El asesinato de un jornalero africano en Calabria ilustra el clima de tensión que el nuevo ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, ha sabido explotar para el crecimiento de la Liga
10/06/2018 El País.- Un reguero de bicicletas atraviesa la nube de polvo y regresa al campamento de San Ferdinando (Calabria) por un camino de tierra. A las tres de la tarde los jornaleros africanos vuelven tras 12 horas en el campo por 25 euros. “Son como bestias”, masculla un policía con una colilla de puro en la boca. Pero Soumayla Sacko, un maliense de 29 años, no regresó el pasado sábado. Su barraca, una precaria estructura de madera al final de un camino de fango con excrementos y bidones de aceite a un lado y otro, había ardido y se fue con dos amigos a buscar algo de hojalata para reconstruirla. Iba a ser llegar a la fábrica abandonada, coger el material y volver. Pero un tipo bajó de un Fiat Panda blanco, sacó una escopeta de perdigones y empezó a dispararles. Cuatro veces. A Soumayla le voló la cabeza y lo dejó tirado en un charco de sangre. Luego se fue a por Fofana y Drame, que corrieron entre los olivos durante 20 minutos aterrorizados con el escozor de los perdigones en las piernas. Nadie les ayudó.
El sur es el nuevo campo de batalla político. Especialmente para las dos formaciones que gobiernan el país —Liga y Movimiento 5 Estrellas— que, tarde o temprano, volverán a verse las caras en las urnas y han centrado sus propuestas en este terreno. Y Calabria (1,9 millones de habitantes) es el premio gordo. Uno de cada tres habitantes vive en el umbral de la pobreza y la renta per cápita (16.500 euros), la más baja de Italia, es casi tres veces menor a la de Bolzano (41.100), la provincia más rica. Si uno nace aquí, tiene una expectativa de vida 4 años menor que en el norte. Una tormenta perfecta entre inmigración descontrolada (630.000 en los últimos cuatro años), agricultores y empresarios que braman contra Europa y un crimen organizado que controla con precisión militar la mano de obra africana y el sistema de ayudas para la acogida. “Aquí no hay nadie explotado. Esto es un pacto de solidaridad entre los trabajadores y los empresarios, que no pueden pagarles más que esos 25 euros si tienen que vender las naranjas a 0,3 euros el kilo. La culpa es de Europa y las cuotas”, señala Antonella, miembro de una asociación católica que asiste a inmigrantes. El mantra de la Liga cala en el sur de Italia.
Matteo Salvini, que no ha hablado en toda la semana del asesinato pese a ser el nuevo vicepresidente y ministro del Interior, se presentó por el colegio uninominal de Calabria a las elecciones y hoy es senador por dicha región. 49.797 votos. No hace tanto, sin embargo, su partido se llamaba Liga Norte y gritaba contra el sur de Italia. Pero la metamorfosis en un artefacto político nacional y lepenista funcionó tan bien que volvió tras las elecciones a Rosarno, un Ayuntamiento disuelto dos veces por infiltración mafiosa, para dar las gracias. Aquel día dos miembros el clan Bellocco de la ‘Ndrangheta, según contó Repubblica, se sentaron en la primera fila para aplaudir. Aquí votaron a la Liga en 2013 el 0,07%. Cinco años después ya son el 13,82%.
Soumayla encontró en este pedazo de Europa su tumba después de cruzar media África y el Mediterráneo. Trabajó en los campos de naranjos, se partió el lomo recogiendo cebollas. Se unió al sindicato de jornaleros y peleó por los derechos de otros trabajadores. Se convirtió en un líder siempre dispuesto a echar una mano. Los 25 euros al día, explican los dos amigos que sobrevivieron, no daban ni para mandar algo a su mujer y a su hija a Malí. Pero él y todos los que llegan son un negocio redondo. Además de la mano de obra reventada, las ayudas que el Gobierno destina a la acogida (35 euros día por adulto, 45 por menor) se han convertido en una manera de sortear la quiebra de determinados negocios.
Fofana y Drame no han vuelto al campo, donde sus compañeros buscan acomodo a la familia de Soumayla, recién llegada de Malí para encargarse del cadáver. Ellos no fían de nadie y esperan noticias en un centro social de un pueblo cercano a San Calogero, donde mataron a su amigo. Un agricultor emparentado con un clan de la ‘Ndrangheta fue detenido el jueves acusado del crimen. Él lo niega todo, pero estaba a punto de fugarse a casa de unos familiares en el norte de Italia. Ahora deberán señalarlo en el juicio. Drame cree que su largo viaje no ha valido la pena. “Pensaba que esto era un país de ley. Creía que estas cosas solo sucedían en Libia, donde nos trataron como a animales”.