Marine Le Pen está consiguiendo que el mensaje ultra prenda en Francia
El Frente Nacional ganaría hoy las elecciones europeas
MIGUEL MORA. EL PAÍS.- La sede del Frente Nacional (FN) está en un moderno edificio gris y azul de tres pisos situado en una estrecha calle de chalés en Nanterre, en la periferia mestiza de París. El partido más pujante y en boga de Francia se dirige desde un lugar de apariencia clandestina, acorde con su fama de hermetismo y extremismo. Desde el exterior no hay forma de saber lo que hay dentro. Ni una placa, ni un distintivo. Al entrar, solo se ve un pequeño jardín, un aparcamiento para cinco o seis plazas y una bandera francesa.
Bajo la bandera hay una espantosa estatua de hierro de metro y medio de alto de Juana de Arco, la heroína que resume las raíces del partido fundado en 1972 por el paracaidista fascista Jean Marie Le Pen: católica, desgarrada y patriota. Así es también Marine Le Pen, hija menor del fundador y presidenta del partido desde el 16 de enero de 2011. Bautizada como Marion Anne Perrine Le Pen, nacida en 1968 en Neuilly sur Seine —entre Nanterre y París—, madre de tres hijos y dos veces divorciada, esta mujer alta, de anchas espaldas, de ojos verdes y labios muy finos, ha heredado de su padre no solo el cargo y el empuje sino también su oratoria: brutal, eficaz y punzante, punteada de una ironía feroz y naturalmente demagógica.
Hoy —el viernes— hay conferencia de prensa en la sede del FN, y Marine Le Pen despliega ante una quincena de periodistas todos los atributos que la han convertido, según indican las encuestas, en la única oposición fiable del cada vez más impopular Gobierno socialista. Le Pen —vaqueros, tacones, chaqueta de fantasía, el pelo recogido con una pinza— llega a la hora en punto a la sala de prensa, adornada con carteles y proclamas del FN y cubierta por una moqueta sucia y desgastada, con seis o siete miembros del comité político. Ninguno lleva corbata, salvo el escolta de la presidenta —otra herencia de su progenitor—, un educado cabeza rapada que debe medir dos metros.
Ahí está Florian Philippot, la cara joven, desenfadada y amable del partido, que es el vicepresidente encargado de la estrategia política, y Alain Vizier, el veterano jefe de prensa. Los dos ríen con las chanzas de Le Pen, unas preparadas y otras improvisadas. El discurso leído y en primera persona es un ataque frontal contra la política económica de Hollande. Las cifras de paro acaban de conocerse, y en septiembre hubo 60.000 nuevos desempleados. “Estoy muy inquieta por la capacidad de Hollande para invertir la curva del desempleo antes de fin de año”, lanza poniendo hiel a la gran promesa del presidente. Y le exige tres medidas.
Una: cierre inmediato de las fronteras comerciales de Francia “para luchar contra la competencia desleal de Alemania, que paga salarios imbatibles de 300 euros en un régimen de neoesclavitud”. Dos: referendo para salir de la Unión Europea, “que solo protege a los bancos y machaca a los ciudadanos”, y para abandonar el euro, “esa aberración económica impulsada por los bancos”. Y tres: aprobación de una ley para proteger el Made in France.
Luego dedica una puya al primer ministro Jean-Marc Ayrault (“ausente, buen soldadito europeo”), al titular de Economía, Pierre Moscovici (“inexistente, trabajando en un empleo ficticio, y dedicado a preparar su aterrizaje en la Comisión Europea”), y al de Industria, Arnaud Montebourg (“creímos en él, pero solo le preocupa su carrera”), y exige a Hollande que reciba a los jefes de los partidos en el Elíseo “para unir a la nación en torno a la recuperación económica y el empleo”. Y remata: “Comprendo que después de enfrentarse a Leonarda —la joven gitana deportada a Kosovo— es difícil ponerse firme ante Angela Merkel, pero ha llegado el momento de parar a Alemania”.
Cuando acaba el repaso, Le Pen baja del estrado, se burla un poco de la familia de Leonarda Dibrani (“son como la familia Adams”), saluda a “los amigos españoles”, bien alto para que lo oiga la prensa local, y nos invita a subir a su despacho, en la tercera planta. Se sienta y fija su mirada de hielo sobre el visitante.
—Se dice que el Frente Nacional es ya una alternativa de poder. ¿Es así?
—Viendo la incompetencia del Gobierno, no parece difícil. Estamos intentando colocar a Francia otra vez en los raíles y tratando de proponer un camino diferente para Europa. La realidad es que, si seguimos así, no se salvará nadie, salvo Alemania.
—Los sondeos de las europeas le dan un 25%, y los de las municipales, un 24%. ¿Cree que aguantará así hasta la primavera?
