Fue durante dos décadas símbolo de la tragedia vivida en el País Vasco. Un lugar donde no se podía hablar con libertad por miedo a las represalias.Ocho años después del fin del terrorismo, recorremos la localidad guipuzcoana que en gran medida inspiró la novela Patria para escuchar diferentes voces y sensibilidades. Entre pintadas de homenaje a miembros locales de ETA y ecos del pasado violento, el último gran bastión de la izquierda abertzale busca su lugar en el presente y su camino hacia el futuro
LUIS RODRÍGUEZ AIZPOLEA. EL PAÍS.- Hernani se sitúa a 10 minutos de la capital guipuzcoana, San Sebastián, introduciéndose desde la costa al interior. En su casco viejo peatonalizado destacan casas de piedra, solariegas, flanqueadas por bares y comercios. Cruzado por el río Urumea, rodeado de montañas, en sus afueras se erigen bloques de viviendas, levantados con la inmigración de los sesenta en pleno auge industrial. De aquella eclosión quedan Papelera Zicuñaga y Orona, uno de los grandes fabricantes europeos de ascensores y escaleras mecánicas. Se respira prosperidad. “La reconversión industrial redujo el tamaño de las empresas. Hoy predominan las pymes de nuevas tecnologías. Incluso tenemos una gran firma japonesa, Krosaki AMR. También se han potenciado las empresas de servicios. FCC tiene aquí su central para la comarca de San Sebastián”, señala un empresario local. Las cifras avalan el bienestar económico de un municipio de 20.300 habitantes: 9% de paro, cinco puntos por debajo de la media española; 10% de inmigrantes, la mayoría latinoamericanos, y solo 20% mayores de 60 años, de los que un 80% entiende el euskera.
Además de haber inspirado en gran medida la novela Patria, de Fernando Aramburu, Hernani es la patria de dos grandes de la cultura, el poeta Gabriel Celaya y el cineasta Elías Querejeta. Celaya, antes de fallecer en Madrid en 1991, pidió a su compañera, Amparo Gastón, que aventara sus cenizas en Hernani, donde nació en 1911. Un centro educativo decidió darle su nombre y erigirle un busto. Pero aquel reconocimiento a un hijo predilecto, que durante el franquismo llamó a salir a la calle —“que ya es hora”—, se convirtió en centro de un espectáculo lamentable.
Era abril de 1991 y la kale borroka local se movilizó no tanto contra Gabriel Celaya, al que ignoró, sino por la anunciada asistencia del consejero de Educación del Gobierno vasco, el socialista Fernando Buesa —una década después asesinado por ETA—, y del nuevo alcalde, Joxan Rekondo, de Eusko Alkartasuna, que había desalojado a la izquierda abertzale del poder municipal tras pactar con el Partido Socialista de Euskadi (PSE) y el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Aunque, finalmente, Buesa no acudió, la kale borroka mantuvo el boicoteo. Los mayores del lugar recuerdan con bochorno a Amparo Gastón, llorosa, abrazada al busto de Celaya, mientras la kale borroka lanzaba huevos y la insultaba como a todos.
El boicoteo lo dictó la izquierda abertzale porque no digirió la pérdida del poder en Hernani, que era su municipio emblemático. Hoy lo sigue siendo y además lo gobierna. Lugar de residencia de sus dirigentes, aquí están las sedes de las Gestoras Pro Amnistía y de Etxerat, asociación de apoyo a los presos de ETA. Estuvo también la de Egin, su periódico clausurado por el juez Baltasar Garzón. “Lo sucedido con Celaya fue en la etapa más conflictiva, entre 1991 y 1997. Coincidió con la campaña de ETA contra representantes no nacionalistas”, constata Javier Buces, autor con el forense Francisco Etxeberria del denominado Informe sobre vulneraciones de derechos humanos en Hernani entre 1960 y 2018, un estudio de 400 páginas publicado recientemente por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, especializada en memoria histórica, por encargo unánime del Ayuntamiento.
