Su historia vuelve a alertar del infierno que se vive en los centros de refugiados de Tailandia
EFE. LA SEXTA.- Hamza, un refugiado somalí de 13 años con síndrome de Down, pasa gran parte del día en una hacinado celda desde que fue detenido hace cinco meses en Tailandia, en un limbo legal habitual para los refugiados y solicitantes de asilo.
«Está bien, duerme a mi lado en la celda. Pero se aburre y tiene miedo», explica su cuñado Omar Ahmed Abdullahi, de 28 años, en el centro de detención en Bangkok en el que ambos se encuentran recluidos junto a un hermano de Hamza.
Tailandia no es signataria de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU, por lo que los refugiados y solicitantes de asilo que llegan al país, en el que a menudo permanecen durante años, viven con el miedo a ser detenidos en cualquier momento cuando expiran sus visados.
La sala de visitas en el centro de detención es un guirigay de voces en el que los detenidos y sus visitantes tienen que hablar a gritos al estar separados por al menos un metro y dos vallas enrejadas.
Otros detenidos son inmigrantes o refugiados procedentes de Birmania, Laos, Siria, Pakistán -incluidos cristianos y musulmanes ahmadíes- e incluso Argentina.
Vestido con una camiseta naranja en la que se lee «detenido» en tailandés, Omar asegura que las autoridades tailandesas quieren extraditarlo a Somalia junto con Hamza y el hermano de éste, Abdullahi, de 22 años.
Fuentes del centro de detención indicaron que los detenidos son enviados a sus países de origen solo cuando no están reconocidos como refugiados, pero declinaron comentar sobre este caso concreto.
«Necesito que algún país nos ayude a mí y a mi familia, Canadá es un buen país», afirma con preocupación el somalí, que en su país trabajó de cocinero y en Bangkok realizaba trabajos como intérprete de manera ocasional.
Su mujer, Hamda, se encuentra ahora sola junto con cuatro hijos, de 1, 3, 4 y 5 años, en un apartamento de una sola habitación en el norte de Bangkok, donde los niños no han sido nunca escolarizados y sobreviven con la comida y ropa que les donan en una mezquita.
Una cama, un frigorífico, una televisión y un armario son todo el mobiliario en la angosta habitación, así como algunos cacharros para cocinar en un balcón minúsculo.
Hamda afirma que la familia pertenece a la minoría ashraaf y que huyeron a Tailandia en 2015 debido al acoso y amenazas a las que eran sometidos en su ciudad, Mogadiscio, donde una vez su vivienda fue atacada con una bomba que mató a uno de sus hermanos.
Asegura que fueron reconocidos como refugiados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero para las autoridades tailandesas son inmigrantes en situación irregular, por lo que han de acudir dos veces al mes al Centro de Detención de Inmigrantes de Bangkok para firmar.
Normalmente regresan a casa después, pero el pasado 3 de noviembre los policías les dijeron que los adultos, Omar y Abdullahi, debían quedarse detenidos.
«Hamza no puede lavarse, vestirse o comer por sí mismo. Mi marido le ayuda a hacer todo. Con cuatro hijos, no puedo cuidar de él», lamenta Hamda, antes de añadir que ésa fue la razón por la que decidieron que el menor también se quedara en el centro para inmigrantes.
Hamda relata que una vez su hermano tuvo un incidente en un puesto de comida en la calle en Bangkok y regresó con una pequeña herida en la cabeza, al parecer porque le habían golpeado.
Algo nerviosa pero con la entereza que le han dado años de lucha por la supervivencia, Hamda concluye que la única salida que ve es que sean acogidos en un tercer país.
Sin embargo, ACNUR reconoce, en un mensaje, que «menos del 1% de los refugiados del mundo son acogidos cada año y el número de países disponibles no deja de reducirse», de forma que solo son acogidos los «más vulnerables».
«Es cruel e innecesario para Tailandia detener a este niño con síndrome de Down», señaló a Efe Phil Robertson, subdirector de la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch en Asia.
En su opinión, las autoridades «lo exponen a una posible enfermedad grave o incluso a la muerte» al confinarlo en una celda «abarrotada y poco higiénica» y sin acceso a atención adecuada. Robertson pidió la libertad inmediata de los tres somalíes y el fin de las detenciones en Tailandia de refugiados y solicitantes de asilo.
Según datos de ACNUR, en las zonas urbanas de Tailandia hay unos 7.000 refugiados y solicitantes de asilo procedentes de 45 países diferentes, así como unos 99.000 birmanos en campos de acogida a lo largo de la frontera.