Proliferan en el continente síntomas de intolerancia que necesitan respuestas contundentes
ANDREA RIZZI. EL PAÍS.- Londres sufrió ayer lo que la policía británica considera un ataque terrorista. Anoche, la investigación no había esclarecido todavía la motivación del atentado. Debido a sus características, muchos ciudadanos habrán inferido una inspiración islamista. Corresponde a la justicia británica establecer lo que ocurrió. Al margen de las que sean las conclusiones de la investigación sobre este episodio en concreto, y pese a que en los últimos años la intensidad del terrorismo islamista en Europa haya descendido, es evidente que este sigue siendo una amenaza muy grave. El retorno de combatientes del antiguo califato del ISIS acentúa los riesgos. Esto, sin embargo, no debe reducir la atención sobre otros riesgos que se ciernen sobre Europa: antisemitismo e islamofobia.
En Alemania, el mes pasado, en el día de Yom Kippur, un hombre mató a dos personas en un ataque cerca de una sinagoga. En Francia, a finales de octubre, otro atacante -que fue candidato del Frente Nacional- intentó prender fuego a una mezquita en Bayona y tiroteó a dos personas que le sorprendieron en el acto. En Italia, desde este mes de noviembre la senadora Liliana Segre, superviviente de Auschwitz de 89 años, tiene que moverse con escolta en razón de las amenazas que recibe.
Esta misma semana, bípedos cobardes aprovecharon la oscuridad de la noche para arrojar tinta negra sobre las placas de calles recién renombradas en Roma. Una está dedicada a Nella Mortara, destacada física judía que trabajaba en el entorno de Enrico Fermi y que perdió su puesto debido a las infames leyes raciales del fascismo; la otra a Mario Carrara, uno de los poquísimos académicos italianos que se negaron a firmar el juramento de lealtad al fascismo. La nueva toponimia sustituía otra dedicada a Arturo Donaggio, uno de los científicos que suscribieron el manifiesto de la raza de 1938.
Los virus del antisemitismo y la islamofobia recorren el cuerpo social europeo y parecen infectar de forma cada vez más evidente la política. También esta semana, el rabino jefe de las Comunidades Judías Ortodoxas de la Commonwealth lanzó en plena campaña electoral británica demoledoras acusaciones contra el partido laborista. En una carta dirigida al periódico The Times, Ephraim Mirvis sostiene que la comunidad judía observa “con angustia” la posibilidad de que ese partido pueda alcanzar el poder, sostiene que el veneno racista se ha asentado en la formación con la connivencia de la cúpula del mismo. Se trata solo del último episodio de una larga serie de polémicas que han afectado al laborismo en materia de antisemitismo. La dirigencia del partido rechaza tajantemente las acusaciones.
Por otra parte, los tories son objeto, en materia de islamofobia, de acusaciones similares a las que conciernen al labour sobre el antisemitismo. A diferencia de Jeremy Corbyn, Boris Johnson sí aceptó esta semana pedir disculpas por el daño causado por los brotes en su partido de actitudes intolerantes hacia los musulmanes. Reino Unido ha vivido en los últimos años múltiples episodios de ataques contra musulmanes, cerca de mezquitas o centros islámicos.
En Alemania, hoy y mañana, el partido ultraderechista AfD celebra un congreso en el que el ala más dura de la formación podría hacerse con el control o al menos cristalizar su creciente peso dentro de la misma. Las declaraciones de algunos de sus dirigentes han bordeado, en estos últimos años, el antisemitismo. También en Alemania el político de origen turco Cem Ozdemir ha recibido recientemente serias amenazas. Y, significativamente, el ataque de octubre en las inmediaciones de una sinagoga en Halle también golpeó a un establecimiento de kebab, símbolo generalmente vinculado a las sociedades musulmanas.
Los riesgos son múltiples. Conviene mantener la guardia alta en todas las direcciones.