Han pasado ocho años desde el final del terrorismo. Pero la sensación que predomina en un forastero al penetrar por las calles del casco viejo hacia el ayuntamiento y la iglesia de San Juan Bautista es de extrañeza, sobre todo si viene de San Sebastián, abarrotada de turistas. En Hernani no hay turismo. Sus calles están poco transitadas, excepto a media tarde, cuando los niños salen de las escuelas. Sorprenden sus fachadas pintadas, algunas en puntos estratégicos, como la plaza del ayuntamiento, con referencias a los presos de ETA y en algunos casos al independentismo catalán. En el frontón y en la calle de Nafarroa, donde está la herriko taberna —centro neurálgico de la vida social de la izquierda abertzale—, aparecen marcadas las siluetas de los 18 presos de ETA locales. También está grabada la imagen de Argala, líder de ETA asesinado por la guerra sucia en 1978. Se percibe cuál es la influencia predominante en Hernani. Pero refleja también los restos de un pasado conflictivo cuyas compuertas ha abierto el informe de Aranzadi. Hay un paisaje después de la batalla.
A diferencia del pasado, hoy concejales socialistas pueden chiquitear en un bar del casco viejo. El tabernero bromea con Ricardo Crespo y Pablo Peñacoba sobre la conflictividad política… en Cataluña. Recuerdan cómo en la pasada campaña electoral repartieron propaganda a 10 metros de los militantes de Bildu, en la calle del mercado. “Muy pocos te decían que no. Antes la gente no se atrevía y hasta te insultaba. Esta conversación aquí hubiera sido imposible hace unos años. Pasear por el casco viejo era peligroso. Había amigos que evitaban saludarnos. A nuestros militantes más conocidos, los vecinos les pedían que se fueran. La Ertzaintza estaba desbordada. Éramos el único partido no nacionalista. El PP tuvo concejales en los noventa, pero vivían en San Sebastián. Solo acudían a los plenos, acompañados por nosotros. Algunos vecinos llegaron a pedirnos que dejásemos gobernar a HB para que hubiera tranquilidad”, señala Peñacoba.
Joxan Rekondo, el alcalde nacionalista que desplazó a la izquierda abertzale del poder en 1991, circula con normalidad. La gente le trata con respeto. “Me saluda gente de la izquierda abertzale que antes ni me miraba. Ha desaparecido el miedo. Cuando ETA se vio forzada a abandonar el terrorismo, la izquierda abertzale le siguió. Estaba cansada”, cuenta en una cafetería del centro.
Rekondo, que fue recibido como alcalde con el lanzamiento de hasta 10 kilos de piedras, estuvo a punto de ser linchado en noviembre de 1996. La kale borroka, que protestaba por una redada policial contra ETA, asaltó el ayuntamiento y la Ertzaintza le rescató in extremis. “Solía tener dos escraches semanales, sobre las ocho de la tarde. Subía la televisión para que mis niños no oyeran los gritos. Luego estaban las cartas y llamadas telefónicas amenazadoras”, recuerda. En una ocasión, la esposa de Rekondo fue apedreada cuando paseaba con sus niños por el casco viejo. Una vecina lo recuerda: “Me indigné, pero fui incapaz de acercarme a protegerla. Tuve mucho miedo”.
Hoy en el paseo de los Tilos, junto a la iglesia de San Juan Bautista, se puede contemplar a un grupo de inmigrantes conversando al sol. Un Hernani distinto. Ignoran que allí, el 28 de junio de 1995, último día de las fiestas, fue linchado por la kale borroka local el concejal socialista José Morcillo. Es una de las 55 agresiones documentadas en el informe de Aranzadi sobre Hernani. Cuenta Morcillo: “Han pasado 24 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Paseábamos José Ramón Checa y yo y nos salieron una quincena de jóvenes. Nos decían: ‘¡Vais a morir!’. Nos dieron puñetazos y patadas. Fue una cadena de agresiones por todo el cuerpo. Nos derribaron e intentaron rematarnos. Gracias a unos militantes de IU, que se interpusieron, puedo contarlo”.
