El feminismo avanza entre las nuevas generaciones, aunque entre ellos siguen predominando actitudes machistas. Aquí, siete adolescentes hablan sobre relaciones y control
ISABEL VALDÉS.- EL PAÍS.- —Mmm…Tóxico.
—Falsedad, sí. Falso.
—Un error, basura.
—Tradición, una tradición con una base muy extendida.
—Jodido. A secas.
—Heterobásico. Muy heterobásico.
—La gran mentira del siglo XX y XXI.
Pablo Mahía y su hermano Sergio, Ana Bello y su hermana Alicia, Lidia Guillén, Miguel Laorden y Teo Planell sueltan rápido las palabras con las que definen el amor romántico. Y Teo apostilla:
—Eso no es amor. Es amor mal entendido. Nosotros no queremos ese amor de mierda, con perdón.
Es 28 de febrero, jueves lardero, y por los pasillos del madrileño colegio Montserrat, un centro laico y concertado en Retiro, corren demonios y punkis. El patio está veteado de pelucas de colores y la música se cuela hasta el último rincón de las aulas. Los siete están entre 4º de la ESO y 2º de bachillerato —tienen entre 15 y 18 años—, todos tienen pareja o “cosas por ahí”, excepto Pablo, que acaba de cortar con su novia. Hablan de dependencia, malos apegos, control, la necesidad de espacio, autonomía o autoestima con soltura. La teoría, dicen, se la saben. No paran de repetírsela. Y cuentan que el feminismo les hace libres. A ellas de los estereotipos y las expectativas de los demás, a ellos también. Pablo, que da vueltas una y otra vez a uno de sus anillos, para un momento y hunde la mano izquierda en su densa maraña de pelo: “El feminismo nos libera de esos anacronismos en las relaciones. En gran parte gracias a él, nos permitimos relaciones más abiertas y más comprensivas”.
Pablo irá el año que viene a la universidad y es parte del 44% que se enfrenta a posiciones machistas en relaciones personales, roles o discriminación, según un informe difundido ayer por el Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud que explora las actitudes de los jóvenes de entre 15 y 29 años y que señala una clara polarización. Frente a ese 44%, con mayoría de mujeres (64,7%), más de la mitad de los jóvenes, el 56%, defiende actitudes patriarcales. De ellos, un 39% se tipifican como “tradicionales y sexistas” y un 17%, “negacionistas y conservadores”. Y en estos dos últimos grupos, son una mayoría de hombres.
Belén Barreiro, fundadora de la consultora 40dB, afirma que estos datos “concuerdan” con lo que ella percibe. “Que el 44% se adhiera a los valores de igualdad es un reflejo de cómo es la sociedad española, sobre todo entre los jóvenes, entre los que despunta el compromiso con el feminismo”. También le cuadra la parte tradicional: “Hemos detectado ese retorno a los discursos machistas, y nos resultan insólitos, sí, pero son una reacción a los avances”. Eso a lo que Barreiro hace alusión, es en lo que Lidia piensa cuando cuenta que, todavía, en 2º de ESO, “hay quien toca el culo”. “Y sí, claro, lo hacen los chicos”. También en su curso, en 2º de bachillerato, “ocurren cosas que no deberían. Chavales que acribillan a whatsapps o que quieren tener el control de todo lo que ocurre en el móvil de su novia. A veces también lo hacen ellas”. Pero lo normal, aseguran, es que sean ellos los que intenten ejercer el control. Es entonces cuando Ana recuerda algo que vio en Instagram hace no mucho tiempo: “En una storie [de Instagram], un chico le soltaba un guantazo en la boca a su novia porque ella se había besado con una amiga. Eso ya es subir muchos escalones, ¿no? Yo no lo he permitido ni lo permitiré nunca”.
Mar Venegas, profesora de Sociología en la Universidad de Granada y autora de un análisis sociológico de la política afectivosexual en la adolescencia, afirma que hoy, parte del debate, está en cuál es la relación entre las nuevas masculinidades y el feminismo. Cree que “ellas están cada vez más empoderadas, se han ocupado de educarse mucho en el feminismo y ellos andan a remolque. No hay equilibrio”. Aunque explica que hay un espacio de reflexión profundo que los ha ido contagiando, que comenzó en los años sesenta y ha ido lento, pero progresivo, y que cada vez es más rápido. “Hay menos corazas».
