RUBEN AMÓN. EL PAÍS.- La islamofobia ilustrada de Michel Houellebecq hacía inevitable su desahogo contra el laxismo de Hollande, aunque los epítetos más irrespetuosos se los endosa a Manuel Valls, definiéndolo como un retrasado congénito.
Se trata de perseverar en la distopía de La sumisión, novela visionaria e intensa —no cuestionaremos el brillo literario de Houellebecq, como no cuestionamos el de Céline— que hipotiza la conquista musulmana del poder en las presidenciales de 2022 gracias al papanatismo del socialismo.
Creo que acierta Houellebecq cuando se refiere al pudor con que la izquierda francesa titubea en el principio fundacional del laicismo aplicado al extremismo islámico, pero se equivoca en concretar el problema estructural del modelo de integración con la negligencia de Hollande.
Fundamentalmente porque el Elíseo ha estado bajo los dominios de la derecha entre 1995 y 2012, de tal manera que Nicolas Sarkozy carece de autoridad y de credibilidad para reprochar a su heredero el conflicto embrionario del comunitarismo, la degradación social de las banlieues o la perseverancia en las políticas condescendientes hacia los imanes radicales y sus secuaces, tantas veces impunes en la apología del fundamentalismo.
No ha surgido el yihadismo en diez minutos ni se puede vincular su ferocidad a los deméritos específicos de Hollande, pero sí ha adquirido cierta corpulencia política e ideológica, especialmente en una derecha reaccionaria, la perspectiva de acuerdo con la cual los musulmanes franceses se sustraen de condenar explícitamente los atentados, estableciéndose por añadidura una vergonzosa e implícita complicidad ambiental.
El propio Alain Juppé, ex primer ministro conservador, les reprochaba su pasividad en una entrevista concedida a la cadena BFM, no sólo acordonando a los musulmanes de Francia —seis, siete millones— en una comunidad homogénea, constituida, formalizada y unilateral —¿existe la comunidad católica?—, sino ignorando, olvidando, cuántos musulmanes murieron entre los espectadores en la sala Bataclan o cuántos han formado parte de las unidades de élite que han arriesgado su vida en las operaciones antiterroristas.
Urge recordar que murió un policía musulmán en los tiroteos del atentado al Charlie Hebdo. Y que fue ejecutado en el suelo. Urge recordarlo porque esta concepción discriminatoria hacia la «comunidad musulmana» conduce a los islamófobos a retratarla en su religión como si fuera una connotación criminal, un correlato con el terrorismo del Estado Islámico, o una noción privativa en su derecho a la plenitud republicana.
Señalaba ayer el rey Abdalá de Jordania que el yihadismo del ISIS ha provocado 100.000 muertos entre… los musulmanes. Son ellos el objetivo habitual, cotidiano, sistemático de las matanzas, pero la misma rutina de las ejecuciones y nuestro arraigado etnocentrismo suscita unas amalgamas donde brilla a favor de obra la prosa incendiaria de Houellebecq.