“Señor presidente, miembros de la Corte. A lo largo de todo el mundo ha emergido un movimiento que no se anda con contemplaciones con las doctrinas de la corrección política de las élites ni de los medios subordinados a ellos. El Brexit lo ha probado. Las elecciones en Estados Unidos lo han probado. Está a punto de probarse en Austria y en Italia. El próximo año también se probará en Francia, en Alemania y en Holanda”.
Este corto análisis de la política internacional y el deseo que le sigue poco tienen que ver con el juicio, pero no importa. El discurso se cuela en cada casa holandesa a través de la televisión, que lo retransmite en directo. Al final Wilders no acertó con lo de Austria, porque allí el ultraderechista Norbert Hoffer perdió en la segunda vuelta, pero sí lo hizo con Italia y está por ver si atina con su predicción sobre las elecciones de 2017 en tres de los países fundadores de la Unión Europea. Confía en que Alternativa para Alemania sea determinante para formar gobierno y que Marine Le Pen se alce con la presidencia francesa. Él trabaja para llegar al poder en Holanda. Las encuestas de momento lo colocan como el favorito para ganar en marzo, pero más allá de los grandes titulares que denuncian su xenofobia, ¿quién es Geert Wilders?
Comencemos aclarando quién no es: no es un recién llegado a la política holandesa. Empezó a trabajar en 1990 con los liberales conservadores del VVD y llegó a ser diputado por este partido hasta que en 2004 decidió romper con ellos. Dos años más tarde fundó el PVV, del que ha sido líder incontestable hasta ahora. En 2010 dio su apoyo al gobierno en minoría formado por el VVD y los democristianos del CDA, pero dos años más tarde hizo caer al gobierno por su oposición a aplicar los recortes exigidos por Bruselas. Se convocaron elecciones anticipadas, pero electoralmente la jugada le salió mal: su partido retrocedió nueve escaños en el Parlamento.
Wilders tampoco busca la moderación para captar el voto del llamado centro ni esconde la crudeza de sus propuestas. Lleva 26 años siendo un político profesional, pero eso no le impide usar el lenguaje de un outsider. Denuncia las medidas de “las élites de La Haya y Bruselas”, defiende que la principal labor de su partido es “luchar contra el islam” y dice que se encargará de que en Holanda haya “menos marroquíes”.
Su programa electoral para las elecciones es una combinación de medidas antiinmigración y reclamaciones sociales habituales en la izquierda. Es fácil de leer y, sobre todo, corto: tiene una página de longitud, desglose económico incluido, y está dividido en once puntos. El más detallado es el primero, en el que habla de “desislamizar” Holanda y con el que, asegura, se ahorraría 7.200 millones de euros. Además, propone que “no se destine más dinero a la cooperación al desarrollo, a la energía eólica, al arte, a la innovación y a los medios de comunicación” (punto 7), con lo que dejaría de gastarse otros 10.000 millones.
El dinero recuperado se destinaría a Defensa y a la Policía (punto 9), a la sanidad y al cuidado de las personas mayores (puntos 4 y 8), permitiría bajar los alquileres (punto 5), los impuestos de la renta y de circulación (puntos 10 y 11) y recuperar la edad de la jubilación a los 65 años (punto 6). Además, “Holanda recuperaría su independencia, así que fuera de la UE” (punto 2), y se aplicaría “la democracia directa: introducción de referéndums vinculantes para que los ciudadanos adquieran poder” (punto 3). Y se acabó, todo resuelto en una página.
Más allá de la anécdota del programa electoral, hay dos claves para entender por qué el fenómeno Wilders triunfa en Holanda. La primera es su apelación a la identidad nacional. Encarna el “We, the people” (“Nosotros, el pueblo”) mejor que ningún otro político en un país pequeño de la UE, pero cuyo nacionalismo ha crecido en los últimos años a su sombra.
Su razonamiento, fácil de seguir, divide el campo político en dos bandos irreconciliables. En el lado contrario están los inmigrantes que no se quieren adaptar a la cultura holandesa y la élite política que se lo permite. Esa misma élite, además de malgastar el dinero en los centros para los solicitantes de asilo y las escuelas islámicas, no ha evitado la transferencia de cada vez más poder a Bruselas. En el otro campo de juego, el suyo, están los holandeses de a pie. Ellos han sufrido los recortes en el Estado del bienestar de los últimos años sin que nadie lo impida. Para colmo, siempre según el líder del PVV, viven con miedo por el terror que algunos inmigrantes siembran en las calles.
