La crisis sanitaria provocada por el coronavirus alienta reacciones contra los habitantes de esta etnia en el pueblo cántabro.»Hablé de gitanos como podía haber hablado de pescadores», dice el alcalde
DAVID S. BUSTAMANTE. EL MUNDO.- El penal de Santoña atesora un truculento historial cuyo clímax se alcanzó durante la Guerra Civil, cuando miles de republicanos fueron encerrados en sus confines y cientos de ellos terminaron ejecutados en la cercana playa de Berria.
Después, cuando España había recobrado ya la democracia, acogió a inquilinos como Eleuterio Sánchez El Lute o el asesino de los Marqueses de Urquijo, Rafael Escobedo, que se suicidó aquí mismo en 1988.
Por eso la alusión de la grabación resultó especialmente hiriente para la comunidad gitana de esta pequeña localidad cántabra. El personaje que lanzaba exabruptos contra los miembros de este colectivo no pedía que fueran a la cárcel sino al «penal» y que sufrieran allí como «si fuera un campo de concentración», rememorando que de hecho lo fue, durante la égida franquista.
«Que canten y bailen allí encerrados hasta que se mueran todos… Que están infectado a todo el mundo… A ver si se mueren todos, pequeños, niños, abuelos y su puta madre», clamaba el individuo en un arrebato de racismo desbocado.
La difusión de esta grabación y otras de similar tono fue el detonante de las desavenencias sociales que se han generado en la localidad cántabra en las últimas jornadas como efecto colateral del Covid-19. Aunque Cantabria se cuenta entre las comunidades menos afectadas por esta epidemia, Santoña -con poco más de 11.000 habitantes– se ha convertido en uno de los epicentros de esta dolencia al registrar seis fallecidos y más de medio centenar de personas en cuarentena al presentar síntomas similares a los que produce el virus, según dijo el portavoz de su centro de salud Rafael Colas.
Uno de los focos de contagio se generó en varias familias de la comunidad gitana de esta villa, presumiblemente tras acudir a un funeral con anterioridad al inicio del estado de alarma, lo cual desencadenó los señalamientos anónimos en las redes sociales.
La desazón a nivel local se agravó el viernes tras la entrevista que concedió el alcalde de la población, Sergio Abascal, a una emisora en la que se refirió en repetidas ocasiones a la incidencia de estos contagios entre los gitanos y pidió «el confinamiento forzoso» de los afectados. «No se puede salir ni para comprar alimentos, ni a farmacias, hay que estar siempre en casa», aseguró.
Estas alusiones fueron acogidas como otro motivo de agravio por los integrantes de esta comunidad, que en Santoña representan entre un cinco y un seis por ciento, según estimaciones del propio Abascal.
El miedo siempre azuza los instintos más básicos de la especie humana arrinconando su capacidad de razonamiento. Una de las reacciones más repetidas en situaciones de crisis es buscar culpables.
Es esa misma angustia irreductible la que provocó hace días la instalación de barricadas con bloques de cemento para cortar algunas rutas de acceso a Noja, una localidad próxima a Santoña, para intentar frenar la llegada de personas con residencias veraniegas, especialmente desde el cercano País Vasco.
La Guardia Civil y la policía local llegaron a identificar a todos los coches que pretendían adentrarse en la villa. Los controles de los uniformados habían desaparecido este lunes pero vecinos seguían defendiendo la necesidad de aislar su pueblo. «Cada cual es su casa», señaló un residente local a la salida del supermercado.
El desasosiego que inspiró la decisión de Noja es muy similar al que provocó que dos de los cinco ancianos a los que cuidaba Maria Jesús Duran, de 40 años de edad, hayan renunciado a sus cuidados. «Tienen miedo y prefieren que no vaya», explica la cuidadora a domicilio que pasea por las calles de Santoña.
La mayoría de las escasas personas que caminan por las aceras de la villa pesquera lo hacen en su mayoría con mascarillas. Se cruzan con parejas de empleados municipales ataviados con trajes más propios de películas de ciencia ficción que desinfectan las calles.
Abascal lleva horas en el municipio hablando con representantes de diversas agrupaciones gitanas para intentar recuperar «la calma» en el pueblo tras el alud de críticas virtuales que sufrió tras la entrevista. «Todo ha sido un malentendido. Hablé de gitanos como habría hablado de pescadores si fueran ellos los afectados. Sólo quiero que se extremen las medidas de vigilancia porque ellos son los más afectados. Pido perdón si alguien se sintió ofendido», afirma.
Abascal dice que fue el primero que dijo que las polémicas grabaciones constituyen «una claro delito de incitación al odio» -la comunidad gitana ya ha presentado una denuncia en este sentido- y coincide con el eslogan que ha lanzado la Fundación Secretariado Gitano Cantabria que insiste en que «el coronavirus no hace diferencias, no las hagas tú».
«Sé que los nervios están a flor de piel pero es en estos momento cuando hay que ser más solidarios», agrega el máximo responsable de la alcaldía.
La integración que defiende Abascal no se extiende a la totalidad de los lugareños. Varios de los locales con los que conversó este diario se refirieron con desdén al colectivo gitano, comenzando su alocución en varios casos con el manido «yo no soy racista pero…».
«Es que van a su bola. No usan mascarilla ni nada», declara Angel Gómez, mientras pasea a su perro. Un anciano de 73 años que no quiere dar su nombre se refiere a ellos como «el problema» de Santoña.
Sin embargo, para Manuel Vargas Vargas, portavoz de la Asociación de Gitanos de Santoña, la mayoría de los habitantes del pueblo les ha pestado su «apoyo».
«No queremos crear mal ambiente, ni presentarnos como víctimas, pero tampoco que nos echen al pueblo encima», señala.
Confinado en su vivienda, el representante de esta comunidad admite que la intervención de Abascal pudo ser «fruto del nerviosismo», pero concluye: «La ha cagado».
«Lo de los audios fue anterior, pero cuando ya habían conseguido controlar la situación, va y nos sale con esas declaraciones», apunta.