“Es un alivio, pero la elección más importante aún está por llegar”

| 5 diciembre, 2016

Pese a la derrota de la extrema derecha en las elecciones presidenciales en Austria, el politólogo Benjamin Opratko avisa: el FPÖ es el favorito a alcanzar el Gobierno con un proyecto para transformar el Estado.

SANTIAGO SÁEZ. LA MAREA.- La mañana después de la derrota de la extrema derecha en Austria, el politólogo Benjamin Opratko rebaja la euforia: esto sólo es el principio. Pese a haber perdido la batalla por la presidencia austriaca ante el ecologista Alexander Van der Bellen, el ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ) ha obtenido su mejor resultado en 80 años.

En toda Europa se ha respirado al ver los resultados de las elecciones en Austria ¿Cuál es la sensación en su país?
Es cierto que ha habido un suspiro de alivio colectivo, sobre todo porque el resultado ha sido mucho más claro de lo esperado [en mayo, Van der Bellen se impuso por poco más de 30.000 votos, antes de que el Tribunal Constitucional invalidase el resultado por irregularidades en el proceso]. Sin embargo, al mismo tiempo la gente en Austria tiene claro que ésta no es la victoria definitiva. Este no es el final de la estrategia de la extrema derecha. Dicho esto: sienta muy bien ver sus caras en la televisión tras la derrota. Por una vez, no sonríen.

Austria podría celebrar elecciones generales en 2017. ¿Qué pasará si la extrema derecha consigue alcanzar el gobierno?
Esa es la parte más importante de su estrategia. Quieren controlar el Parlamento y no solamente ser parte del gobierno, sino liderarlo. Técnicamente, el presidente puede rechazar a ministros si considera que no están cualificados para el puesto, pero es el último recurso. Y hay que ser realistas: el presidente no puede rechazar a todo el Ejecutivo. Aún no sabemos cuándo serán las elecciones generales. Probablemente se celebran en primavera u otoño de 2017. Mi teoría es que el FPÖ no tiene sólo un proyecto de gobierno, sino un proyecto para transformar el Estado en una línea similar a lo que vemos en Hungría. Esto es, una reestructuración autoritaria del esqueleto del Estado y la sociedad civil. Ese es, creo, el auténtico peligro.

Aun así, esta derrota es un obstáculo en la estrategia de transformación del Estado del FPÖ.
Desde luego. Es un bache para ellos, pero muy relativo. Lo más importante son las próximas elecciones generales y alcanzar el liderazgo del gobierno. Y aunque han perdido estos comicios, han demostrado su potencial. Un 47% de votos es el mejor resultado de un partido de extrema derecha en Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial.

Los resultados han sido muy buenos para Van der Bellen. ¿Puede haber sido esta tendencia a la sorpresa y la desconfianza en las encuestas lo que ha animado a mucha gente a votar?
Es difícil decirlo en este momento. Lo que es cierto es que los votantes de Van der Bellen forman un abanico político muy amplio. Es una alianza muy poco común articulada en contra de Hofer. Incluye a sectores conservadores y rurales, votantes en los que la campaña de Van der Bellen ha puesto el foco en los últimos meses. El candidato sabía que necesitaba a esos sectores para ganar. No creo que la gente haya despertado, desde el punto de vista de una sensación de peligro político real, porque no ha habido una confrontación visible tan grande como podría imaginarse desde fuera. Cuando alguien llamaba fascistas o nazis al FPÖ, algún miembro de la campaña de Van der Bellen aparecía y decía ‘no, no, no es un fascista, simplemente nosotros somos la mejor opción’.

¿Llamaría a estos movimientos de extrema derecha ‘fascistas’ o ‘neo-fascistas’?
Hay grandes diferencias entre Aurora Dorada, en Grecia, que es abiertamente fascista y una organización neonazi, con formaciones como UKIP, el Frente Nacional de Francia o el Partido de la Libertad en Austria. En el caso del FPÖ, hay conexiones históricas obvias con el fascismo, pero no creo que se le pueda caracterizar como un partido fascista. Creo que hay fascistas en el partido, pero el proyecto no es fascista por el momento. En cualquier caso, lo que conecta a partidos como Aurora Dorada con otros como el Frente Nacional o el FPÖ es que todos politizan el sentido de crisis social y política en términos autoritarios, nacionalistas y racistas. No los llamaría fascistas, ni neofascistas. ¿Qué significará para Europa y para Austria? Pues que tendremos al primer jefe de gobierno abiertamente de ultraderecha en los llamados Estados occidentales de la Unión Europea.

¿Por qué la extrema derecha tiene tanta fuerza en Austria? Al fin y al cabo, Austria es un país relativamente rico, igualitario y desarrollado. Lo hubiera visto más fácil en Grecia o Italia, por la mayor desigualdad.
Dice mucho que esto no ocurra tanto en los países en los que la crisis ha afectado más, como Italia, Grecia o España. Demuestra que la crisis social y económica no trae implícita la llegada automática de la extrema derecha. Austria ha sido el país pionero en este tipo de experimentos de ultraderecha. Ya ocurrió en 1996 bajo el mando del antiguo líder del FPÖ, Jörg Haider, en la vanguardia de la Nueva Derecha. En cierto modo, ya entonces consiguieron articular un sentimiento de crisis. No una crisis económica, sino política. Ya en los años 90, la gente estaba harta de las viejas élites. Y esto es algo que ha vuelto ahora bajo un nuevo liderazgo, el de Hainz-Christian Strache. Así que en cierto modo tiene que ver con la historia del populismo de derechas austriaco, pero también con la completa ausencia de oposición de izquierdas. Austria no tiene ningún partido de izquierdas en el Parlamento. Los socialdemócratas llevan en el poder la mayor parte de los últimos 50 años, incluidos estos últimos años de crisis. Hay un Partido Verde que se centra sobre todo en votantes jóvenes de clase media-alta urbana. Así que no hay alternativa, en cuanto a oposición al sistema político que tenemos. Esa es la gran diferencia.