Más dolorosa fue aún para Morcillo la agresión a su hija Estefanía, en mayo de 1996: “Iba en el autobús a San Sebastián. Un grupo de jóvenes la reconoció e increpó todo el trayecto. Poco antes de apearse, uno de ellos le dijo: ‘¡A ver si hablas euskera!’. Como Estefanía le respondió en euskera, le propinó un puñetazo en la boca, partiéndole el labio y moviéndole los dientes. Lo más doloroso para mi hija fue que nadie se inmutó, aunque el autobús estaba lleno”.
El drama de Morcillo no acababa ahí. Dos hijos, Antton y Gracia, de su primo hermano Antonio eran militantes de HB. Antton fue dirigente. Se rompió la convivencia familiar y se levantó un muro de silencio. “No retiré el saludo a Antonio, que ya falleció. Pero las relaciones se deterioraron”, señala Morcillo. No fue una excepción dramática. El primer presidente del PSE de Hernani, Juan Sanchiz, ya fallecido, era tío de un militante local de ETA. Son símbolos del grave deterioro que alcanzó la convivencia y que destrozó la solidaridad que hubo contra el franquismo entre trabajadores, fueran nacionalistas o no.
Hoy Morcillo, jubilado, pasea tranquilamente por sus calles. Nos cita delante del cuartel de la Ertzaintza y paseamos durante media hora por una barriada nueva, salpicada de zonas verdes, hasta la sede del PSE. Todos le saludan y algunos bromean con él sobre su jubilación. “Hace poco, un exmilitante de la kale borroka se dirigió a mí para agradecerme haber aguantado el acoso sin irme ni cambiar de chaqueta. Nunca me había pasado”, comenta Morcillo.
“Fue una época tremenda. Gesto por la Paz aquí fue recibido a pedradas”, recuerda una vecina de Hernani
La sede del PSE, a cuya inauguración acudió el alcalde de Bildu, es nueva y acogedora. Nada que ver con la anterior, un búnker situado en la calle de Elcano. Fue atacada 15 veces. El informe de Aranzadi constata también 75 casos de amenazas graves contra 51 personas; 21 secuestros, 18 de ellos retenciones temporales para sustraer vehículos; 5 víctimas de extorsión y 24 escoltados.
Un vecino recuerda: “Fue una época tremenda. Gesto por la Paz aquí fue recibido a pedradas. Nadie se atrevía a llevar el lazo azul solidario con las víctimas. Tuvimos ataques, secuestros, mobiliario urbano y autobuses quemados. Pasó de todo. Evitábamos acudir al casco viejo, y menos con nuestros hijos”.
Juan José Uría, alcalde por HB entre 1979 y 1983, nos cita en una cafetería moderna de la calle Mayor. Mucha gente le saluda y la mayoría le habla en euskera. Siendo alcalde, la ultraderecha colocó un explosivo en su vehículo que la policía desactivó. “Me dijeron que, si estalla, hubiera volado más lejos que Carrero”, cuenta. Aranzadi subraya que Hernani y Astigarraga ostentan el récord de asesinatos de la guerra sucia, todos en la Transición. En 1980 y 1981, el Batallón Vasco Español asesinó a cinco vecinos, y en 1984 y 1985, el GAL a otros dos, militantes de ETA, en Francia. ETA asesinó a cinco personas entre 1975 y 1983, y al sexto, el ertzaina Iñaki Totorika, en 2001.
Uría recuerda también que siendo alcalde fue detenido, trasladado a Madrid y, tras estar incomunicado 10 días, fue liberado sin cargos ni explicación. Aranzadi constata que 184 vecinos denunciaron torturas o malos tratos bajo custodia policial entre 1983 y 2010. Buces considera “creíbles” la mayoría de los testimonios. Pero el exalcalde de HB manifiesta una reveladora posición crítica con ETA. “Gente importante del mundo abertzale le reclamaba a ETA terminar porque estaba incómoda con su actividad armada. ETA lo sabía desde 1979, pero no escuchó”.
