La cara oculta de la migración de las mujeres

| 22 mayo, 2018

Un estudio desvela cómo los datos migratorios perpetúan la invisibilidad de las muertes de las mujeres. Un enfoque imprescindible para entender desde el por qué de las causas de fallecimiento, hasta los riesgos a los que ellas se enfrentan en las rutas o en sus países de origen.

21/05/2018 Publico.- “De las casi 27.000 muertes y desapariciones de migrantes que hemos documentado desde que empezamos en 2014, sólo para el 31% tenemos información sobre el sexo de la persona fallecida o desaparecida. Quiere decir que para el 59% de los casos no conocemos el sexo de la persona que falleció”, comenta Marta Sánchez, investigadora de Missing Migrants Project, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Los medios de comunicación mostramos solo datos sobre las muertes de migrantes en sus rutas, pero tras las cifras se esconde una realidad. El género es determinante por los motivos de salida de sus países y, aún más, en el camino migratorio. Sánchez, junto a su compañera Kate Dearden, han publicado un estudio donde analizan los datos por sexo. “Uno de los motivos de esa falta de una perspectiva, en nuestra opinión, puede estar en que hasta hace relativamente poco las mujeres migrantes han permanecido bastante `invisibles´ en la narrativa sobre la migración, o siendo mencionadas exclusivamente como acompañantes o dependientes de los hombres migrantes”.

La variable que estas investigadoras proponen da un vuelco a la interpretación de los resultados, en la medida en que “el sexo, la identidad de género y la orientación sexual de las personas configuran cada etapa de la experiencia migratoria”. Estas investigadoras describen cómo este enfoque permite comprender situaciones concretas, como la mayoría de muertes por ahogamiento en mujeres, probablemente, porque son ellas las que “viajan bajo la cubierta de los barcos, lo que les dificulta la salida en caso de naufragio”, comentan. Proponen que el análisis por sexos también potenciaría otras líneas de investigación.

Una de ellas, el cómo afecta a las mujeres (esposas, madres o hijas) los emigrantes desaparecidos. Desde el estado emocional, al legal, pasando por el económico, social y afrontar una nueva vida con esa ausencia. Consideran que este tipo de análisis permitirían “evaluar el impacto de las políticas y prácticas migratorias, y para apoyar los esfuerzos de identificación de los cuerpos que se encuentran”.

Los motivos que las empujan a salir o los peligros que enfrentan en las rutas son algunos de los aspectos que también trabaja la asociación Alianza por la Solidaridad, que centra parte de su trabajo en visibilizar la situación de estas mujeres. En sus lugares de destino inician una nueva vida, pero no pueden olvidar aquel día en el que decidieron dejar sus países de origen. Muchas de ellas sobreviven y no forman parte de esas estadísticas que las deja invisibles. Por eso tienen voz para acercarnos, aunque sea un poco, a lo que ellas vivieron. Dos mujeres, que cambiaron sus vidas y se salvaron en sus países o caminos migratorios, nos relatan sus historias en primera persona.

“Pienso en aquella ruta, de miles de kilómetros, y recuerdo que en cada momento temía perder la vida”.

Me llamo Alima Ngoutane. Emigré desde Camerún porque mi hija nació con una discapacidad intelectual. En África a esos niños los consideran como animales. Era el año 2012. Yo tenía 17 y tuve que dejar la escuela. Los amigos me dieron la espalda, ni siquiera me prestaban los libros. Yo soy musulmana y estaba mal visto que me enamorase de un cristiano. La tribu y su cultura suponen que me salté esa “ley” y que Dios me “castigó”. Mi familia política daba a entender que yo había embrujado a mi pareja y le decían que él no podía tener a una niña “serpiente”, como los llaman allí. Las mujeres que tienen hijos con alguna discapacidad están apartadas en la sociedad, los maridos las abandona en el 95% de los casos. Tampoco les dan trabajo, la gente lanza piedras a esos niños, te dicen que deben morir o que los dejes atados a un árbol. Y como no existen neurólogos o logopedas, tampoco tienen posibilidades de mejora.

