SARA MATEOS. ELDIARIO.ES.- El fascista Frente Nacional de Le Pen es la segunda fuerza más votada en la primera vuelta de las presidenciales francesas, por muy poco margen respecto al «centrista» Macron. El conservador Fillon ha sido tercero. La izquierda insumisa de Mélenchon, cuarta. Estas últimas formaciones con un porcentaje muy similar. Así, el 7 de mayo, en segunda vuelta, habrá que votar entre el (neo)fascismo y … [¿de verdad importa cómo termina la frase?].
Mélenchon lo tenía claro en 2002, cuando Le Pen, esta vez padre, pasó a la segunda vuelta. El otro candidato era el derechista Chirac. Ni siquiera vale la pena comparar a Chirac con Macron, pero en todo caso da igual. En esos momentos en los que no había que hacer cuentas, la respuesta era firme y contundente. El enemigo es el fascismo.
«Con guantes o con pinzas, como queráis, pero hay que votar. Le Pen tiene que quedar lo más abajo posible». Ante el fascismo no cabe la abstención.
Sin embargo, en esta ocasión, su respuesta ha sido un silencio ensordecedor, y ha cedido la posición del partido a una consulta a los militantes. Él no pide el voto para nadie, no es un gurú dice, y no quiere dividir. El voto de la primera vuelta no era un voto antifascista ni para frenar a la extrema derecha, continúa. Que cada quien vote en conciencia, según lo que hizo en la primera vuelta. ¿Cómo se interpreta esto? Si no fuera porque en este discurso se preguntó capciosamente si alguien dudaba de que él pudiera votar al Frente Nacional, la respuesta sería escalofriante. Aunque en el mejor de los casos, a lo que se está refiriendo entonces es a la abstención.
¿Desde cuándo la izquierda se abstiene ante el fascismo?
Comparar a Le Pen con Macron, sin que deje de significar Macron (casi) todo lo que dicen que significa, es banalizar el fascismo, legitimarlo como una opción política más. Blanquearlo. He aquí la primera y más grande irresponsabilidad de cualquier líder político.
¿Cuándo ha dejado el fascismo de ser el enemigo, para pasar a ser sólo el adversario político?
¿Por qué en esta ocasión el debate gira en torno a adherirse o no al programa de Macron, en lugar de en torno a parar al fascismo? Es un escenario tramposo. Nadie hablaba de adherirse al programa de Chirac. La inmensa mayoría de la sociedad francesa, de izquierdas y de derechas, lanzaban un mensaje claro: parar el fascismo, no darle ni un poco de oxígeno. Sabemos qué ocurre cuando esto sucede. Tal como ha dicho Thomas Piketty, mientras más fuerte sea el voto de Macron, más claro será que no es su programa lo que se está acreditando.
La historia nos recuerda cuán peligroso y absurdo es poner en el mismo nivel al fascismo y a la democracia, por mejorable que sea ésta. No es una cuestión de proyectos. El fascismo no es lo opuesto a la izquierda, es lo opuesto a la democracia. Repasar el ascenso institucional del nazismo en los años treinta debería ser esclarecedor. ¿No se ha aprendido nada de a dónde llevó hablar de «socialfascistas»? ¿de cuando votar a Hindenburg era lo mismo que votar a Hitler? ¿De lo que le ocurrió a Thälman (Partido Comunista Alemán, abreviado KPD)? El lema del KPD era «un voto para Hindenburg es un voto para Hitler; un voto para Hitler es un voto para la guerra». Este razonamiento nos resulta amargamente familiar hoy.
Y por cierto, ¿qué argumentarían los mismos que aplauden esta irresponsabilidad, si hubieran pasado a segunda vuelta Mélenchon y Le Pen, y fueran Fillon o Macron quienes hablaran de abstención?
No se puede perder el norte. No se trata de un debate de ideas. El mismo Mélenchon reflexionaba en 2002:
¿En qué conciencia de izquierdas se puede considerar un esfuerzo indigno contar con el vecino para defender lo esencial?
No cumplir con el «deber republicano» porque nos parece nauseabundo el medio de acción, es tomar un riesgo colectivo que no tiene comparación con el inconveniente individual.
¿Qué diferencia hay entre aquel 5 de mayo y este 7 de mayo? ¿Dónde queda lo esencial? ¿Dónde queda el riesgo colectivo que representa el fascismo?
Parece quedar sólo para las efemérides y las canciones. Y que el 25 de abril no es siempre, y sucumbe al 7 de mayo.
Mientras, Le Pen se frota las manos. La misma de «¡Francia para los franceses!», la que ha afirmado que quiere «terminar con la inmigración legal o ilegal», hasta despojarle de la ciudadanía francesa a descendientes de inmigrantes (porque ésta «se hereda o se merece»), que eliminará el matrimonio homosexual, la que sigue criminalizando el islam y a los y las musulmanas. Esa misma, se dirige directamente a los votantes de Mélenchon, a quienes les dice, parafraseando el lema de éste, que hay un futuro común con Marine, señalando los puntos del programa en los que coinciden . Y termina con un llamamiento: insumisos, no os equivoquéis de lucha, no votéis Macron.
La lucha contra el fascismo tiene la épica y la mística de la izquierda. No puede quedar sólo para los mítines y los actos, y luego darle la espalda cuando hay que bajar al terreno y ensuciarse de barro. Ante ella no valen fríos cálculos, ni retruécanos teóricos irresolubles en la práctica. La traicionan quienes solo la usan para llenarse la boca mientras se lavan las manos.
Revivir y recordar a dónde llega la inhumana locura del fascismo, nos hace entender mejor dónde habitamos y cómo hemos llegado hasta aquí.
No nos equivoquemos de enemigo. A Macron hay que ganarle en las urnas. El fascismo, simplemente, puede acabar con ellas.