La Razón.- Los asesinatos de negros en Sudán a manos de los sudaneses árabes son hoy diarios. Que las milicias árabes conocidas como Janjaweed apliquen la ley del desierto contra los pobladores negros con quienes comparten territorio desde hace siglos es un ejercicio habitual. Que se pierda en un mar de noticias el asesinato de 160 inocentes de la etnia massalit que se refugiaban en el campo de desplazados de Krinding en enero de 2021 no es una sorpresa. Otro puñado de muertos, otro día en la oficina. Niños y mujeres con un agujero en el estómago.
Las fechas “oficiales” que engloban el genocidio de Darfur datan del año 2003 al 2020 en lo que se considera el primer genocidio del siglo XXI, y fue justo en 2020 cuando la misión conjunta de Naciones Unidas y de la Unión Africana concluyó en Darfur, pese a las advertencias de que la violencia comunal no cesaría en un futuro cercano. Que los árabes continuarían asesinando a negros, en especial aquellos pertenecientes a la etnia mayoritaria massalit. Que después de asesinar a una cifra que ronda entre las 100.000 y las 400.000 personas, acompañada ésta de una construcción social y estatal que facilitaba las masacres de la mano de milicias árabes y grupos paramilitares con fuertes vínculos con la vecina Chad, el genocidio no iba a parar. Pero la misión de Naciones Unidas concluyó igualmente.
Durante los dos últimos años, la violencia en Darfur se resumió a los estallidos periódicos de violencia y las batallas ocasionales entre un bando y otro, que igual segaban las vidas de diez massalit en un tiroteo que acumulaban 150 cadáveres en una oleada de ataques. El globo del odio racial, cada día un poco más hinchado, apenas se permitía liberar pequeñas cantidades de aire y tensión cada pocos meses y que algunos medios traducían como peleas entre pastores y comerciantes.
Luego comenzó la guerra en Sudán. Una guerra civil que enfrenta desde abril de 2023 al grupo paramilitar conocido como RSF contra el ejército regular comandado por el general Al Burhan. Las áreas donde ambas facciones combaten por controlar el país se enfocan en la capital, Jartum, y en una conflictiva región dividida en cinco provincias conocida como Darfur. La situación que vive Darfur implica un enfrentamiento directo entre las fuerzas de las RSF y del ejército regular, pero también ha significado un resurgimiento de la terrible dinámica que da nombre a un genocidio, gracias a los vínculos existentes entre las RSF y las milicias janjaweed, vínculos que llevan a que numerosos expertos consideren a las RSF y a los Janjaweed como entidades hermanas.
No habían transcurrido dos semanas desde el inicio de la guerra cuando se obtuvieron los primeros reportes de que milicias Janjaweed habían irrumpido en un número indeterminado de poblaciones massalit para aprovechar el caos y cobrarse su deseada deuda de sangre. Imágenes satelitales mostraron fuegos de un tamaño considerable en las poblaciones de Abu Adam y Abu Jeradil durante los primeros días de mayo. Y sólo entre el 24 y el 27 de abril, dos oleadas de ataques acabaron con las vidas de 50 personas en la ciudad de Geneina, capital de Darfur Oeste. Tumbos, el olor a quemarropa y familias corriendo con lo puesto.
Declaraciones letales
El enviado especial de Naciones Unidas en el país, Volker Perthes, indicó este mes de junio que los ataques llevados por las fuerzas árabes comprendían asesinatos, pero también “violaciones y otras atrocidades”. Mientras que el gobernador de Darfur, Mini Arko Minawi, afirmó en un vídeo subido a sus redes sociales que “lo que está ocurriendo en Darfur no es menos que lo ocurrido en 2003”, entre que criticó la “fuerza excesiva” mostrada por las RSF contra la población civil. El sultanato de Dar Masalit ha estimado además que unas 5.000 personas han muerto y 8.000 han resultado heridas en los enfrentamientos en Geneina entre abril y junio de este año.
Minawi, de etnia negra, llegó incluso a hacer un llamamiento a las armas para que la población civil combata a los Janjaweed, haciendo temer que, definitivamente, dentro de la guerra civil de Sudán estallará una nueva guerra, una “subguerra civil” a falta de un término más adecuado y que se alimenta de la rabia tragada y regurgitada a lo largo de los últimos años. Una guerra racial donde nadie queda a salvo de los bofetones de plomo, sin importar que sean civiles o combatientes, niños o adultos quienes se desploman por última vez.
El gobernador de Darfur Oeste, Khamis Abakar, directamente acusó a las RSF de ser los causantes de la violencia comunal durante una entrevista televisada en junio. Horas después de sus declaraciones, fue secuestrado y asesinado nadie sabe por quién. Otra muerte. Con la excusa de que su único deseo radica en tomar el control efectivo de las localidades más importantes de Darfur, las tropas de las RSF han sido vistas asesinando a mercaderes, abusando sexualmente de mujeres… curiosamente, la mayoría de sus víctimas pertenecen a comunidades negras.
Las noticias que llegan de la ciudad de Geneina provienen de los refugiados que huyen a Chad y de las declaraciones arrancadas a testigos sobre el terreno cuando aparecen las milagrosas rayas en sus teléfonos móviles. La capital de Darfur Oeste se encuentra a 1.000 kilómetros desierto a través de la capital de Chad y a 1.500 kilómetros de la propia Jartum: se trata de una de las zonas más remotas y de más difícil acceso del planeta. Y los últimos datos ofrecidos por Naciones Unidas apuntan a 348.000 desplazados internos en Darfur desde que comenzó la guerra en abril, mientras 180.000 darfuríes han huido a la vecina Chad (que ya contaba con 500.000 refugiados sudaneses antes del inicio del conflicto).
Para ponerlo en perspectiva: es el equivalente a la suma de las poblaciones de Oviedo, Pamplona, La Coruña, Bilbao y Santander que se encuentran ahora sin hogar en la arena de Darfur, entre que esquivan los ataques.
El número de víctimas nunca se conocerá con exactitud, igual que no se conoció en 2003 ni en los años posteriores. Decenas de miles de vidas aparecerán o desaparecerán en las estadísticas, como si fueran números y no personas. Sigue la guerra en Sudán. Con un extra de horror en Darfur.