Poco después de un año del nacimiento de mi bebé, le dije a mi madre y a mi marido que intentaría llegar a Europa. Le debía un mejor futuro a mi hija. Para llegar a Nigeria atravesase todo Camerún. Cada paso de la ruta tiene su guía. A veces vas en autobús, luego en tren, luego otra vez el bus… En aquel comienzo había más mujeres que hombres. La dificultad de ser mujer es que cuando llegas a un país que no es tuyo, corres el riesgo de que la policía piense abusar de ti.

En Cotonú llegamos a un hostal y había unas 15 o 17 mujeres. A las tres de la madrugada llegó la policía. Sabía que venían a por nosotras porque somos mujeres nuevas que quieren “estrenar”. Yo, además, tenía leche aún en mi pecho y lo tenía muy hinchado. Mi protección fue mostrar el contacto de un amigo, cuyo padre era conocido. Dijeron que no me podían tocar pero las mujeres que se llevaron, cuando regresaron, ya no eran las mismas. En Mali me cambiaron la identidad.

Luego crucé el desierto, en jeep, acompañadas de los tuareg. En mi caso iban unos 70 hombres y 2 mujeres. Una era la mujer del tuareg. Yo, como musulmana, iba con burka, y entonces tienen miedo porque saben que si nos violan, les pueden lapidar. Las mujeres cristianas en esa ruta sí corren más riesgo. En el desierto, a muchas las violaban y les robaban dinero. En Marruecos tienes que pagar de nuevo a la mafia y en el bosque nos separaban por países. Las violaciones están más en el gueto de Nigeria, porque la mayoría son mujeres vendidas para prostituir y allí las “entrenan” para lo que tienen que hacer. Las violan repetidamente. Estar en el gueto de Camerún me salvó porque somos mujeres sin deuda que viajamos por necesidad. Una noche ya pudimos cruzar, pero en nuestro caso era sin lanchas.

Se las dieron a las nigerianas porque como tienen la deuda, se tienen que asegurar de que llegan. A nosotros nos dijeron que cruzáramos a nado. Recuerdo el frío de la noche, las olas grandes y tragar agua salada. Hasta que ya perdí el conocimiento y amanecí en un hospital. En el CETI conocí a mujeres que estaban embarazadas porque fueron violadas en las rutas y las madame las hacen abortar, para poder prostituirlas; pero llegando embarazadas también se aseguran de que no las devuelven en caliente.

Pienso en aquella ruta, de miles de kilómetros, y recuerdo que en cada momento temía perder la vida. Cuando coges el camino es o la muerte o vivir. Antes de irme dejé una carta porque no sabía si sobreviviría. Mi marido llegó a España después, porque a las pocas semanas de yo partir salió para Italia. Mi hija ya llegó en 2011. Cuando veo a ella aquí, feliz, sé que valió la pena. La tratan bien. Por eso creé mi asociación Mirando por África, aunque precisamos donativos y voluntarios para avanzar. Necesitamos una sociedad que reconozca una educación inclusiva, y que disponga de los medios y maestros necesarios para que estas personas puedan vivir”.

“Un agente, con el que contacté, me avisó de que el billete para venir me costaba 3000 euros”.

“Me llamo Bernarda Barrios, tenía 33 años en el año 2007 cuando me planteo venir a España porque en mi país no tenía para dar de comer a mis hijos. Yo vivía en Paraguay y tenía tres hijos de 12, 8 y 4 años. Vivía con mi marido y a pesar de trabajar en casa de una familia y, luego, en costura, no me alcanzaba el dinero. Un día le dije a mi esposo que así no podía seguir y que para sacar hacia delante a los niños, yo iba a tener que emigrar. Fue entonces cuando me abandonó.

