Francisco Muñiz Villar, afincado en Londres, relata la paliza que sufrió una noche en Brixton por ir hablando en español por la calle
JOSÉ CEZÓN. EL COMERCIO.- «¡Inmigrante de mierda!, habla mi lengua, estás en mi país». Ha pasado ya un año y estos insultos xenófobos aún retumban en los oídos de Francisco Muñiz Villar, un sierense residente en el Reino Unido desde hace tres años y medio y que este fin de semana regresó a la villa polesa a pasar unos día con la familia.
Este joven de 40 años, quien trabaja en una fábrica de embutidos en Londres, nunca olvidará aquella medianoche de junio pasado cuando paseaba tranquilamente con un amigo francés por el conocido distrito de Brixton. Su acompañante, quien había residido unos meses en nuestro país, le había pedido que le hablara en español para poner a prueba los conocimientos adquiridos. «Me salió caro», comenta.
Transitaban por una calle repleta de gente cuando, de pronto, dos jóvenes fornidos y de musculatura ciclada, que iban detrás de ellos, comenzaron a increparle con esos insultos. «Eran dos torres muy grandes», recuerda Francisco, que mide 1,81 centímetros de estatura. Ellos les ignoraron, aceleraron el paso y dieron la vuelta a una esquina de la calle. Apenas unos segundos después, el sierense se giró para mirar si les seguían y se los topó justo detrás de ellos.
La reacción del asturiano fue situarse junto a la puerta de un pub, donde había un servicio de seguridad pensando que estaría a salvo, pero de nada sirvió. Sin mediar palabra, uno de los perseguidores le lanzó un puñetazo, que logró esquivar y acabó con el propio agresor en el suelo. Pero, al instante, el acompañante, que era de raza negra, le asestó un certero puñetazo en la cara, que dejó al poleso grogui en el suelo. A partir de ahí, empezaron a lloverle patadas por todo el cuerpo.
El amigo francés le ayudó a duras penas a incorporarse y Francisco pudo saltar el cordón que hay instalado a la entrada de los locales británicos. Fruto de la rabia y la impotencia, comenzó a gritar a los porteros del local para que acudieran en su auxilio. «Yo había estudiado, precisamente, un curso de seguridad en una academia de Londres y están obligados a intervenir si ven una pelea, aunque sea fuera del local, pero podían haberme matado allí mismo y no habrían hecho nada si no hubiera saltado el cordón», comenta.
Cuatro puntos en un párpado
Al final, le curaron un poco dentro del local y se marchó magullado en taxi a su domicilio. Al día siguiente, fue al trabajo y le comentó al jefe lo ocurrido, que le indicó que acudiera a un hospital. La agresión se saldó con cuatro puntos de sutura en un párpado y todo el cuerpo lleno de moratones. Del hospital acudió a presentar la denuncia a la comisaría de Brixton, donde coincidió con una traductora que era de Gijón. «A las dos semanas, me llamaron para decirme que habían revisado las cámaras de seguridad, pero que como era de noche y los agresores llevaban capucha, que no podían identificarlos. No tuve más noticias desde entonces», afirma.
Su jefe le concedió una semana de baja, pero al enterarse de que los gastos corrían por cuenta del empresario, decidió incorporarse al cuarto día, a pesar de estar todavía muy dolorido, «por el detalle que tuvo conmigo», explica.
Días antes del ‘Brexit’
La agresión se produjo pocos días antes del referéndum que deparó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, aunque reconoce que no ha vuelto a sufrir ningún otro episodio similar de xenofobia. También es cierto que ahora se limita a salir principalmente por su distrito, Kennington, y a frecuentar locales donde ya le dispensan un trato más cercano.
Francisco afirma que aún desconoce cuáles serán las consecuencias del ‘Brexit’, pero tiene muy claro que si esa circunstancia le dificulta poder llegar a fin de mes de una manera digna, abandonará el país hacia otros destino europeo. «Me doy de margen un par de años más, porque cada vez voy aprendiendo mejor la lengua, pero sé que no me voy a retirar allí», asegura.