RUBEN AMÓN. EL PAÍS.- No es cuestión de convertirse uno en noticia, pero tiene sentido mencionar una viñeta humorística que me ha dedicado Pablo Iglesias y que ha divulgado entre sus dos millones de seguidores de Twitter, restregándome la comparación que hice entre Marine Le Pen y el camarada Mélenchon. La sátira hay que aceptarla cuando se ejerce y cuando se padece. Otra cuestión es la manipulación de su contenido. Y no porque la viñeta me someta a un tratamiento hormonal -aparezco con unos pechos femeninos- o porque ajuste mi fisonomía con una sudadera proscrita con la inscripción «Liberal» -ni soy mujer, ni soy liberal, pero no considero un insulto el adjetivo-, sino porque me atribuye haber comparado a Mélenchon y Le Pen en la xenofobia y el racismo. Y lo hace convirtiéndome en pasajero de una avión -¿el tramavión?- donde comparto animado debate con la líder de la extrema derecha y el líder de la extrema izquierda.
Tengo entendido que es más ortodoxo referirse a la Francia Insumisa como «izquierda alternativa», sobre todo porque semejante eufemismo relativiza el peligro de las comparaciones con la extrema derecha y la radicalidad. Pero son legítimas las comparaciones. Y son evidentes, necesarias, hasta el extremo de que la remota o hipotética o patética victoria de Marine Le Pen requiere abastecerse del voto de la extrema izquierda. Lo dijo ayer.
Y no comparte con ella la xenofobia, el fascismo y el racismo porque Mélenchon, peace & love, cree todavía que debajo de los adoquines está la playa, pero sí coincide en una embarazosa y evidente intersección de posiciones y de soluciones. Empezando por el euroescepticismo, el rechazo a la OTAN y el recelo la banca privada, la aspiración de un estado protector, la refutación de la globalización, la afinidad a Putin, la rebaja de la edad de la jubilación a los 60 años, el reforzamiento de la clase funcionarial, el incremento del gasto público, la expectativa de un modelo proteccionista, las atribuciones del Estado en el control de los medios informativos privados…
Son las razones por las que Marine Le Pen tiene delante de sí un caladero en el que se ha arraigado la utopía y el antisistema. Ha formado parte tradicional e histórica del Frente Nacional la adhesión de la clase obrera en las zonas postindustriales. Y ha contado siempre con un voto comunista o ex comunista. Además de conservarlo, Le Pen trabajó para disputar a Mélenchon la simpatía de los jovenes de 18 a 24 años. Insistiendo en la idea de la antipolítica o de la contrapolítica.
Es el contexto en el que resulta inexplicable -o quizá explicable- la posición especulativa de Mélenchon respecto a la consigna de voto. En 2002 pidió a su gente que votara a Chirac contra a Jean Marie Le Pen, anteponiendo la emergencia nacional a las razones ideológicas, pero en 2017 ha dejado a sus partidarios libertad de conciencia. Como si Marine Le Pen no reencarnará la misma amenaza de su padre. Y como si fuera posible colocar al «banquero austericida» Macron en el mismo plano de la angustia política.
Iglesias se ha apresurado a secundar la misma estrategia. Incluso Pablo Echenique ha hecho un alarde de asepsia institucional, justificando que ellos no son franceses. Y que no tienen por qué significarse en el respaldo de una candidatura o de la otra.
Tendría más credibilidad esta posición super partes si no fuera porque la injerencia de Podemos en asuntos internacionales jamás ha conocido restricciones. O porque Iglesias fue a París a reclamar el voto del compadre Mélenchon. Y porque reválida del 7 de mayo se ha convertido en la pugna de dos frentes. No caben las posturas intermedias. O se está con el Frente Nacional. O se está contra el Frente Nacional. De otro modo, la ambigüedad puede convertirse en un ejercicio de complicidad incendiario con el peor escenario posible. La viñeta es una broma. Marine Le Pen es una tragedia.