La sede de Aranzadi se encuentra en el Alto de Zorroaga, a 10 minutos de Hernani. Allí estuvo ubicada la Universidad del País Vasco durante la Transición, cuando Fernando Savater y un grupo de profesores jóvenes quisieron poner en pie un auténtico templo de saber y tolerancia. Buces nos recibe en Zorroaga. Antes de charlar, nos presenta al forense Francisco Etxeberria, que muestra restos de una investigación reciente en Navarra sobre la Guerra Civil.
Buces cuenta que el Ayuntamiento unánimemente encargó a Aranzadi un informe sobre las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Al finalizarlo, también unánimemente, le pidió una radiografía de las violaciones de derechos humanos desde 1968, cuyo borrador acaba de publicar. Buces constata que la actividad de la guerra sucia en Hernani concentrada en la Transición —siete asesinatos— tuvo que ver con su radicalización. “Sus víctimas eran muy conocidas en Hernani y tuvieron un gran reconocimiento social”.
Pero “la etapa más conflictiva en Hernani, que enfrentó a los vecinos, transcurrió entre 1991 y 1998”, la de la socialización del sufrimiento de ETA. El último ataque de la kale borroka en Hernani, precisa Buces, fue el 27 de junio de 2009, dos años antes de que ETA anunciara el final del terrorismo: el incendio de dos cajeros del Banco Guipuzcoano y de La Caixa. Durante el proceso de diálogo del Gobierno de Zapatero y ETA, los jóvenes de la lucha callejera habían reducido mucho sus ataques: dos en 2005, tres en 2006, tres en 2007 y tres en 2008.
La pasada conflictividad apenas ha dejado huellas en la economía local. “Fue importante en la industria durante el franquismo. Luego, muy poco. El comercio local sufrió algo más en algunas personas señaladas políticamente. Hoy, como en todas partes, el problema es la competencia de las grandes superficies”, señala un comerciante local.
Hernani hace tiempo que no es noticia por hechos conflictivos. Frecuentemente aporta noticias sobre acogidas solidarias a inmigrantes. La sede de la ONG Amher, con apoyo municipal, está en las afueras de Hernani. A su entrada puede verse a mujeres negras vestidas con túnicas multicolores que contrastan con la sobriedad de las vestimentas tradicionales de las vecinas. Son inmigrantes que, cuando se les pregunta, exteriorizan su agradecimiento a la institución por la acogida y ayuda que reciben. La ONG Amher ha colocado a Hernani en la agenda solidaria y muchos vecinos la citan con orgullo.
La Casa de Cultura —construida sobre las viejas escuelas, en la calle de Elcano— es el principal centro cultural de Hernani, donde también destaca la Escuela de Música y de Bertso, del que ha salido Maialen Lujanbio, campeona de Euskadi de bertsolaris. En ella, el pasado año, la asociación Elkarbizi (Vivir Juntos) dedicó un ciclo a la trilogía del cineasta hernaniarra Elías Querejeta sobre el conflicto vasco: Asesinato en febrero (2001), sobre el de Fernando Buesa; Perseguidos (2004), sobre los concejales acosados por ETA, y Al final del túnel (2011), donde tantea las posibilidades de convivencia del posterrorismo.
El reconocimiento a una figura como Querejeta, que se refería a Hernani como su patria, fue otro signo del nuevo tiempo. Con el local lleno, Juan Bautista Querejeta desveló que su hermano Elías “estuvo amenazado y cuando visitaba Hernani tomaba medidas de seguridad”. En el coloquio participaron tres destacados exetarras: Joseba Urrusolo, Carmen Guisasola y Kepa Pikabea. Este último, vecino de la localidad, lamentó haber puesto la libertad de su pueblo “por encima de la dignidad humana”. Con Querejeta no hubo que lamentar el bochorno vivido con Gabriel Celaya cuando el Ayuntamiento, por iniciativa de sus amigos, le dedicó una plaza cercana a su casa natal al fallecer en 2013.
Tras la apariencia de normalidad existe una huella del pasado que no pasa inadvertida al forastero y que sigue pesando. Lo muestra el desinterés de la izquierda abertzale gobernante por explotar las posibilidades culturales que brindan oriundos como Celaya y Querejeta por razones ideológicas, coinciden algunos vecinos.
