La población originaria de otros países apenas supone el 9% de los más de 511 millones de habitantes de la UE
LUIS IZQUIERDO. LA VANGUARDIA.- Casi 4,4 millones de inmigrantes viajaron a la UE para instalarse en sus diferentes países durante el año 2017 y una cifra presumiblemente superior lo habrá hecho el año pasado, aunque las estadísticas no lo recogerán hasta dentro de unos meses. La población inmigrada de los 28 sigue creciendo año tras año y entre el 2006 y el 2018 la cifra se acerca a los 50 millones, según las cifras recogidas por Eurostat.
Visto así puede parecer un número muy abultado, pero apenas supone el 9% de la población total de la Unión, que al cierre del 2017 se situaba por encima de los 511 millones de personas. Es la inmigración cotidiana, la que no salta a los informativos ni genera alarma social porque no llega en una embarcación clandestina, pero también la que se instala en los diferentes países para intentar labrarse una vida mejor que la dejaron en sus lugares de origen.
Nada tendría de extraordinario su evolución si no fuera porque las recientes elecciones en los diferentes países de la UE y las que se acaban de celebrar al Parlamento Europeo no reflejasen un acusado incremento de los partidos de extrema derecha, de corte nacionalista y marcado acento xenófobo. Sus líderes apelan con asiduidad al miedo a los extranjeros, a la importancia de frenar una invasión y que en realidad no es más que el flujo migratorio propio desde los países en desarrollo a los países desarrollados.
El argumento, más emocional que racional, resulta muy efectivo, pues la realidad de las cifras no se corresponde con la amenaza que se anuncia. Es más, el cruce de datos demuestra que algunos de los países donde la extrema derecha cosecha mejores resultados electorales no es ni mucho menos la que acoge un mayor porcentaje de población inmigrada en los últimos 12 años.
Los países donde la extrema derecha cosecha mejores resultados no acogen más población inmigrada
Así, por ejemplo, la Liga Norte de Mateo Salvini ha experimentado un considerable aumento de apoyo ciudadano, pasando del 6% de los votos de las europeas del 2014 al 34% de las recién celebradas. Pero su porcentaje de inmigrados está sólo en el 7%, dos puntos por debajo de la media europea. Muy lejos todavía del 12% de España o Dinamarca.
Más acusada es aún la situación en Hungría, donde el partido ultranacionalista de Viktor Orbán ha consolidado su victoria con más del 52% de los votos haciendo gala de una política severa antiinmigración. La realidad es que su país sólo acoge a un 4,8 de población inmigrada. Otro tanto sucede con la Agrupación Nacionalde Marine Le Pen, que el 26-M obtuvo en Francia el 24% de los votos. También allí la presencia de migrantes está muy por debajo de la media europea pues supone el 5,8% de la población francesa.
La profesora de la Universidad de Amsterdam Tjitske Akkermanexplicó a La Vanguardia que “existe una relación entre la proporción de inmigrantes y el éxito de los partidos de la derecha radical, pero no en el nivel nacional agregado. Cuando miras los vecindarios, parece haber una relación entre el apoyo a estos partidos y la cantidad relativamente alta de inmigrantes en las ciudades”. Es decir, el éxito de estos partidos radica en la concentración de extranjeros en determinados barrios.
Akkerman, autora del trabajo Partidos de extrema derecha y políticas de inmigración en la UE, advierte que si bien la mayoría de estas formaciones no han tenido todavía capacidad para condicionar las políticas migratorias transnacionales, su influencia en los gobiernos de los distintos países es cada vez mayor, por lo que es previsible que su visión xenófoba influya en las políticas sobre la inmigración que se aplicarán en los distintos estado miembros, independientemente de cuál sea el volumen de población inmigrada con que cuenten cada uno de ellos.
El argumento, más emocional que racional, resulta muy efectivo
Por su parte, la profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) Margarita Gómez-Reino apunta que los datos agregados son importantes, pero cada país vive una situación muy singular que es preciso conocer mejor.
Además, Gómez Reino explica que el fenómeno del discurso del miedo a los extranjeros actúa en algunos países con más eficacia precisamente allí donde no hay una situación de convivencia entre nacionales y extranjeros. “Sucede, por ejemplo, en ciudades como Amberes, donde la renta es alta y la presencia de inmigrantes baja”, explica la doctora en Ciencias Políticas.
Además, los aspectos nacionalistas y el rechazo al inmigrante son sólo una parte de sus mensajes, pues el sustancial es un reproche generalizado a los partidos políticos tradicionales y a su forma de afrontar los conflictos sociales que surgen y que, como es el caso de la inmigración clandestina, quedan eternamente aplazados. Ese es el caso del británico Ukip o la Agrupación Nacional francesa.
Con respecto a España, donde el partido Vox ha entrado en las instituciones con fuerza, pero por debajo de la expectativa que habían generado las encuestas, Gómez-Reino cree que vive una situación un tanto diferente. “En su programa no hay posturas antieuropeístas y su marcado acento por la unidad de España ha tenido que compartirlo con otras fuerzas de derecha”, expone esta politóloga.