—Las elecciones son siempre imprevisibles, pero hay una corriente de fondo muy favorable al Frente Nacional y a sus soluciones. La derecha y la izquierda defienden la política económica europea porque beneficia a sus intereses y a los de la oligarquía. Creo que en las municipales sacaremos un muy buen resultado, y en las europeas, entre 15 y 20 escaños, multiplicando por seis o siete los tres que tenemos ahora.
—¿Qué le parece que Manuel Valls, el ministro de Interior, copie sus ideas?
—Es Sarkozy 2.0. El mismo software con los mismos bugs (agujeros de seguridad) en el disco duro. Habla mucho, enseña los músculos, pero no puede hacer nada. Para evitar que vengan los gitanos de Rumanía y Bulgaria hay que prohibir su libre circulación o salir de Schengen. Aquí les damos ayudas de 75 euros diarios, y eso es un aspirador enorme que no podemos permitir.
—¿Ha terminado la tarea de desdemonización del Frente Nacional?
—Según las élites, no; pero, según el pueblo, es evidente que sí.
—La crisis da alas a la extrema derecha y a los partidos antisistema, como el de Beppe Grillo. ¿Se parecen ustedes?
—Nosotros somos serios, llevamos 30 años en política y hemos sido siempre un partido patriota y antisistema. Ellos son nuevos, son un movimiento humorístico. Nosotros somos un partido de Gobierno y tenemos una oferta política coherente y completa. No creo que sea el caso de Grillo.
—¿Cree realmente factible salir del euro?
—Es posible una salida organizada, pactada con los socios europeos. Es mucho mejor eso que una explosión, que sería dramática. Hay que preparar gradualmente la salida, depreciando el euro para dar oxígeno a las economías nacionales. Y en unos meses, suprimirlo.
—¿Cree que el Frente Nacional llegará a gobernar Francia alguna vez?
—Tenemos esa intención, y creo que accederemos al poder en los próximos años. Uno de cada cuatro franceses nos apoya, sea cual sea la elección que se analice.
Ha pasado el cuarto de hora concedido. Mientras Marine Le Pen posa para las fotos, su jefe de prensa explica que ella es la artífice del cambio de imagen del partido, y que su secreto es que sabe escuchar a sus asesores y decidir la línea. Además de su inteligente labor de legitimación, Le Pen ha sabido cabalgar en la política ultraliberal de la Unión Europea, la renuncia de la izquierda europea a sus valores solidarios, el creciente aliento populista del centro derecha, y el miedo de los franceses a perder su calidad de vida.
Las ideas xenófobas y proteccionistas del Frente Nacional parecen seducir cada vez a más ciudadanos desamparados ante una crisis que entra ya en su sexto año. Cada vez más, sus ideas nacionalistas e identitarias impregnan los discursos de los dirigentes de la derecha, y ahora también de los socialistas, como se ha visto en la reciente andanada antigitana de Manuel Valls, y en las proclamas proteccionistas y eurohostiles del titular de Industria, Arnaud Montebourg. Unos y otros copian y pegan programa y tesis de la ultraderecha, poniendo la inmigración y la seguridad en el centro del debate político.
“De repente, es como si el Frente Nacional no necesitara ganar las elecciones”, resume el sociólogo Eric Fassin, “porque sus ideas son defendidas desde el poder y desde la oposición”. El viejo líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, solía decir que los electores prefieren el original a la copia. Y eso está pasando en Francia. Según Fassin, el motivo fundamental del auge de la ultraderecha no obedece a méritos del Frente Nacional, sino a “la estrategia desastrosa de la derecha y la izquierda, que han pasado de decir en los años ochenta que Le Pen padre hacía las buenas preguntas a decir que Le Pen hija tiene las buenas respuestas”.
Especialista en extremismos y profesor en la Universidad París VIII, Fassin sostiene que la UMP y el PS “se empeñan en hablar de inmigración y seguridad como si ese fuera el tema que más preocupa a los franceses, pero no es cierto. Las encuestas revelan que las grandes inquietudes son el paro, el poder adquisitivo y la salud, no la inmigración. Pero la derecha prefiere hablar de lo que habla el Frente Nacional, y los socialistas renuncian a hablar de protección social para hablar de lo que habla la derecha. Ese fue el mensaje de Hollande al salir en televisión para ofrecer unas migajas de solidaridad a Leonarda: la prioridad es la inmigración”.
Y los ejemplos se suceden. “Valls utiliza un lenguaje de extrema derecha al decir que los gitanos son distintos y luego impulsa una reforma de la política de asilo. El líder de la UMP, J.F.Copé, saca a subasta la reforma de la ley de nacionalidad. Con enemigos así, Le Pen no necesita amigos”.
