DEUTSCHE WELLE. Los políticos aseguran, frecuentemente, que no hay lugar para el racismo en Alemania. Pero muchas personas lo sufren a diario, afirma Hamado Dipama, del Consejo de Integración de Múnich, tras un experimento nocturno.
DW: Usted ha llevado a cabo, con el Consejo de Integración de la ciudad de Múnich, una especie de prueba de racismo en la vida nocturna muniquesa… ¿Cuál fue el resultado?
Hamado Dipama: Un resultado muy chocante. Teníamos claro que los africanos y turcos no logran entrar a todos los clubes, pero no teníamos claro que eso podía incluir a un 80 por ciento de los clubes, por eso es tan chocante.
¿Cómo establecieron la dimensión del problema? ¿Se dividieron en grupos ante los porteros de los locales?
Fuimos un grupo de siete personas y visitamos 25 clubs y discotecas de Múnich en dos noches. Nos separamos dentro de la misma fila: primero nosotros dos de África, luego dos participantes turcos y, por último, los alemanes y de otros países de Europa occidental. Las personas de África y Turquía solo logramos entrar en cinco de los 25 clubs, y eso tras discusiones, mientras que los europeos entraron a todos sin problemas.
¿Cómo interpreta usted ese resultado?
Muestra, sencillamente, que el racismo es un problema muy grande aquí en Alemania y probablemente en Europa. Son muchos los que participan de este racismo en la vida nocturna, que incluye a los que esperan ante la puerta junto a nosotros, ven que a alguien se le niega la entrada por motivos racistas y sencillamente cierran los ojos. Ellos toleran eso y hasta se benefician porque entran y nosotros no. Los dueños de los clubes imponen el racismo en las reglas de admisión de sus locales, no incluyen ningún tipo de medida para evitarlo.
¿Pero los porteros no argumentaron que no los dejaban entrar por ser africanos, no?
Ellos no dijeron eso, pero tampoco pueden hacerlo. Antes, hubo casos en los que alguien decía claramente: “ya hay suficientes negros dentro”. Pero eso generó polémica y han cambiado su estrategia, no lo dicen abiertamente.
¿Cómo reaccionó la Asociación de Organizadores de Eventos de Múnich, a la que pertenecen algunos de estos clubes, cuando el Consejo de Integración habló con ellos sobre este experimento?
Fue una conversación difícil. Pensé que reconocerían el problema y hablarían con nosotros sobre tomar medidas para combatirlo. Pero lamentablemente estuvieron más ocupados en defenderse. Incluso, se ven a sí mismos como víctimas. Para mí, se trata de un victimario que se presenta como víctima.
¿Cómo explica eso?
Es un mecanismo de defensa. No están dispuestos a reconocer que el racismo es un problema. Un miembro de la asociación que es también dueño de un club nos aseguró que “es un fenómeno normal de la vida nocturna”. Se le prohíbe la entrada a las personas por su color de piel y él dice que “es un fenómeno normal de la vida nocturna”. Eso deja todo claro. Ellos saben muy bien que no es normal, saben muy bien que es racista, pero no quieren aceptarlo porque no están dispuestos a resolver el problema.
¿Cree que el racismo es un tema tabú en Alemania?
Ese es uno de los motivos por los que organizamos esta acción. No lo hicimos para pelearnos con los dueños de clubes, sino porque el racismo es un gran problema en Alemania, y no se practica en los márgenes de la sociedad, sino en su justo medio. Ese racismo cotidiano lo vivo como africano en muchas situaciones, en la vida laboral o en la calle. Uno se lo encuentra constantemente y, aún así, se trata de negar todo el tiempo, se esconde. El racismo es un tabú. Cuesta trabajo pronunciar la palabra.
En muchos casos se trata de racismo, pero se habla de discriminación o extremismo de derecha. Es más fácil hablar de extremismo de derecha, porque el extremismo de derecha está en el margen de la sociedad, no en su centro. No involucra a tantas personas; son, por así decirlo, “un par de locos”, que ven las cosas así, “pero nosotros, la mayoría, no, nosotros no tenemos que ver con eso”.
También es más fácil hablar de discriminación, porque la discriminación puede afectar a cualquiera. Hay discriminación entre alemanes, contra las mujeres, por ejemplo, y lo mismo pasa también en otras sociedades. O sea, que no hay una víctima y un victimario claros, así que uno no tiene que sentir culpa.
Ustedes les escribieron a los dueños de los clubes, exigiéndoles que emitieran lo que se denomina una “carta de cesar y desistir” para frenar el comportamiento racista de sus locales. Les advirtieron que no han desechado la posibilidad de denunciarlos… ¿Qué sigue ahora?
Aún no podemos denunciar. Eso muestra también que la legislación no toma en serio el racismo, a pesar de haberse comprometido ante Naciones Unidas a combatirlo. Cuando uno es discriminado aquí por su color de piel, no es posible dirigirse directamente ante la justicia y hacer la denuncia, sino que hay que buscar una solución extrajudicial. Solo podemos presentarnos ante la justicia si no logramos llegar a un acuerdo. Con mi abogada, le escribimos a diez clubes.
Hasta el fin del plazo, solo cinco habían respondido, con ellos puedo iniciar un proceso de conciliación. A los otros tenemos que volverles a escribir.
¿Cómo respondieron los dueños de clubes que reaccionaron a su carta?
La mayoría sencillamente dijo: “No me pueden acusar de racismo, tengo empleados turcos, griegos, italianos”. Ellos creen que cuando uno habla de racismo se trata solo de ser alemán o no. No tienen ni idea de lo que significa racismo. ¿Sólo porque tengo un empleado italiano, francés, iraní o africano estoy libre de racismo? ¿O sea, que un iraní no puede ser racista?
Todos escriben que no los podemos acusar de racismo, aunque probablemente les hayan dado indicaciones racistas a sus porteros o sus porteros hayan decidido sobre la base de criterios racistas. Sencillamente no quieren reconocer que es así.
Hamado es miembro elegido del Consejo de Integración de la ciudad de Múnich, vocero del Consejo de Refugiados de Baviera, vicepresidente de la Agrupación de Consejos de Extranjeros, Migrantes e Integración de Baviera y delegado del Consejo Alemán de Migración e Integración. Llegó a Alemania como refugiado político, procedente de Burkina Faso, en 2002.