—La sinceridad es importantísima, creo que en una relación hay que contarlo todo.
Lo dice Sergio Mahía, a punto de cumplir 15, mientras trastea con los dos globos que hasta hace un rato le servían como pechos para su disfraz.
—Si existe respeto y confianza y sinceridad ya hay mucho ganado en una relación. Aunque no es lo mismo contar todo que hablar todo. Hablar es necesario, de todo lo que ambas partes necesiten, pero siempre hay que respetar que el otro tiene derecho a tener sus secretos y a mantener su parcela de privacidad.
Lo puntualiza Teo Planell, también nacido en 2004, mientras intenta quitarse la gomina de su media melena que ha sido parte de su caracterización para el desfile de Carnaval en el colegio y que le hace sentir poco cómodo.
Explicar emociones o expresar sentimientos ha sido históricamente, y mayoritariamente de forma negativa, acciones asociadas a lo femenino. El “tenemos que hablar” viene, casi de forma inherente, con la imagen de una mujer pronunciándola y un hombre con cara de circunstancias. Para ellos y ellas, ya no. Ana Bello, a punto de hacer Selectividad, cuenta que sus padres se separaron y que siempre le chirrió la falta de diálogo: “No hablaban de lo que sentían. Dar las cosas por supuestas me parece un error que se hace muy a menudo”. Para Pablo, que asiente mientras ella habla, una relación es impensable sin diálogo. “Es fundamental porque, sin él, no sabes qué o cómo se siente el otro. Es la base de cualquier relación”. Hasta ahora él solo ha tenido una. Duró un mes y el principio de su fin fue una carta en la que él le explicaba lo que sentía y a la que ella no supo contestar. “O no quiso. La cosa es que fue dando largas. Le dijo que no sabía hasta qué punto le podía corresponder. No fue franca ni creo que fuera respetuosa con lo que él sentía”, recuerda Ana. Miguel entra aquí en la conversación para recordar cuánto se «sacrificó» por estar con su primera novia. «Hacía a diario dos horas de metro, salía de casa a las cuatro o cinco de la tarde y volvía a las once o doce de la noche. Acababa reventado, todo por estar con ella porque ella me lo pedía. Pero me di cuenta de que no estaba haciendo lo que yo quería». ¿El amor implica sacrificio? Él dice que aprendió que no con esa primera novia.
Conversar, decir la verdad, respetar al otro y confiar son, para los siete, los elementos imprescindibles en una relación. “Sin ni una sola presión para estar con alguien si no quieres”, añade Miguel Laorden, que comparte curso con Ana. “Sin presión tampoco por parte del otro. Sin atosigamientos”, incluye Alicia Bello, dos cursos por debajo de su hermana y que, como ella, «no tiene tiempo para tonterías». Esta percepción de las relaciones está ya lejos de las ideas preconcebidas con las que, según Iskra Pavez, la sociedad ha sido educada hasta hace no mucho de forma mayoritaria «en determinadas creencias sobre el amor romántico, el erotismo, la sexualidad o los cuerpos». Esta doctora en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona e integrante del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia, creado en 2002, explica que cuando se analizan situaciones de violencia de género entre adolescentes, se descubre que los valores sobre los roles de género o las ideas preconcebidas de amor romántico o sexualidad influyen en la forma de llevar a cabo esa relación, ya sea de un modo abusivo o más igualitario.
El amor líquido
«Dentro de los estudios sociológicos se está reflexionando sobre el llamado amor líquido o lo desechable que son las relaciones afectivosexuales hoy en día entre jóvenes. Las niña y los niños de esta generación están aprendiendo que es más fácil quedar para follar que para conocerse o entablar una relación». Y esto, dice Pavez, puede afectar en mayor medida a las adolescentes, porque están en una fase de cambios culturales acelerados, donde los patrones de género y las formas de establecer relaciones afectivas y sexuales se están transformando: «Puede haber confusión respecto a cómo enfrentar sus emociones, sus deseos o sus miedos en cuanto a este tema. El mundo adulto no tiene muchas respuestas frente a estos cambios, se encuentra, más bien, en una actitud de perplejidad y desconcierto».