Pero la expresión más clara de que Bildu es rehén del pasado de ETA está en su temor a afrontarlo, en su ausencia de autocrítica. Se percibe en la política municipal. “Ya no estamos en los años noventa. Nuestras relaciones con los concejales de Bildu son normales, pero al precio de eludir su pasado. Siempre que ha habido mociones en el Ayuntamiento de condena de la guerra sucia y favorables al acercamiento de presos etarras a cárceles vascas, hemos votado unánimemente. Pero en los dos intentos de reconocer a las víctimas de ETA, en junio de 2017 y febrero de 2019, Bildu se opuso”, coinciden el socialista Crespo y el peneuvista Andoni Amonarraiz.
Los 18 presos hernaniarras de ETA sobre 250 —un porcentaje muy alto para una población de 20.300 habitantes— pesan. Sus efigies están en bares y lugares estratégicos. “Es significativo que el programa oficial de fiestas siga convocando una manifestación de apoyo a los presos. O que el Ayuntamiento coloque en el mástil de su plaza una reivindicación de su acercamiento”, señalan Crespo y Amonarraiz. Algunos vecinos precisan: “Ha bajado mucho la participación en la manifestación semanal. No concedemos la importancia que se dio al recibimiento, en agosto, a Javier Zabaleta, Baldo, tras 29 años de prisión. Fueron unas decenas de afines junto a la herriko taberna. Hernani no se volcó como cuando regresaron los presos de ETA encarcelados durante el franquismo”.
“Vivimos más tranquilos, pero hay miedo social a significarse” (Andoni Amonarraiz, concejal del PNV)
Desaparecido el miedo físico, permanece otra huella del pasado: el miedo social. Los vecinos eluden hablar del pasado y, si finalmente hablan, al insistirles, piden que no se les cite. Siguen sin querer significarse. Lo explica Amonarraiz: “Vivimos más tranquilos, pero existe miedo social a significarse porque Hernani es un feudo de la izquierda abertzale. Yo, como concejal del PNV, no pondría un comercio. No van a atentar como antes. Pero, dado el control de la izquierda abertzale, tengo dudas de que funcionase”. El miedo a significarse se traduce también en dificultades para el PNV y el PSE en elaborar sus listas municipales. Existe una sensación de derrota social en los disidentes de la izquierda abertzale gobernante; de que, finalmente, Bildu ha logrado imponerse.
Bildu mantiene un importante control sobre la vida asociativa. “No sucede como hace años cuando el club de fútbol local jugó algún torneo para recaudar dinero para los presos. Ahora la izquierda abertzale es menos beligerante, pero si su control entra en riesgo, cierra el paso. Ha sucedido con el movimiento de pensionistas, que empezó muy abierto, pero han puesto al frente a militantes y lo han debilitado. Algo parecido ha pasado con el movimiento feminista”, señala Peñacoba.
La presencia de esteladas en algunos balcones es más simbólica que efectiva. “Existe una solidaridad emocional con Cataluña. Pero Hernani no quiere regresar a su pasada conflictividad”, señala Rekondo. Tras la sentencia del procés, Bildu presentó una moción crítica que ni fue al pleno municipal al no contar con unanimidad, constata Crespo.
En Hernani sigue habiendo dos mundos. “Circulamos libremente. Pero no se me ocurre ir a la herriko taberna o a algunos bares. Sé que no me va a pasar nada, pero ellos se sentirían incómodos y yo también”, señalan los concejales socialistas y peneuvistas. Hernani no ha resuelto su convivencia porque es prisionera de su pasado ante la ausencia del reconocimiento del daño injusto infligido por quienes lo causaron.
Algunos señalan la educación como causa. Un profesor apunta: “En Hernani, la izquierda abertzale ha socializado la idea de que los de ETA son héroes. Hubo un tiempo en el que algunos padres sacaban a los hijos de la escuela para ir a manifestaciones. En las fiestas se entonaban con naturalidad canciones de exaltación a algún miembro de ETA. Falta un análisis crítico del sufrimiento que han generado, incluso a ellos mismos”.