Se me cayó el mundo encima. Fue muy duro. Él se fue con una mujer y yo me quedé con los tres hijos. Mi madre y mis hermanos me ayudaron mucho. A ratos pensaba quedarme, pero resultaba imposible porque en Paraguay trabajaba muchísimo para ganar poquísimo. Además de la comida, necesitaba el bono de transporte de los niños para ir al colegio, que estaba lejos. A veces, a mi hijo mayor, le tenía que decir que se fuese andando los kilómetros que separaban la escuela de la casa.

Había días que no teníamos ni para comer. Tampoco para el agua o la luz, que en mi país es carísima. Yo me mantenía con un dólar al día, abría los muebles y casi no había nada. Me quedaba sin comer yo, la primera. Un día solo tenía café negro para comer y unas galletas tostadas pasadas… preferí decir a mis hijos que se fueran a dormir. Cuando podía compraba algo de carne porque en mi país es barata; pero el pescado era imposible. Esta situación llegó a afectar a la salud. Casi diez años después yo sigo sufriendo anemia, estoy en tratamiento. Cuando me quedé embarazada del más pequeño estaba mal económicamente y la comida era muy poca. Aquello fue el inicio de mi anemia, y también la de mi hijo, que nació con aquel problema. Sufrió una larga temporada porque estaba muy mal, pero gracias a dios tengo una hermana que le compró el medicamento. Allí comprar medicamentos es un lujo.

En mi país, siendo madre abandonada, no tengo apoyo gubernamental porque además mi marido se fue con otra mujer y no me dejó nada de ayuda para mantener a los hijos. No se hizo cargo de una parte económica y aún a día de hoy, ni consigo divorciarme de él ni tengo manutención para ellos. De hecho tuve que regresar luego a mi país porque yo enviaba desde España dinero para tramitar mi divorcio y no avanzaba. En el juzgado pregunté por mi expediente. Me dijeron que se metió en mesa de entrada y nunca se movilizó. Yo pagué incluso unas publicaciones públicas en prensa donde debe aparecer mi solicitud de divorcio durante 15 días.

Somos mujeres discriminadas en nuestro propio país porque no tenemos de una asociación o ministerio que nos ayude, oriente y apoye. Tampoco tenemos apoyo en temas psicológicos. Nada, no hay nada. Además nuestra imagen queda muy discriminada porque parte de la sociedad piensa que venimos a trabajar en la prostitución, incluso entre gente de familia o amigas, y desde fuera nos ven como un cajero automático para enviar dinero. Con suerte, no hablo por mi familia, que no me trata así, pero muchas mujeres lo sufren con los suyos. En cambio, el hombre queda exento de esa mala imagen o estigma.

Yo salí de mi país totalmente en silencio, sólo lo sabía mi gente más cercana. Con el tiempo sé que algunos vecinos me criticaron, también personas del entorno de mi ex marido. Incluso a mi nena en el colegio le dijeron que los abandoné para venir a España en busca de un hombre. Por suerte mi familia siempre les contó la verdad y ellos no se dejaron afectar por lo que dijeran. Les han hablado mucho, mucho de mí; y yo he hablado por Messenger todo lo que he podido con ellos.

Un agente, con el que contacté, me avisó de que el billete para venir me costaba 3000 euros. Aquí una mujer me compró por ese precio y nada más llegar me puso a trabajar para devolverle el dinero. Cuando lo pagué todo me sentí feliz, porque ya podía tener dinero para enviar a mis hijos. Trabajé de interna en una casa. Les dije que me quedaría porque trabajar no me importa, que lo que me importaba es que me trataran bien. Pero un día, la señora de la casa me gritó y trató fatal. Yo no tenía documentos, pero me fui a buscar otra casa. No tenía papeles, pero sé que tengo derecho a que nadie me maltrate. El 80% de la emigración de Paraguay en España son mujeres porque allí no se puede vivir como madre soltera o abandonada. Nos dan lo peor pagado, no tenemos una oportunidad y la discriminación es el motivo por el que dejamos nuestro país”. 

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