La otra clave para entender su éxito es la capacidad que tiene para poner en la agenda mediática y política los temas que le interesan. Un ejemplo es su juicio por incitación al odio y a la discriminación. Todo empezó en un acto electoral de las elecciones municipales de 2014. En una cafetería de La Haya y delante de decenas de seguidores, les preguntó si querían que tanto en la ciudad como en Holanda hubiera más marroquíes o menos. “¡Menos! ¡Menos!”, dijeron animados. “Nos encargaremos de ello”, respondió él.
El discurso fue retransmitido por televisión y levantó un huracán político. Más de 6.400 ciudadanos lo denunciaron por considerarlo discriminatorio y la Fiscalía General anunció una investigación que sentó a Wilders en el banquillo de los acusados. “Soy un político que digo lo que la élite política no quiere oír”, argumentó para defenderse, asegurando que “millones de holandeses” piensan como él. Otra vez el “We, the people”.
Las denuncias, la vista previa, el comienzo del juicio, cada novedad del mismo… el asunto acaparó portadas de periódicos y decenas de horas de televisión. Wilders se declaró víctima de una persecución política que laminaba su libertad de expresión, obligando a todos los demás partidos a posicionarse sobre el tema. Al final, los jueces dieron su veredicto: inocente del cargo de incitación al odio, pero culpable de incitación a la discriminación. No obstante, no fue condenado a ninguna pena y la jugada le salió extremadamente rentable desde el punto de vista electoral. Según el Instituto Maurice de Hond, la intención de voto del PVV pasó de 27 diputados (18%), un día antes del comienzo del juicio, a 36 diputados (24% del voto) una semana después del veredicto. Y a tres meses de las elecciones.
Un líder fuerte, pero un partido aislado y con una estructura débil
No todo pinta bien para el líder de extrema derecha en las elecciones de marzo. El sistema electoral, de circunscripción única, y la tradición multipartidista de Holanda propician gobiernos en los que normalmente entran varios grupos parlamentarios. “Pero Wilders está aislado políticamente, la mayoría de los partidos ha descartado cooperar con él”, explica Tjitske Akkerman, politóloga de la Universidad de Ámsterdam.
Solo los liberales conservadores del VVD han abierto la puerta a entablar conversaciones con el PVV a cambio de que su líder se retracte del discurso que le valió la condena por incitación a la discriminación. “Es difícil imaginar a Mark Rutte (líder del VVD) colaborando con Wilders como primer ministro. Pero incluso así, no llegarían a los 76 diputados necesarios”, indica Akkerman. Los democristianos aún recuerdan que fue él quien dejó caer el gobierno del que formaban parte en 2012. En esas elecciones anticipadas retrocedieron ocho escaños y pasaron a la oposición. “No confían en él como compañero de coalición”, añade la politóloga.
Según las últimas encuestas, un mínimo de tres o incluso cuatro partidos será necesario para formar una mayoría de Gobierno. Los dos de la actual gran coalición, el VVD y el socialdemócrata Partido del Trabajo (PvdA), pierden apoyos, pero el panorama es especialmente dramático para los segundos. Sufrirían una auténtica pasokización. Los 38 escaños (25,33% del voto) que consiguieron en 2012 se quedarían en 10 (6,67% del voto), según una encuesta del Instituto Maurice de Hond de diciembre de 2016.
Su otro punto débil es el poco arraigo del partido en los territorios. El PVV solo se presentó en Almere y La Haya para las elecciones municipales de 2010 y 2014. En el resto de ciudades, sus votantes se vieron obligados a elegir otra papeleta o quedarse en casa.
Consciente del problema, Wilders ha decidido atajarlo. A principios de diciembre de 2016 anunció una campaña para buscar candidatos para las municipales de 2018. En un vídeo colgado en la web del partido, se dirigió así a sus simpatizantes: “Le necesitamos, porque el PVV no es solo para los holandeses y de los holandeses, sino que también está hecho por los holandeses. Juntos nos vamos a librar de la élite política que quiere romper nuestro país”. Ese “juntos” se medirá en votos el 15 de marzo de 2017. Las negociaciones posteriores para formar gobierno decidirán si, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la extrema derecha se alza con el poder en un país fundador de la Unión Europea.