La brutal paliza de la policía en 1991 desencadenó varios días de altercados violentos y que son precedente de lo que se vive ahora en Estados Unidos
VÍCTOR FERNÁNDEZ. LA RAZÓN.- En 1991 Los Ángeles ardió. Sus calles fueron un infierno nunca visto con anterioridad. Desde el 29 de mayo al 4 de junio de ese año, la ciudad conoció una serie de disturbios con los que la comunidad negra quiso mostrar su protesta por la agresión sufrida unos días antes por Rodney King. Era la gota que colmaba el vaso en una ciudad que a lo largo de los años había padecido el racismo, especialmente de la mano su Departamento de Policía.
King era un taxista al que la Policía persiguió por la autopista la noche del 3 de marzo de 1991. Se negó a parar su coche por lo que fue perseguido a alta velocidad por un grupo de agentes. King no iba solo, pero cuando finalmente aparcó su coche, la Policía cargó contra él con una insólita violencia. Recibió durante quince interminables minutos numerosos golpes de porra, así como no pocas patadas por parte de los policías, todos ellos blancos, además de descargar sus armas eléctricas sobre el indefenso Rodney King.
Probablemente nunca habría pasado nada y todo se habría limitado a la palabra de la víctima frente a la de los agentes de no ser por un vecino de la zona en la que tuvo lugar la agresión. Advertido por el ruido de un helicóptero que participó en la persecución, George Holliday fue hasta cerca del lugar con una cámara de vídeo de ocho milímetros. No se lo pensó dos veces y lo filmó todo convirtiéndose en un testimonio de excepción de un acto de racismo que dio la vuelta el mundo. Aquellas imágenes exponían la brutalidad de la agresión, la saña con la que los policías habían dejado maltrecho al indefenso Rodney King. Holliday no fue consciente de la importancia de lo grabado hasta que un día más tarde los llevó a las oficinas de KTLA, la televisión de Los Ángeles, donde emitieron la filmación en su informativo nocturno. Era la segunda noticia del día, pero se convirtió en una bomba difícil de frenar.
King, según el informe médico, sufrió solamente en la cabeza un total de nueve heridas. A ellas había que sumar varias magulladuras por el cuerpo, un tobillo fracturado, un ojo amoratado que acabaría teniendo problemas de visión, aparte de daños en el cerebro. Los policías responsables de todo aquella barbaridad -el sargento Stacey Koon y los agentes Theodore Briseño, Laurence Powell y Timothy Wind- fueron juzgados en Simi Valley y contra ellos pesaban cargos de uso excesivo de la fuerza y asalto con arma letal. En el jurado no había ni un solo ciudadano negro. Todos quedaron absueltos.
El veredicto fue un jarro de agua fría para la comunidad negra de Los Ángeles, la misma que llevaba años sufriendo agresiones parecidas por parte de la policía. Lo que era un polvorín que no se había atrevido a dar un paso más, acabó saltando por los aires. La absolución se dio a conocer a las tres de la tarde del 29 de abril. Tres horas más tarde empezaron las revueltas. En un principio, todo empezó como una manifestación pacífica frente al Parker Center, la sede del Departamento de Policía de Los Ángeles, que se tradujeron en varias detenciones. Las protestas se trasladaron hasta las zonas más pobres de la ciudad, concretamente hasta el célebre barrio negro de South Los Ángeles, allí donde se cruzan las avenidas Normandie y Florence, y que se convirtió en el epicentro de la movilización. Hablamos de un lugar en el que más de la mitad de la población sufría el paro, además de sufrir la droga y la delincuencia de pandillas. No se puede olvidar tampoco que el mismo mes en el que agredieron a Rodney King, Latasha Harlins, una chica de quince años fue asesinada de un disparo por la dueña de una tienda coreana que la acusaba de haberle robado un zumo.
Los Ángeles se convirtió en fuego: disturbios, saqueos, robos, violencia de todo tipo… Era el resultado de años de opresión por parte de la comunidad negra. La policía de la ciudad, con un inútil jefe de policía llamado Daryl Gates, sobre el que pesaba la sombra de la corrupción, se vio incapaz de arreglar todo aquello. No fue hasta que se declaró el toque de queda y la aparición de la Guardia Nacional que empezó a encarrilarse un problema que acabó costando la vida a más de medio centenar de personas, además de más de 2.000 heridos. Se cree que la policía detuvo a unos 6.000 saqueadores de comercios y responsables de provocar incendios. Muchos eran negros, pero la mayoría eran latinos. Los daños se valuaron en un millón de dólares.
Tras las revueltas, Rodney King llegó a un acuerdo económico que le permitió comprar una casa para él y otra para su madre. Murió el 17 de junio de 2012 ahogado en una piscina tras una ingesta de drogas y alcohol. Dos de sus agresores, Stacey Koon y Laurence Powell, cumplieron treinta meses de cárcel por violar los derechos de la víctima. Por su parte, Timothy Wind y Theodore Briseno, fueron despedidos del cuerpo.
Todo aquello debió servir como lección sobre las consecuencias del racismo en Estados Unidos, sobre todo por culpa de la brutalidad policial. La muerte de George Floyd demuestra que no es así.