Al final del siglo pasado, el FPÖ llegó a un gobierno de coalición, junto al partido conservador tradicional. Esto es impensable en países como Francia, donde hay una alianza no escrita contra el Frente Nacional. ¿Por qué? ¿Está la derecha tradicional austriaca más cómoda o más cercana a la extrema derecha?
En Austria es así. Como todo el mundo sabe que el FPÖ será el partido más fuerte tras las próximas elecciones generales, el resto de formaciones están posicionándose estratégicamente alrededor de esa certeza. El partido conservador se ofrece como compañero, pero también una parte del partido socialdemócrata ha roto este supuesto tabú e intenta establecer alianzas con la extrema derecha. En la región de Burgenland incluso ya funciona una coalición entre los socialdemócratas y el FPÖ. Aquío radica la diferencia del caso austriaco: no creo que haya otro país europeo en el que la extrema derecha esté tan normalizada, en cuanto a su discurso político. Esto tiene que ver con una estrategia muy inteligente de la extrema derecha durante décadas. El FPÖ se presenta, al mismo tiempo, como el partido más opuesto al sistema y como parte del sistema político. Han estructurado todo un discurso alrededor de este concepto de ‘dejarnos fuera’. ‘Si todos os aliáis contra nosotros es algo antidemocrático, porque somos un partido elegido democráticamente; tenéis que hablar con nosotros, no podéis estar contra nosotros’. El resultado es que gran parte de los medios y el público se lo han creído. Ven a la extrema derecha como una fuerza política legítima y democrática. Eso es lo que ha llevado a su normalización. Para mucha gente, no es más que otro partido. Y va a ser el partido mayoritario tras las próximas elecciones, así que en cierto modo, las otras formaciones tienen que hablar con ellos. Pero lo que hacen es, muchas veces, intentar ganárselos como potenciales aliados.

Hay un argumento generalizado que explica el crecimiento de la extrema derecha como una reacción a la crisis de los refugiados. ¿Cree que es simplificar demasiado?
Completamente. Y en Austria queda aún más claro. El crecimiento del FPÖ no empezó con la crisis de los refugiados. Por supuesto, es algo que les ayuda a crecer porque saben cómo sacar partido a la situación, pero no se puede usar la crisis de los refugiados como algo determinante. El factor más importante es la crisis económica mundial de 2008. Ahí fue cuando muchos de los partidos de derechas ganaron terreno, a causa de las políticas de austeridad que han sido implantadas por partidos de distinta índole. En este contexto, la ultraderecha se ofrece a ocupar el papel de oposición contra los mercados y las instituciones financieras, pero también contra las migraciones y el mundo globalizado.

Hemos visto un crecimiento del populismo de derechas a nivel global. Narendra Modi en India, Duterte en Filipinas, Turquía, Argentina, Brasil… ¿Están todos estos fenómenos conectados?
No están conectados desde un punto de vista estratégico, pero son todas reacciones nacionales a la crisis global. Obviamente, las circunstancias son muy distintas en diferentes partes del mundo, pero lo que se observa es una tendencia global hacia la adopción de medidas autoritarias, un ataque sobre la democracia y las libertades civiles. Se presenta como un fortalecimiento de la soberanía nacional contra los mercados globalizados, incluso cuando sus representantes están, a menudo, íntimamente relacionados con los mercados, como es el caso de Donald Trump. Es una narrativa de fortaleza nacional, de soberanía, que alcanza a muchas personas en estos tiempos de inestabilidad global.

Hace un año y medio, durante las negociaciones entre Grecia y la Unión Europea sobre la deuda, Alexis Tsipras dijo que si Bruselas se negaba a negociar con Syriza, tendría que hacerlo con Marine Le Pen en poco tiempo. ¿Qué síntomas del crecimiento de la extrema derecha se apreciaban, ya en verano de 2015?
Tsipras y Syriza veían con claridad en Grecia cómo los partidos y las élites políticas tradicionales se desmoronaban hasta el punto de que no podían ofrecer ninguna respuesta a gran parte de la sociedad. No era una elección entre la izquierda desmadrada y el centro respetable. Era una elección entre dos oposiciones al neoliberalismo. Si no se legitimaba la opción de izquierdas, la gente trataría de encontrar representantes políticos en el otro lado del espectro, pero no en este supuesto ‘centro’ político que, según veía Syriza (y estaba en lo cierto), estaba desapareciendo. Los partidos del supuesto centro han aplicado políticas económicas radicales y extremistas durante la crisis. El centro ha desaparecido. Un ejemplo muy claro está en el Reino Unido. Los tories han implementado las medidas más extremas, incluyendo la decisión de salir de la Unión Europea. No se puede culpar sólo al UKIP, también a los conservadores. Eso es lo que Tsipras y otros políticos, también Podemos en España, supieron ver. En tiempos de crisis, no puedes elegir entre los extremos y el centro. Tienes que tomar decisiones.

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