Algunos vecinos recuerdan cómo hubo un tiempo en el que se recibía en el balcón del ayuntamiento como héroes a jóvenes liberados tras ser detenidos por kale borroka, con la complacencia de sus padres en bastantes casos. Un psicólogo experto señala: “Ha existido una ética muy permisiva hacia jóvenes que practicaron la kale borroka. Hay una perversión de valores, como cuando la gente cree que quienes están en la cárcel luchaban por una Euskadi mejor y se sienten solidarios con ellos. Se produce la paradoja de gente que ayuda generosamente a inmigrantes y considera héroes a los presos etarras. Hay mucha confusión”.
Un maestro constata: “A diferencia de otros municipios, aquí ni siquiera ha habido encuentros de víctimas del terrorismo en las aulas. Nuestros alumnos desconocen su pasado. El Ayuntamiento siempre busca excusas para dilatarlo”.
En Hernani se habla mucho de Errenteria, el otro municipio que compartió el récord de conflictividad de Euskadi. Su anterior alcalde, Julen Mendoza, de Bildu, fue pionero en reunir a víctimas de ETA y de la guerra sucia y reconocer a los concejales renteriarras del PSE y PP asesinados por ETA. También organizó el primer homenaje a un policía asesinado por ETA en Errenteria. Amonarraiz precisa: “Aquí la izquierda abertzale local quiere avanzar, pero el núcleo duro lo frena”.
Xabier Lertxundi, de 36 años, de Bildu, es alcalde de Hernani desde junio pasado y tiene mayoría absoluta (11 concejales de 21). La izquierda abertzale ha gobernado 28 de los 40 años de democracia. Una clave de su permanencia es que sus alcaldes y ediles no están identificados con la kale borroka. Los vecinos hablan bien de Juan José Uría y de Ricardo Mendiola, al que recuerdan impidiendo pasar al ayuntamiento a la kale borroka cuando quiso linchar a los concejales socialistas tras un asesinato del GAL.
Lertxundi nos recibe en su despacho municipal. No oculta que “Hernani es un Ayuntamiento de la izquierda abertzale que lucha por la independencia y los derechos sociales por vías políticas”. No tiene vivencias de la etapa negra de Hernani y le duele su imagen de “ciudad sin ley”. Sobre las responsabilidades del pasado, no se sale del guion de la izquierda abertzale: “Ha habido víctimas de varias violencias. No podemos decir quién ha sufrido más. Está el sufrimiento de familias que perdieron a los suyos y el de otras que viajan lejos para visitar a sus presos. A las víctimas no hay que calificarlas por quién haya ejercido la violencia, sino por ser víctimas”.
Subraya su compromiso con Aranzadi de avanzar del conocimiento de la memoria a reparar a todas las víctimas. A la pregunta de por qué Bildu no apoyó las mociones de reconocimiento a las víctimas de ETA, se aferra a una formalidad. “Bildu no promovió ninguna moción. Fueron colectivos sociales. No tengo inconveniente en reconocer que la violencia de ETA ha causado sufrimiento”. Pero evita pronunciarse sobre su injusticia.
Buces confirma que el informe de Aranzadi sobre la verdad es el primer paso para abordar la reparación de las víctimas. A su vez, la Secretaría de Derechos Humanos del Gobierno vasco tiene previsto plantear en el próximo curso encuentros de alumnos con víctimas en las aulas, así como la incorporación en la asignatura de Historia de los horrores provocados por el terrorismo en Euskadi.
Hoy es posible juntar en Hernani a representantes de las tres principales corrientes históricas, enfrentadas en el pasado, para hablar sobre su atormentada historia y su futuro. Lo hicimos y citamos en la Casa de la Cultura, con ayuda de Buces, al exalcalde de HB Uría; a Morcillo, exconcejal del PSE, y a Amonarraiz, edil del PNV. Durante una hora mostraron una clara voluntad de convivencia y no faltaron momentos de emotividad, como cuando Morcillo narró su sufrimiento y el de su familia, y Uría insistía en que había que reconocerlo.
Amonarraiz (PNV): “Es imprescindible conocer qué ha pasado”.
