Público.- «¿Cuántas veces hablamos con alguien que nos saca 40 años y que no es de nuestra familia? ¿Acaso no tenemos nada que aprender y que enseñar a esas personas?», se pregunta Irene Lebrusán, doctora en Sociología. La experta en estudios sobre sociedades longevas apunta a que cada vez existe un edadismo «más fuerte y arraigado» que tiene que ver con la vejez. Mientras, informes de ámbito internacional, como el presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2021, señalan incluso que la discriminación por la edad es la tercera causa de exclusión junto al machismo y al racismo.
En los últimos años, hemos sido testigos de una serie de situaciones como la muerte de 7.291 personas que perdieron su vida en residencias madrileñas sin ser trasladados a un hospital por una orden política, o o la creciente soledad no deseada, que han provocado que amplios sectores sociales se replanteen su relación con la vejez y los mayores.
¿Hubieran tenido más repercusión esos fallecimientos si se hubiera tratado de mujeres víctimas de violencia machista o de personas de otros colectivos como el LGTBIQ+? Tal y como explica Lebrusán, ningún estudio científico tiene la respuesta. Si bien, a su juicio, sí que se puede afirmar que esas personas mayores murieron después de que se les negara asistencia médica porque «se consideró que eran demasiado viejas para vivir«.
Lebrusán, coordinadora del Área de Calidad de Vida y Sociedades Longevas en Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE), asegura que esta forma de hacer políticas públicas y leyes que restringen la libertad en la vejez son la punta del iceberg del edadismo interiorizado en la sociedad. Es decir, de ese conjunto de convenciones sociales que construyen prejuicios en relación a la edad.
«Siempre ha existido, solo que ahora tenemos una mayor sensibilidad que choca con una idea distinta de la vejez de la que se tenía antes, como ese lugar solitario y desvinculado del resto de grupos», expresa Lebrusán. «Más personas viven más años y lo hacen en mejores condiciones. Nos encontramos con una vejez mucho más activa, que no tiene nada que ver con las ideas estereotípicas que existen acerca de qué significa ser una persona mayor», insiste.
Aunque este rechazo generalizado que suscita cumplir años y pasar el umbral de los 65 se nota «mucho más» de forma externa, Lebrusán asegura el edadismo también se aplica hacia nosotros mismos; de tal forma que nos autolimitamos por nuestra edad a la hora de teñirnos el pelo de determinados colores,de vestir algunas prendas de ropa o de hacer según qué actividades.
«Esto es muy reduccionista y tiene una serie de efectos negativos, sobre todo cuando aplicamos ese edadismo para valorar qué capacidades tienen las personas e impedimos su participación plena en la vida social«, argumenta Lebrusán. En España, la segregación por edad comienza muy temprano.
Ya a los 45 años, por ejemplo, una mujer que se ha quedado sin empleo pertenece a la categoría de colectivo en riesgo de exclusión porque volver al mercado laboral se convierte en una tarea extremadamente compleja. Según una encuesta de AARP Research sobre personas mayores de 50 años, el 91% de los encuestados indicaron que la discriminación por edad es común hoy en día en el espacio de trabajo.
«Se asume que las personas de más de 65 son muy torpes porque no saben usar los cajeros automáticos, no conocen las nuevas tecnologías. Pero nunca nos preguntamos si es que igual esas tecnologías no son lo suficientemente buenas como para adecuarse a la forma de entender el mundo de una determinada generación«, propone Lebrusán.
De acuerdo con lo expuesto en su libro La vivienda en la vejez: problemas y estrategias para envejecer en sociedad, el edadismo alcanza todos los ámbitos de nuestra cotidianidad: desde cómo se conciben las ciudades, los espacios, las propias expectativas… Tanto que a veces esa visión termina condenando a quienes no pueden acceder a esos lugares o cumplir los requisitos a la marginalidad. «Y todo lo que suponga una discriminación por sistema es una fuente de retroceso social«, dice la experta.
«Es algo por lo que todos vamos a pasar. Envejecer es la mejor alternativa posible, la otra es morirse. Pero tenemos esa visión tan negativa que hace que esas personas no puedan vivir en condiciones óptimas de bienestar y ello tenga consecuencias en su salud mental», señala la socióloga. Por ello, continúa Lebrusán, es fundamental para la dignidad de los mayores concienciar y hacer ver que se están generando «conceptos erróneos basados en el desconocimiento» y que, además, dan lugar a grandes pérdidas.
Una de esas pérdidas se refiere a la disminución de las relaciones intergeneracionales, entendidas como el «libre intercambio bidireccional entre grupos». «Todo el mundo tiene algo que aportar, conocimiento, experiencia», critica. Asimismo, hay que afrontar la gran epidemia de la desconexión no deseada.
Por otra parte, las consecuencias también pueden observarse a nivel de salud física. Según la OMS, aquellas personas con actitudes negativas sobre el envejecimiento pueden vivir 7,5 años menos que los que tienen actitudes positivas. En la misma línea, la organización destaca que la discriminación puede llegar a producir estrés cardiovascular.
A veces, hasta son los propios especialistas los que tratan de forma distinta a los pacientes en función de su edad, y no de su salud. En este sentido, un documento publicado por la OMS hace dos años destaca que los sanitarios tienen mayores probabilidades de no usar respiradores, hacer intervenciones quirúrgicas o diálisis a medida que aumenta la edad.
Con todo, en España apenas existen medidas directas para combatir esta forma de discriminación. Salvo algunas iniciativas de pocos ayuntamientos que se han interesado por esta cuestión, sobre todo de zonas rurales y vaciadas. Una «situación de abandono» que Lebrusán lamenta.