Público.- En la noche de los premios Oscar, el escrutinio de las elecciones legislativas en Portugal ha tenido el suspense, la emoción y los giros de guion de las grandes películas. Todos los sondeos, incluso uno realizado este domingo a pie de urna, daban como ganador al conservador Luís Montenegro sobre el socialista Pedro Nuno Santos. La victoria parecía clara según avanzaba la noche. Sin embargo, la distancia entre ambos candidatos se fue estrechando al final del escrutinio. Tanto que cuando solo quedaban por contar unos cuantos miles de votos, se vislumbraba un empate técnico entre ambos partidos.
Finalmente, con el 99% escrutado, Montenegro se impone por la mínima obteniendo 79 escaños y el 29,50% de los votos, apenas unas décimas por encima de Nuno Santos, que cosecha 77 diputados con el apoyo del 28,66% del electorado, aunque todavía quedan por decidir cuatro diputados —los que corresponden al voto exterior— de los 230 que forman la Asamblea de la República.
En cualquier caso, ninguna de las dos grandes formaciones portuguesas consigue mayoría ni la tendrá con el apoyo de sus socios preferentes, porque las urnas conceden un excelente resultado a la extrema derecha de Chega, con más de un millón de votos (el 18%) que le permite multiplicar por cuatro su presencia parlamentaria, de 12 a 48 escaños. Su controvertido líder y candidato, André Ventura, fue el gran vencedor de la noche, y nada más comenzar el escrutinio se apresuró a proclamar el «fin del bipartidismo» en una comparecencia a los medios tras salir de misa. Ventura, que fue seminarista y también televisivo tertuliano de fútbol, también pidió a Luís Montenegro formar un gobierno de coalición: «Es lo que Portugal quiere».
En efecto, el electorado portugués se ha decantado por las derechas apenas dos años después de otorgar una inesperada mayoría absoluta al socialista Antonio Costa, cuya dimisión en noviembre (salpicado por un caso de corrupción) provocó el adelanto electoral de este domingo. Las cifras de participación experimentaron un notable ascenso, pasando del 52,19% de 2022 al 63,33%, el mejor dato desde 1995 en un país con elevados porcentajes de abstención. En total, la fragmentación del voto ha abierto las puertas de la Asamblea de la República a ocho formaciones políticas, aunque deja un escenario de total incertidumbre política en Portugal.
Luís Montenegro, que se estrenaba como candidato, logra su tímida victoria liderando la coalición Alianza Democrática, impulsada por el tradicional partido de la derecha portuguesa, el Partido Social Demócrata (PSD), junto a otras formaciones democristianas. Sus resultados apenas mejoran en dos diputados los obtenidos por el PSD en solitario hace dos años, y resultan insuficientes para constituir Gobierno. En los últimos meses, Montenegro ha insistido en que no pactará con la extrema derecha que lidera André Ventura, antiguo compañero del PSD que abandonó el partido en 2019 para fundar Chega.
La promesa de Montenegro se pone a prueba a partir de ahora. También la que lanzó el candidato socialista, Nuno Santos, el pasado 19 de febrero en un debate televisado, cuando aseguró ante casi tres millones de espectadores que no impediría gobernar a Montenegro si el Partido Socialista no ganaba las elecciones.
Lejos de la mayoría absoluta que en la Asamblea de la República marcan los 116 escaños, el conservador Montenegro aspiraba a sumar junto a Iniciativa Liberal, aunque esta formación se estanca y repite sus resultados de 2022, cuando obtuvo ocho escaños. Al otro lado del hemiciclo, la izquierda tampoco consigue aproximarse a la mayoría necesaria para revalidar la geringonça, el acuerdo tripartito que aupó al poder al socialista Antonio Costa en 2015. Tanto el Bloco de Esquerdas (que estrenaba candidata, la economista Mariana Mortágua) como Coalición Democrática Unitaria (integrada por comunistas y verdes) quedan por debajo del 5% de los votos, con cinco y cuatro diputados respectivamente. Además, la formación izquierdista Livre obtiene cuatro escaños, y los animalistas del PAN, un diputado. Si se mantiene el cordón sanitario a Chega, ninguno de los bloques ideológicos tiene el respaldo parlamentario para gobernar con un mínimo de estabilidad.