Morcillo (PSE): “Ha sido un buen paso para la convivencia hacer memoria de la época tan terrible que vivimos. Hernani está hoy bastante normalizado. Me siento muy a gusto aquí”.
Uría (Bildu): “Estoy de acuerdo con José. Me alegra coincidir en que se están poniendo las bases para una reconciliación. Hernani es un pueblo serio, trabajador, que tropezó con la violencia”.
Morcillo: “La peor época de Hernani fue cuando nos agredieron a nosotros, a nuestras familias, a mi hija”.
Uría: “Hay que reconocerlo. Un buen camino es hacer una memoria realista para tener un buen futuro”.
Morcillo: “Veo una buena persona [por Uría]. El día que todos alcancemos un común denominador, este país habrá dado un gran salto adelante. No olvidamos, pero tampoco vivimos del recuerdo”.
Uría: “La izquierda abertzale ha dado pasos, que deben culminar en reconocer el sufrimiento. Debería ser más rotunda en reconocer el daño causado por ETA. Quisiera también que otros condenaran el franquismo, la guerra sucia y las torturas. Algunos franquistas se hicieron demócratas en tres minutos. Me gustaría que se dieran las condiciones para que el lendakari y Otegi se abrazaran”.
Morcillo: “Llegará el momento en que habrá coaliciones de Gobierno con la izquierda abertzale”.
Amonarraiz: “Para llegar a eso, los núcleos duros [de la izquierda abertzale] tienen que abrirse y reconocer el sufrimiento de las víctimas de ETA, algo que no hacen”.
Uría: “Ayudaría mucho aliviar el tema de los presos. Sus familias sufren mucho”.
Morcillo: “Es el momento de iniciar una política distinta con los presos. Acercarlos a Euskadi y lo que sea porque lo necesita la convivencia. Quisiera que Hernani fuese conocido no por su pasado conflictivo, sino como el pueblo de Celaya y Querejeta”.
Uría: “Hernani debe sentirse muy orgulloso de tener a Celaya, a Querejeta, a Lujanbio y la obra de Chillida”.
El gaztetxe (centro social de jóvenes abertzales) está en el casco viejo. Hoy no tiene la vitalidad de los años ochenta y noventa, cuando numerosos jóvenes hernaniarras acudían a las masivas concentraciones políticas y lúdicas de Jarrai (juventudes de Batasuna). “El gaztetxe está muy politizado. La mayoría de los jóvenes están desencantados de la política y no acuden. Les preocupa su futuro. No les interesa el pasado. No tienen buenas referencias de lo que vivieron sus padres. Es verdad que muchos no saben siquiera quién fue Miguel Ángel Blanco. Pero saben que hubo conflictos que no trajeron nada bueno, tampoco a quienes los provocaron, y rechazan masivamente la violencia”, señala un profesor.
“Ha existido una ética muy permisiva hacia jóvenes que practicaron la kale borroka”, explica un psicólogo
Algunos jóvenes que practicaron la kale borroka han pasado por crisis profundas que les han llevado a detestar lo que hicieron. “A esa generación de jóvenes se le hizo un daño inmenso al considerar que el asesinato estaba justificado por causas patrióticas. En algunas cuadrillas se había instalado la idea del sacrificado por la patria. Hoy algunos se han dado cuenta de que se les utilizó, se sienten engañados y rechazan su pasado. Pero otros siguen refugiándose en que la policía, los políticos y la prensa exageran o no dicen la verdad”, señala un psicólogo.
El exalcalde Rekondo cree necesaria una autocrítica del pasado de la cúpula de la izquierda abertzale que sirva de lección para las generaciones jóvenes. “No estoy esperando que alguien nos pida perdón. La izquierda abertzale no tiene que escudarse detrás de Errenteria o de Aranzadi. La convivencia pasa porque aquellos dirigentes que ordenaron actuar a otros hagan autocrítica de su pasada complicidad con ETA, porque hay que recuperar los valores perdidos. No lograrán gobernar Euskadi mientras no la hagan. También está pendiente la condena del franquismo, de la guerra sucia y de las torturas”.