La Audiencia Nacional acelera el juicio de una red de yihadistas que adoctrinaba en la cárcel.

| 13 junio, 2022

Mantenerse unidos y fuertes durante su estancia en prisión para que ninguno se viera tentado de abandonar la yihad armada era el presunto objetivo de esta red de hombres que se carteaban entre las distintas prisiones de España. Llegaron a organizar un «programa patio» para juntarse con presos afines al ideario yihadista y leer, recitar y memorizar el Corán. Cinco acusados, todos ellos ya condenados anteriormente por su relación con el terrorismo, se enfrentan a un nuevo delito de organización y otro de adoctrinamiento terrorista en un juicio que la Audiencia Nacional ha acelerado a principios de julio específicamente para evitar el peligro de que uno de ellos, Abderrahmane Tahiri (conocido como Mohamed Achraf) salga de prisión.

Entre 2014 y 2019 Achraf, Mohamed El Gharbi, Abdelah Abdesalam, Karim Abdesalam y Lahcen Zamzami coincidieron en distintos centros penitenciarios y tejieron todo un sistema de captación que la Guardia Civil ha ido desenmarañando a través de las cartas y los escritos que se intercambian. Algunas llegaron a sortear los filtros de Instituciones Penitenciarias y otras fueron interceptadas por los funcionarios de prisiones que dieron la voz de alarma, según la documentación a la que ha tenido acceso este periódico. Las misivas contenían textos y cánticos empleados por las organizaciones terroristas yihadistas para difundir ánimos a sus militantes y letras religiosas interpretadas para emplazarse a continuar con la actividad por la que fueron condenados. Su misión: cohesionar a todos los encarcelados para no abandonar los postulados de la organización terrorista DAESH.

El líder de la tropa, Achraf (Marruecos, 1973) ya fue condenado en 2008 por la Audiencia Nacional a 14 años de prisión por pertenencia a organización terrorista. Su pasado en las distintas cárceles españolas completa un historial de adoctrinamiento con ideología salafista, yihadista y takfir a la población interna musulmana. Según la investigación es el verdadero director y líder espiritual. Pintaba las zonas comunes de la cárcel de Estremera (Madrid) con la bandera del DAESH o con frases como: «nosotros somos los soldados del Califato», «el Estado Islámico somos nosotros». Buscaba a los internos en el patio para insertarles la doctrina terrorista y bautizó al grupo como «frente de cárceles». Incluso, dirigió quejas a la dirección reivindicando la necesidad de agrupar en un solo módulo a los «internos islamistas».

«Estamos condenados por lo mismo, pensamos lo mismo, actuamos de la misma manera, tenemos las mismas ideas, los mismos pensamientos (…) las mismas afinidades y la misma ideología», decía un escrito publicado por él bajo el título «situación de sometimiento, control y exterminio de los presos bajo el ‘Protocolo Antiyihadista’ en las Prisiones del Estado» y difundido en un boletín online.

Achraf volvió a prisión preventiva en octubre de 2018 por esta causa y, con el máximo de cuatro años que contempla la ley tendría que salir en octubre de 2022 si no hay una condena, así que la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ha decidido hacer hueco urgente en la agenda. Evitar que este yihadista salga a la calle es prioritario, aseguran fuentes judiciales, así que la Sección Segunda celebrará el juicio del 4 al 8 de julio.

En el banquillo se sienta otro de los cabecillas, El Gharbi (condenado en 2019 a 8 años), quien, según la documentación del caso, manifestó en prisión su deseo de hacerse con un arma una vez saliera para «montar algo» en España o en Marruecos con la vocación de inmolarse y ganar el paraíso. Estando en la cárcel tuvo un altercado con otro interno al entender que no se estaba comportando conforme a la visión más radical del Islam: le recriminaba que viera la televisión, que usara pantalones cortos, que escuchara música y terminó atacándolo en el patio. Por su parte, Abdelah Abdesalam (condenado en 2016 a 10 años) ejercía gran influencia sobre otros presos. Se referían a él como Sheik, le besaban la frente y lo consideraban un «guerrero». Él se reconoce a sí mismo como un imán y a través de la ventana de su celda realizaba la llamada al rezo para que el resto de interno mulsumanes o quien lo deseara pudieran participar. En octubre de 2018 registraron su habitáculo y encontraron numerosa documentación con nombres y números de contactos que le iban a permitir seguir con la yihad violenta al terminar la condena.

A Karim Abdesalam lo llamaban «Marquitos». Fue condenado por el mismo hecho que Abdelah Abdesalam en 2016. Habían creado una organización yihadista con el propósito de enviar combatientes a Siria para que se incorporaran allí a la rama iraquí de Al Qaeda y a Jhabat Al-Nusrah. Estando en la cárcel, primero en Navalcarnero (Madrid) y luego en Castellón, inició varias huelgas de hambre para conseguir que no le separaran de sus presos afines. El quinto es Lahcen Zamzami, condenado en 2018 a 12 años entre rejas. Su papel era el de pasar inadvertido. Con una actitud discreta permitía que otros ejercieran de Imán a pesar de que él tenía unos conocimientos muchos más amplios de religión. Pero los textos interceptados lo delatan. Otros presos se refieren a él como «admirable hermano» y «querido padre». Zamzami formaba parte de una célula terrorista asentada en España conocida como La Fraternidad Islámica.

Las cartas incautadas afectan a un número más amplio de internos, si bien la investigación final ha quedado circunscrita a estos cinco acusados para quienes las acusaciones populares representada por Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), entre otras, piden penas por constitución de grupo terrorista, colaboración de organización terrorista y captación y adoctrinamiento.

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