JOAQUÍN ESTEFANÍA. EL PAÍS.- La regla del juego era: no se puede tener libre acceso al mercado único comunitario sin aceptar también la libre circulación de ciudadanos. O dicho de manera más amplia: no sirve una globalización que se complazca en el libre movimiento de capitales, en un amplio movimiento de bienes y servicios y, al tiempo, entorpezca la circulación de las personas. Esta es una globalización deforme que es imposible mantener en el tiempo. Ello es lo que está ocurriendo ahora.
1.- El Tribunal Supremo de EE UU ha paralizado la reforma migratoria del presidente Obama, de manera que no se podrán conceder permisos temporales de residencia a más de cinco millones de indocumentados y a sus familias, que transitan y trabajan por esta parte de Norteamérica. Es un duro golpe para la herencia de Obama. Ello coincide en el tiempo con las declaraciones duramente xenófobas delrepublicano Donald Trump, de modo que la política migratoria ha devenido en parte central de la campaña presidencial de EE UU.
2.- Eslovaquia, país del Este europeo y cuyo primer ministro, Robert Fico, pertenece a la familia ideológica socialdemócrata (para vergüenza de ésta) ha asumido la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Será quien tenga que liderar la negociación del Brexit, ratificar el futuro de Schengen, tan importante para el alma de Europa, y concretar la propuesta de la Comisión de penalizar a los países comunitarios que no quieran acoger asilados (250.000 euros por persona denegada).
Eslovaquia fue el primer país en acudir a la justicia europea para recurrir aquel acuerdo que quedó en nada, que trataba de acoger a 160.000 refugiados provenientes de Grecia e Italia con cuotas obligatorias para cada país. Las declaraciones de Fico han sido siempre extremadamente duras para los refugiados políticos y los emigrantes económicos: «El problema no es que vengan, es que están cambiando el carácter del país».
3.- Los británicos temen que, como consecuencia del voto mayoritario de 17 millones de ciudadanos en contra de seguir en la UE, Francia rompa los acuerdos con Gran Bretaña y deje salir de Calais a los miles de eritreos, sirios, bangladeshíes, libios, … que pretenden desembarcar en Dover. Dover convertido en el Lesbos del estrecho. Pocos días después de la votación se desvelan las manipulaciones demagógicas de quienes querían sacar al Reino Unido de Europa. «Siento decepcionar a quienes nos escuchan, pero nunca dijimos que iba a producirse un corte radical [de la entrada de ciudadanos de otros países, comunitarios y extracomunitarios], solo queremos medidas de control», rectificaba un conservador euroescéptico en sus declaraciones. No habrá frenazo en seco en las entradas, como habían visualizado muchos de los votantes de la salida de Europa, después de leer esa planta venenosa que ha sidoThe Sun. Ello generará otro tipo de frustraciones.
Los límites al libre movimiento de personas es el principal factor estrangulador y deslegitimador de la globalización realmente existente. Se repite la historia. A mediados de los años cuarenta, el escritor austriaco Stefan Zweig, escribió sobre el retroceso internacionalista que sufrió el mundo, que tanto se parece a éste, «como la limitación de la libertad de los movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad». Dice Zweig que todo el mundo iba donde quería y permanecía allí el tiempo que quería, que no existían permisos, autorizaciones, salvoconductos ni visados. Fue después de la Gran Guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a transformar el mundo y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia, el odio o, por lo menos, el temor al extraño. «En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. Todas las humillaciones que se habían inventado antaño solo para los criminales ahora se inflingían a todos los viajeros antes y después del viaje» (El mundo de ayer. Memorias de un europeo, El Acantilado).