La razón del coqueteo con la ultraderecha del Gobierno de François Hollande y de la oposición es que sus ideas económicas se parecen mucho, añade Fassin: “Los dos defienden a Europa y a los mercados. Aunque los socialistas criticaron la austeridad, han acabado aplicándola. Le Pen propone otra cosa, salir del euro y cerrar Europa, y dice que UMP y PS son lo mismo. Los socialistas se empeñan en darle la razón. En economía, derecha e izquierda son casi idénticos. Y en inmigración e identidad nacional, cada vez más. El resultado es que los dos refuerzan al FN porque asumen sus posiciones culturales”.
En todo caso, Fassin considera que la derechización de la sociedad francesa no es real. “Es la política la que se ha lepenizado”. Respecto al auge de la ultraderecha en Europa, el esquema imita al francés: “La izquierda europea moderada sigue defendiendo la política neoliberal europea, que es de derechas tanto en economía como en inmigración. La respuesta de Bruselas al drama de Lampedusa es reforzar el Frontex, la policía de fronteras. Y la respuesta a la deportación de Leonarda ha sido el silencio. Mensaje: desregulamos la libre circulación de mercados y capitales, y a cambio restringimos la de pobres y trabajadores. El lazo entre la política económica y la de inmigración es obvio: la amenaza no son los mercados ni los ricos; viene de fuera y son los pobres”.
Lo que parece indudable es que Marine Le Pen ha conseguido ya gran parte de su objetivo, convertirse en el centro de la política nacional. Y, como sucede a veces en Francia, detrás del auge y la cuidadosa renovación del partido hay una relación de pareja. La presidenta del partido es desde 2009 la pareja del exprofesor de Derecho Constitucional Louis Aliot (Toulouse, 1969), vicepresidente del FN y director del club Ideas& Nación, creado en 2011, que hace las veces de think tank del partido.
La hija del fundador tomó el relevo de su padre aquel año, y en mayo de 2012 obtuvo el mejor resultado de la historia en el primer turno de las presidenciales, con el 17,9% de los votos. En apenas dos años y medio, Le Pen, Aliot y Philippot, tres lobos con piel de cordero, han transformado el Frente Nacional en una maquinaria cada vez más sólida. El partido ha cuadruplicado sus militantes, que han pasado de 14.000 a más de 70.000, y “ha montado una red nacional mucho más extensa con jóvenes formados en la línea de Marine, con cursos organizados por la dirección”, según cuenta Louis Aliot.
Su análisis es que el Frente Nacional “está en el camino de convertirse en un gran partido, en un movimiento joven y moderno llamado a gestionar primero los organismos locales y luego Francia”. De origen valenciano y argelino, Aliot es el ideólogo de la refundación o la normalización del Frente Nacional.
“Lo primero que queríamos erradicar era la imagen fascista”, explica el número dos de Le Pen. “Teníamos la rémora del antisemitismo, pero nos reunimos con las asociaciones de esa comunidad y les dejamos claro que reconocemos lo que pasó en la II Guerra Mundial y que no tenemos prejuicios hacia los judíos. Les explicamos que nos preocupa la islamización de Francia, la inmigración que quiere imponer su fe y no respeta la Constitución; y la austeridad que impone la Europa ultraliberal y ha llevado a la quiebra a Grecia, Portugal y España”.
El éxito del lavado estético de Aliot y Le Pen ha sido mezclar las viejas tesis xenófobas y nacionalistas y los mensajes racistas y antieuropeos usando el lenguaje antisistema de la izquierda radical, como el Frente de Izquierdas de Jean-Luc Melénchon, para dejar atrás —o al menos poner en un segundo plano— su pasado filonazi.
“No somos extremistas y tampoco somos los herederos de Vichy, o al menos no tanto como Mitterrand, que recibió su medalla del mariscal Pétain”, se defiende Aliot. “Es verdad que en la fundación hubo colaboracionistas, gente que se equivocó. Pero muchos franceses no quieren saber nada del pasado, y otros no lo conocieron y piensan en el futuro. Esa es nuestra estrategia. Somos la imagen de Francia. Somos franceses como los demás, gente normal que trabaja y tiene hijos. Somos patriotas y euroescépticos, y representamos al pueblo en su combate contra la oligarquía política y financiera que ha confiscado el país”.
El próximo movimiento de Marine Le Pen es forjar una alianza europea de “partidos patriotas y euroescépticos”. El miércoles, la presidenta del FN viajó a Estrasburgo e inició los contactos con grupos de extrema derecha de Austria y Reino Unido. “La crisis es consecuencia de la política europea. Buscamos socios que compartan esa visión. Y estamos seguros de que en España habrá gente del Partido Popular que piense igual”, concluye Aliot.