Tres asesinatos brutales han puesto el foco en la violencia de género en el país austral, donde cada tres horas se mata a una mujer y cada 18 minutos hay una violación
ALBERTO ROJAS. EL MUNDO.- El caso recuerda a aquel de Ciudad Juárez de hace dos décadas en el que cientos de mujeres morían y eran abandonadas en el desierto sin que hubiera un solo asesino sospechoso. La impunidad, la ausencia de leyes y medios policiales, la corrupción rampante y la criminalidad del narco en esta población fronteriza con EEUU ponían el resto. La Sudáfrica actual vive un emergencia similar, en números e impacto social, y ya se ha colocado como uno de los países más peligrosos para las mujeres.
Los siete días que terminan han sido definidos por el presidente Cyril Ramaphosa como «la semana más oscura y vergonzosa». Ramaphosa aseguró que, desde que se han levantado algunas restricciones de coronavirus, incluida la prohibición de la venta de alcohol, ha aumentado la violación, el secuestro y el asesinato de mujeres.
Los tres últimos casos, especialmente crueles, tienen nombres y apellidos: Tshegofatso Pule, embarazada de 28 años, fue encontrada ahorcada de un árbol en Johannesburgo. La policía aún no tiene sospechosos del crimen. Naledi Phangindawo, apuñalada hasta la muerte el pasado sábado en Mossel Bay. Ha sido detenido un hombre que, según la policía, es el cómplice del asesinato, pero no el autor. Sanele Mfaba apareció el viernes asesinada bajo un árbol en el barrio de Soweto.
«Necesitamos entender qué factores están alimentando esta terrible tendencia y, como sociedad en su conjunto, abordarlos con urgencia», dijo el presidente Ramaphosa.
Las cifras oficiales registran cada año unas 3.000 mujeres asesinadas por hombres en Sudáfrica, pero muchos expertos de ONG independientes aseguran que la mayoría de estos asesinatos nunca se documentan y acaban quedando impunes. Estas asociaciones creen que los números reales se acercan más a 9.000 asesinatos de mujeres al año. El espanto no acaba ahí: cada día se registran unos 130 casos de violación en todo el país. Es decir, matan a una mujer cada tres horas. Violan a una mujer cada 18 minutos.
LAS MUJERES SE ORGANIZAN PARA VISIBILIZAR EL PROBLEMA
Las mujeres, especialmente las universitarias, están empezando a organizarse no sólo para protegerse, sino para protestar y hacer visible el problema. En septiembre de 2019, el asesinato y violación de Uyinene Mrwetyana, una estudiante universitaria de 19 años, sacó a las calles a miles de sudafricanos, la mayoría mujeres, para luchar contra los feminicidios.
La chica asesinada había sido campeona de boxeo. La última vez que alguien la vio con vida fue el 24 de agosto, entrando en una oficina de correos cerca del campus de Ciudad del Cabo donde estudiaba. Su cuerpo apareció días después tirado en un solar de uno de los barrios más empobrecidos. Eso provocó el nacimiento de un movimiento propio, paralelo al Me Too pero con reivindicaciones inmediatas y locales.
No es la primera vez que la población femenina sudafricana estalla frente a una oleada de crímenes. En 2017, el asesinato de 10 mujeres en un fin de semana en Soweto, uno de los barrios más pobres y violentos de Johannesburgo, provocó manifestaciones y críticas a la policía, incapaz de controlar determinadas zonas del país, donde las bandas criminales imponen su ley.
Llamó la atención el caso de Lerato Moloi, de 27 años y una de las asesinadas, que era lesbiana. Su muerte se registró como una «violación correctiva», es decir, aquella que el perpetrador realiza para «curar» la homosexualidad de las mujeres.
«La violencia de género prospera en un clima de silencio. Con nuestro silencio la favorecemos, al mirar hacia otro lado porque creemos que es un asunto personal o familiar, nos hacemos cómplices de este crimen tan insidioso», asegura el presidente Ramaphosa. «Hasta el 51% de las mujeres en Sudáfrica han experimentado violencia a manos de alguien con quien tenían una relación», según los propios datos del Gobierno.
Aún resulta peor para aquellas mujeres que han llegado de otros países, en especial del vecino Zimbabue, que tratan de abrirse camino trabajando en la zona fronteriza, muchas de ellas en burdeles donde conviven a diario con la violencia y el asesinato de las mafias. Si en el corazón de Sudáfrica hay impunidad, en ese territorio manda la mafia. Como pasaba en Ciudad Juárez.