No tienen, por el momento, una respuesta clara del organismo. Tampoco a la guía de uso que presentó Fare.
Homofobia institucionalizada
Fare quiere que la FIFA sea mucho más clara en sus posiciones, no solo por Rusia, en general. Recientemente han quitado unas multas que se habían puesto por cantos homófobos a la federación mexicana, lo cual consideran un mal presagio para lo que puede llegar. «No hay en las reglas de FIFA nada específico sobre las ofensas homófobas«, explica Powar. «Creemos que se tendría que clarificar, que tendría que recogerse en la normativa. Es crítico que el mensaje de la FIFA en este sentido pueda darles pie a actuar en casos como estos», remata.
El problema de la homofobia en un país con una homofobia casi institucionalizada es obvio, pero no es el único, ni siquiera el más llamativo, al que se enfrentarán las aficiones en Rusia. En la Eurocopa de Francia los ultras del país sembraron el pánico en las calles. En un país obsesionado con el terrorismo, como era el galo en aquel momento, aparecieron brotes de extrema violencia y de racismo por parte de unos grupos que más parecían una mafia organizada que un grupo ultra al uso europeo.
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En aquel momento desde Rusia se lanzó el mensaje de que el problema no existía y era parte de una conspiración occidental y de la prensa británica, una explicación que, por otra parte, es bastante habitual desde el Kremlin. Año y medio después, sin embargo, parece que las instituciones del enorme país se han empezado a mover para controlar a los radicales. 300 de ellos ya saben que no accederán a ningún estadio del Mundial y se ha nombrado a Alexei Smertin, exjugador del Chelsea, como inspector de la Federación rusa sobre racismo y discriminación. Powar cree, además, que se lo están tomando en serio.
«Los políticos rusos siempre se sienten atacados, pero después de un tiempo aceptan que tienen problemas que afrontar. La población local está orgullosa de celebrar el Mundial y quieren aparentar ser un buen anfitrión», concluye Powar. No es este el primer evento que se estrella contra un país en el que los derechos humanos se tratan como algo secundario. Ha habido Juegos Olímpicos en China y en Rusia hace no demasiado. Al final, los eventos salen, los problemas se disipan o se silencian hasta que se va el gran circo. A pesar de todo, el problema existe, Rusia es Rusia y eso obliga a ONG’s como Fare a recordar que, por la seguridad, hay gente que tiene que caminar por la calle con más cuidado del que tendrían en casa.