Las elecciones anticipadas de este domingo han supuesto el punto y final a nueve años de ejecutivos del socialista Antonio Costa. «Salgo de jugar en el campo, para irme a la grada como un aficionado más», dijo este domingo a los periodistas tras votar en Lisboa. El pasado 7 de noviembre, Costa supo que el Tribunal Supremo le investigaba por unas supuestas irregularidades en la concesión de la explotación de yacimientos de litio y de proyectos de hidrógeno verdes que implicaban a su jefe de gabinete, Vítor Escária, y al empresario Diogo Lacerda Machado (amigo del primer ministro), ambos detenidos aquella mañana. Costa presentó entonces su dimisión «para preservar la dignidad de las instituciones democráticas» al considerar la investigación judicial «incompatible con la dignidad del cargo» de primer ministro. «Yo no estoy por encima de la ley», añadió tras asegurar que se marchaba con la conciencia tranquila. Meses después, todavía se desconoce si existen pruebas que impliquen al político socialista, que a sus 62 años se ha matriculado en un posgrado dedicado a litigios, mediaciones y arbitrajes en la facultad de Derecho de la Universidad Católica de Lisboa.
Costa deja como herencia económica una deuda pública —el lastre de Portugal durante los peores años de la crisis— por debajo del 100% del PIB, mientras la inflación se mantiene en un 2,5% y el desempleo no alcanza el 7%. Cifras en apariencia positivas, pero que no se trasladan a la vida cotidiana de la ciudadanía lusa. «Económicamente estamos muy mal», sentenciaba este domingo Ana, estudiante de 24 años que se desespera para poder pagar un «apartamento» y le quede después «dinero para comer».
El treinteañero João también anhela mejores salarios y alquileres asequibles. «Está imposible vivir acá», resumía en portuñol. En la freguesia lisboeta de Areeiro, la palabra más compartida durante esta jornada por electores de todo signo era mudar (cambiar). «Para el país sería bueno un cambio, porque hay cosas como la educación y la salud que están muy mal», explicaba Antonio, de 82 años, después de votar aprovechando la pequeña tregua que daba el cielo durante la mañana tras una semana de fuertes precipitaciones en Portugal que dejaron hasta nieve en algunas zonas.
El deterioro de los servicios públicos, especialmente la sanidad y la educación, son notorios y visibles. En el barrio de Penha de França de Lisboa, unos carteles a las puertas de la escuela de arte António Arroio recordaban a los electores que entraban a votar que en ese centro faltan profesores. No muy lejos de allí, en el complejo deportivo Casal Vistoso, ejercía su derecho de sufragio Vasco, de 32 años y trabajador en una empresa de seguros, aunque lo hacía apesadumbrado. «Vengo a votar desanimado», confesaba en el pabellón donde estaban desplegadas las mesas electorales. «El país está girando a la derecha, muy a la derecha. La extrema derecha está enfrentando a pobres contra miserables, acusando a los migrantes de todos los problemas del país, de la falta de vivienda, de la falta de empleo y de los bajos salarios. Y el racismo se empieza a manifestar más en la calle, algo que no ocurría antes», relataba augurando los excepcionales resultados de Chega, que robustece su posición como tercera fuerza política en Portugal, un país donde la extrema derecha no tuvo representación parlamentaria hasta 2019.
El histórico ascenso de los ultras -cuyo lema en campaña ha sido Limpiar Portugal– coincide, además, con la próxima conmemoración del 50º aniversario de la Revolución de los Claveles que acabó con la larga dictadura impuesta durante décadas por António de Oliveira Salazar.