Segovia no es ajena a la violencia en el deporte, bastante más en concreto al que se produce en dos modalidades, el fútbol y el fútbol sala, en el que incluso en las categorías de formación se producen acciones lamentables, como la que se dio en la tarde del domingo en el campo de La Mina, en el que una trifulca entre los futbolistas del Monteresma y de la Gimnástica Segoviana de categoría cadete después de que el encuentro finalizase con empate a dos goles, terminó con la Guardia Civil personándose en el campo para conseguir que el conjunto azulgrana pudiera abandonar las instalaciones, y un jugador de la Segoviana pasando unas horas en el hospital.
No es un hecho aislado, y ejemplos hay para escoger ya no solo a lo largo de la historia, sino a lo largo de una sola temporada. Por más que el fútbol ha tratado de promover el juego limpio (y mucho más debería incidir, sobre todo en las categorías de formación) las victorias son escasas, y el problema se agranda cuando, a través de las redes sociales, los partidos no terminan, y las discusiones, los insultos y las amenazas entre futbolistas o aficionados, suben de tono hasta cruzar la línea que separa la ofensa más o menos olvidable, del delito. Al hilo de ello, todo apunta a que el Monteresma-Segoviana de categoría cadete continuará en los juzgados, y ya no por lo que pasó sobre el terreno de juego, sino por lo que sucedió con posterioridad, y por todo lo que lo han agrandado las redes sociales, con menores cruzándose insultos, y amenazas. No es la primera vez, ni tristemente será la última, pero la violencia en el fútbol, alimentada por el mal uso de las nuevas tecnologías, está creciendo de manera desmesurada.