Para contrarrestar eso trabaja Cayetana Martínez. Es profesora de Filosofía en el Montserrat y en sus clases la historia y teoría del feminismo son ineludibles. Va y viene de la conversación con los alumnos. Ellos no se inmutan cuando ella llega o cuando se va, no cohíbe sus argumentos ni sus relatos. Arguye que esta actitud viene dada por el respeto, máximo por ambas partes, y la libertad para expresarse, que también es total. Y asegura que se nota el cambio según van pasando las generaciones: “Lo más llamativo es la enorme distancia entre los chavales que opinan así y los que siguen anclados en otro tiempo. Cuanto más nítida es la diferencia, más me doy cuenta de cuánto han cambiado”. Algo que, según la profesora, se refuerza en la familia: “Se nota en qué casas el tema de las relaciones, el sexo o el feminismo es más común y en cuáles no”. El cambio para ella es posible, a medio plazo y no solo para los adolescentes: «Yo no veo futuro sino presente continuo, es lo más emocionante de esta tarea en la que yo también aprendo, he cambiado cosas de mí misma al verlos. Aprendo de ellos cada día».
Y lo que queda según Alicia, que es «muchísimo». Ana pone un ejemplo: «Erradicar el machismo, en general y de las relaciones, por ejemplo. Cuando empiezas una relación absorbente y entras en bucle, siempre favorece más al hombre que a la mujer y luchar contra eso, detectarlo, pararlo a tiempo y salir es muy difícil”, dice Ana. Lidia mete algo más en la bolsa de “cosas para tirar”: “Justificarlo todo, tener que dar explicaciones por todo o estar disponible o de acuerdo con el otro 24 horas. ¡Qué cansinez!”. Teo alude al control “A veces, desde dentro, no se percibe lo que desde fuera es muy obvio. Si yo percibo algo así ni me planteo no decirlo”. Y eso de lo que él habla con absoluta normalidad es una de las claves para salir de una mala relación. Timanfaya Hernández, vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, explica que “la mayor dificultad que suele existir es la de la toma de conciencia». «Para eso, una red afectiva de amigos y familia es imprescindible”.
El feminismo como trampolín
Según una encuesta de 40dB. para EL PAÍS, el movimiento feminista ha crecido exponencialmente, hasta alcanzar el 43,2%. Ese empujón se debe, sobre todo, a las menores de 25 años. Ellas se consideran feministas en el 64,5% de los casos, casi el doble que hace cinco años. A ellos, aunque todavía les cuesta, también comparten cada vez más la idea de que el feminismo busca la igualdad real entre hombres y mujeres, sobre todo entre los más jóvenes, los que tienen entre 18 y 24 años.
Alicia, Lidia, Ana, Miguel, Pablo, Sergio y Teo son parte de esa nueva generación que no concibe en la misma frase amor y dolor, sumisión, dependencia o esfuerzo.
—En el fondo es fácil. Yo soy yo y el otro es el otro. No somos un todo y el mundo aparte. Somos por separado y cuando nos unimos y caminamos hacia el mismo lado, está bien. Y si un día dejamos de hacerlo, también está bien.
Lo resume Ana, que no ha cumplido aún los 18, que dice que le ha costado aprenderlo, que tuvo que hacer un ejercicio de análisis después de una mala relación para darse cuenta. Pero que ya no lo olvidará. «Lo demás es lo que decía Teo al principio, que el amor se enseña mal y eso no es amor. ¿Cómo había dicho Teo? Un amor de mierda. Pues eso».
NI CONTROL NI SUMISIÓN CON LA PAREJA
En España, los roles de sumisión y el control de la pareja son dos de las cosas que más rechazo generan entre los jóvenes. “El 73% cree que no se debe evitar el conflicto accediendo a usar la ropa que agrada a la otra persona; el 71% rechaza que las amistades dejen de ser importantes cuando se tiene pareja; y la mitad del colectivo se muestra en desacuerdo con que los celos sean normales. Son algunos datos del informe sobre jóvenes y género del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que apunta a una clara polarización entre la sociedad joven, una especie de tira y afloja entre el avance del feminismo y el mantenimiento de las estructuras patriarcales. El estudio asegura que, a pesar de los avances, “existen muchas cuestiones pendientes, algunas en transformación y otras no tanto, al menos para quienes esperen un cambio lineal y progresivo”.