El director brasileño estrena este viernes ‘Bacurau’, un ‘western’ peculiar y violente que anticipa buena parte de las claves del régimen «alejado de la democracia» de su país y que mereció el Premio del Jurado en el Festival del Cannes
LUIS MARTÍNEZ. EL MUNDO.- «Por muy absurdo y violento que imagines un guión, la realidad, mucho más absurda y violenta, está ahí para ridiculizarlo», comenta entre lacónico y ofendido Kleber Mendonça Filho al otro lado del teléfono. Este viernes, el director brasileño que ya sorprendiera en 2016 con ‘Doña Clara’ lleva a la cartelera virtual (Filmin) su último y aún más sorprendente trabajo. ‘Bacurau’, que mereció el Premio del Jurado hace exactamente un año en Cannes, es si se quiere lo opuesto; lo contrario a su trabajo anterior y a casi todo. La primera película contaba la historia sin tiempo de una mujer a brazo partido contra el mismo tiempo. Acosada por la especulación inmobiliaria, la heroína que interpreta Sonia Braga resistía atada a todo aquello que la hizo ser lo que fue y que irremediablemente las leyes del mercado se empeñan en hacer desaparecer. Era cine realista contra la realidad incómoda de un país que, en palabras de su director, «presentía la inminencia de un golpe de estado «. Hablamos del proceso de destitución de Dilma Rousseff.
Ahora todo es irreal. Sucede en un sitio extraño y se cuenta la historia de un pequeño pueblo perdido e igualmente acosado y sin tiempo. Mitad mágica, la otra mitad brutal. La historia, por donde vuelve a aparecer Sonia Braga como imagen espectral de todos los sueños del mundo, comparte con la serie B su absoluta falta de prejuicios, su rigor accidentado, su exagerada sinceridad, su fe en la total falta de fe. Un grupo de americanos ociosos llega al mítico Sertao brasileño del noreste con la intención de disfrutar de una jornada de caza. Teniendo en cuenta la falta de recursos cinegéticos de la zona, las dianas son sencillamente los que allí viven. La lógica es sencilla e indiscutible: unos disparan y otros mueren. Más o menos como siempre, pero esta vez sin coartadas. «Aunque formalmente son diferentes, las dos responden a la filosofía del ‘western‘», dice y trae a colación ‘Johnny Guitar, de Nicholas Ray, para ejemplificar hasta dónde puede llegar un ‘western’ empeñado en ser cualquier otra cosa.
«La película nos llevó años planificarla, pensarla y finalmente rodarla. Y todo empezó mucho antes de que Bolsonaro llegara al poder. Y, sin embargo, no hay entrevista en la que no se pregunte por él como motor y metáfora de lo que se ve. No hay nada premeditado, pero imagino que es la obligación de un creador estar con la mente y los ojos abiertos», dice a modo de presentación. En efecto, debajo del ruido y la sangre, de la violencia y el caos, resulta imposible no ver el dedo acusador tendido hacia la realidad más pedestre y, como se decía al principio, absurda.
«Lo absurdo de la ficción no alcanza a representar la verdadera dimensión de lo absurdo de lo real», añade, se toma un segundo y continúa: «Lo realmente preocupante es que Bolsonaro como Trump o la extrema derecha en Europa han olvidado que el sentido de la política es confraternizar a la gente. Todos ellos se hacen fuertes en la confrontación, el odio y la mentira. Nunca imaginé que mi país viviría una involución democrática como la que vive en estos momentos y nunca pensé que en la época de la información total, la desinformación y las ‘fake news‘ iban a ser el arma más peligrosa usada por un Gobierno contra su gente». Queda claro.
Para situarnos, ‘Bacurau‘ bebe del cine de los 70 con una devoción cinéfila en la que se mezclan los trabajos de John Carpenter con los de Cronenberg, De Palma o George A. Romero. «Creo que obedece a un proceso casi natural. Te vuelves adulto y, en un tiempo en el que el cine ha cambiado tanto y significa tantas cosas, vuelves la mirada a aquellas películas que te hicieron amar el cine cuando apenas eras un niño. Es algo instintivo», razona para explicar la película y explicarse a sí mismo. Y, en efecto, la idea no es otra que servirse de los recursos del género (en este caso subgénero) para convertir el cine ‘exploitation‘ en la única y verdadera imagen de una realidad que no da para más. La convención de la realidad es desmontada en un imaginario cruel donde todo sangra. No puede ser de otro modo. El resultado es una película tan enérgica como limpia de matices. O se toma de golpe o se arroja al fuego. No hay término medio.
El espacio de representación, ya se ha dicho, es el Sertao. Y el Sertao en la imaginación de un espectador habla de Glauber Rocha, Nelson Pereira dos Santos o Ruy Guerra. Es una zona inhóspita, dura y preñada de metáforas sobre el abandono, la resistencia y la locura de sobrevivir en medio de la nada. «Sin embargo», corrige, «todo cambió no hace tanto y, como en muchas partes del mundo, todo se llenó de dispositivos digitales. Hemos hecho un esfuerzo por ser honestos y representar a esa región como realmente es. La gente del noreste nunca había sido representada de la manera que lo hace Bacurau y eso ha generado pasiones y también rechazos de gente educada con la televisión y el mal cine», puntualiza para delimitar el terreno de una fabulación que también es por vocación perfecta y contradictoriamente real.
«Con el coronavirus», dice para terminar en el aquí y ahora, «Brasil se enfrenta a una doble pandemia: la que tiene que ver con el virus y la de un Gobierno convertido en enfermedad. Todo es absurdo». Mucho más incluso que el brillante y salvaje absurdo de ‘Bacurau‘.