Francisco visita los escenarios de las torturas y asesinatos de los régimenes soviéticos y nazi
DANIEL VERDÚ. EL PAÍS.- Lituania es un dramático cruce de caminos de la historia en el que sus habitantes fueron atropellados por dos regímenes distintos. El museo de la ocupación evoca en Vilna décadas de siniestra memoria. En pleno centro de la ciudad, sirvió primero como sede de la Gestapo entre 1941 y 1944. Torturas, asesinatos, cadáveres que se evaporaban en plena noche. Y debía de ser muy útil para determinados propósitos, porque luego, durante la etapa soviética, se convirtió en cuartel general de la KGB, que amplió el espacio con salas de tortura para los disidentes. Dos de ellas, diminutos cubículos de 60 centímetros diseñados el aislamiento, conservan todavía la humedad y el rastro del dolor en sus paredes desconchadas.
La segunda jornada del viaje de Francisco a los países bálticos atravesó de lleno la áspera memoria de las minorías aplastadas en Lituania. Un episodio menos iluminado por los focos de la historia que el resto de atrocidades de aquel periodo y al que el Papa se refirió durante toda la jornada, empezando por la mañana en una misa al aire libre en la ciudad de Kaunas. “Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición. ¿Cuántos habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos? O porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que él interviniera en vuestra historia”.
Fueron miles de católicos. Y también sus representantes. El 20% de los sacerdotes fue arrestado o asesinado. El 30%, puesto bajo vigilancia. El arzobispo de Kaunas, Mons. Sigitas Tamkevicius, fue detenido en 1983, torturado en el centro de detención y deportado a Siberia hasta 1989. Este domingo volvió a aquel siniestro escenario cuyos pasillos todavía huelen a muerte y sangre para mostrárselo al Papa, que paseó por las salas subterráneas en silencio y con enorme dramatismo. Estancias de tortura con paredes acolchadas, pasillos lúgubres que conducían a un lugar donde morían de un tiro en el cráneo o de brutales hachazos. Hasta 45 ejecuciones en una noche. Luego, sacaban los cadáveres por la ventana y los enterraban en una gran fosa común.
Hubo también quien no logró resistir los interrogatorios y decidió ponerles fin saltando por la ventana de un tercer piso, como recuerda una placa en la acera. Otros vivieron para contarlo. Ahí fuera esperaba este domingo el último superviviente de la resistencia de 2.100 hombres que combatió contra los soviéticos y que, cuando terminó el régimen, alertó de la existencia de aquellos cuartuchos del horror donde fue torturado durante meses. Tuerto, encorvado, y vestido con el uniforme del ejército explica que se comunicaban con el resto de encarcelados mediante el sistema morse dando golpes en las paredes. “Contábamos las mujeres, niños y hombres que desaparecían para no olvidarnos”.
En aquel periodo, los fieles tuvieron que vivir su fe en la clandestinidad, recuerda Aushra Kirchalaite, a la salida de la catedral de Vilna, a pocos metros de aquel templo de la tortura. Nacida en 1960, en plena era soviética y como tantos otros católicos practicó su fe en la penumbra. “Mi abuela me llevaba a escondidas a la Iglesia, me bautizaron en secreto, todo lo hacíamos de tapadillo”, recuerda. Tuvo consecuencias en la Iglesia lituana actual, cuenta un cura que prefiere no dar su nombre. “Los sacerdotes no están habituados a trabajar con los jóvenes. Primero estaba prohibido en la época soviética. Luego se ha perdido el saber hacer. No hay apenas escuelas católicas ni oratorios. Hay solo 4 o 5 escuelas católicas. Un sacerdote anciano no sabe qué transmitir a un sacerdote joven”.
Los judíos vivieron también su martirio aquí. Una comunidad entera exterminada. Fueron asesinadas el 90% de las 220.000 personas y se creó un gueto en la ciudad en el lugar donde solo queda hoy una placa y tiendas y cafés donde tomar un brunch. No ha habido respiro para las minorías. Y el Papa lo recordó previniendo sobre nuevos brotes de supremacismo. “Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o conquistar”.