ALONSO CASTILLA. EL CONFIDENCIAL.- La violencia debe ser erradicada de cuajo del mundo del fútbol. La muerte de un ultra ha golpeado con fuerza las estructuras del deporte español y todos los organismos involucrados parecen decididos a limpiarlo. Es desde abajo por donde hay que empezar y así lo manifiestan desde hace tiempo los que estudian un problema sin resolver. Los niños, en muchos casos, crecen junto a un balón rodeados de violencia. Desde las gradas, los mayores, lejos de dar ejemplo, ofrecen lamentables espectáculos que al final calan en el pequeño. “Lo peor son los padres”, suelen repetir cientos de entrenadores. Y es la creación de escuelas de padres lo que muchos reclaman para evitar que los niños de hoy pueblen como ultras las gradas en el futuro. Son una realidad en algunos países y una buena solución para que no se conviertan en ‘hooligans’ peligrosos para la educación de sus hijos.
Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, explica para El Confidencial que “este asunto es de vital importancia, pero en España no existen programas que vayan en esa dirección, aunque lo hemos reclamado en diferentes oportunidades. Hay dos líneas claras de actuación: formación de padres, entrenadores y clubes, primero, y luego incorporación a las federaciones de programas de educación cívica y valores en el deporte, centrados sobre todo en los entrenadores”. Incide en que “los técnicos necesitan una formación en esta materia. El problema es que el deporte escolar y municipal está abandonado en este aspecto”.
Pablo del Río, psicólogo del deporte y conocedor de este problema, comenta para El Confidencial que la raíz del problema está muy cerca. En la casa del niño que disfruta jugando al fútbol, que escucha barbaridades saliendo de la boca de su progenitor. La formación de los mayores es básica y apuesta por la creación de escuelas de padres. “Para mí es muy importante este aspecto”, subraya, recordando que “en países como Suecia o Finlandia ya existen. Se les enseña cómo deben comportarse con sus hijos deportistas para que se conviertan en fuente de apoyo, de motivación”. Y apunta que “en esos países lo viven de una manera totalmente diferente si hablamos de deporte escolar”.
Cree que “en España hay tiempo suficiente como para que los padres acudan a charlas en los colegios. Insisto en que la figura del progenitor es básica en la formación del deportista. Aunque con los recortes, no sé si se podrían implantar estas escuelas de padres. Lo que tengo claro es que esta fórmula es buena porque todo nace de la base. Las instituciones deberían involucrarse en este objetivo”. Conviene recordar, a modo de ejemplo, que una encuesta realizada hace tiempo por el Gobierno Vasco ponía de manifiesto que uno de cada cuatro vascos cree que el mal comportamiento de los padres es básico para entender la aparición de la violencia en el deporte.
Considera Ibarra, mientras, que “se impone un giro copernicano en esta materia. Hay que dar un toque humanista al deporte de base para evitar en el futuro los insultos y los cánticos que incitan a la violencia y al odio. No podemos olvidar que hablamos de un juego, pero los jugadores, desde temprana edad, miran al equipo al que se enfrentan como el enemigo, no como el rival. Y ahí también incluyo a los padres, que parecen formar parte de un ejército. Al final, en resumidas cuentas, esto se convierte en una selva”.
Cree que “en España hay tiempo suficiente como para que los padres acudan a charlas en los colegios. Insisto en que la figura del progenitor es básica en la formación del deportista. Aunque con los recortes, no sé si se podrían implantar estas escuelas de padres. Lo que tengo claro es que esta fórmula es buena porque todo nace de la base. Las instituciones deberían involucrarse en este objetivo”. Conviene recordar, a modo de ejemplo, que una encuesta realizada hace tiempo por el Gobierno Vasco ponía de manifiesto que uno de cada cuatro vascos cree que el mal comportamiento de los padres es básico para entender la aparición de la violencia en el deporte.
Considera Ibarra, mientras, que “se impone un giro copernicano en esta materia. Hay que dar un toque humanista al deporte de base para evitar en el futuro los insultos y los cánticos que incitan a la violencia y al odio. No podemos olvidar que hablamos de un juego, pero los jugadores, desde temprana edad, miran al equipo al que se enfrentan como el enemigo, no como el rival. Y ahí también incluyo a los padres, que parecen formar parte de un ejército. Al final, en resumidas cuentas, esto se convierte en una selva”.
En este punto, Del Río divide a los padres en tres grupos. Por un lado está el padre demasiado implicado, que actúa de “médico, árbitro y hasta entrenador, y que usurpa dichas figuras. Vocifera, incordia a árbitro y rivales, insulta… Hay más de lo que parece y muchos hijos se avergüenzan de ellos. Se dedican más a dirigir que a apoyar y son fuente de presión. En función del resultado valoran al hijo y no admiten que se equivoque. Satisfacen sus necesidades deportivas a través del niño”. “Los fines de semanas ves a padres que se han transformado por completo. Un vecino o un amigo normal nada tiene que ver con el espectador de un partido en el que juega su hijo. Muchas veces son una importante fuente de presión hacia el chaval”, recalca.
“Luego están los distantes”, sigue diciendo el psicólogo, comentando que “se trata de una persona que no se implica y no genera problemas. No incordia ni al hijo ni al entrenador”. Eso sí, añade que “esa falta de interés no es buena para el jugador”. Y por último están los normales, que “mantienen una comunicación abierta con el chico y con el entrenador. Su apoyo al hijo es total y por encima de todo está interesado en que se divierta”. “El papel de los padres y los entrenadores es clave, para hacer entender que el deporte es algo sociable y lúdico”, comenta para acabar.