ENRIC CAPDEVILLA. SPORT.- Un servidor es quizás demasiado joven para recordar la época fuerte de los ‘hooligans’. Inglaterra fue durante varias décadas el foco más importante de violencia en el mundo del fútbol. Temidos en todo el mundo, los radicales británicos sembraban el pánico allá por donde iban, organizados, violentos y bajo ingestas desorbitadas de alcohol. Millwall, West Ham, Burnley, la mayoría de equipos contaban con una facción agresiva, movida, como decíamos, por ideologías políticas y por estados de embriaguez desmedidos a partes iguales. Se han hecho muchos documentales ambientados en los 70 y los 80 sobre la gestión y la forma de actuación de los ‘hooligans’.
En la memoria de todos está la conocida como ‘Tragedia de Heysel’, en la que aficionados radicales del Liverpool acorralaron a los de la Juventus en la final de la Copa de Europa de 1985 disputada en Bélgica. 39 aficionados muertos por asfixia al verse atrapados contra la valla de protección. Fue un punto de inflexión a nivel de ‘permisividad’ con la facción violenta de los clubes británicos, que fueron sancionados con cinco años sin participar en competiciones europeas. A partir de entonces lo cierto es que en Inglaterra las cosas han mejorado mucho. Evidentemente, no se ha podido erradicar el ‘hooliganismo’ al 100%, pero sí han dejado progresivamente de aparecer en los tabloides las noticias sobre peleas violentas y sucesos trágicos relacionados con fútbol, alcohol y sangre.
Desaparecer, lo que se dice desaparecer, no se han esfumado de un plumazo ni las agresiones ni los altercados en el fútbol. Desde Sudámerica, donde son habituales las reyertas y las batallas campales, hasta Europa, donde en paises como Grecia o Turquía los ‘ultras’ tienen un poder muy por encima del que deberían. Ni Italia, ni España, ni Polonia o Francia tampoco se libran de quedar ‘salpicados’ por este fenómeno. Así, echando la vista atrás, recordar el último incidente entre los propios aficionados del Atlético con un herido grave por apuñalamiento, la visita al entrenamiento del Sevilla de un grupo de ‘Biris’, la invasión de campo en el derbi ante el Olympique de Lyon de los aficionados del Saint Etienne, o el reciente escándalo protagonizado por la facción más radical de la Lazio mofándose sobre Ana Frank y su recuerdo.
No ha desaparecido jamás, pero sí es cierto que ha habido recientemente un auge en esta lacra que no es capaz de sacarse de encima el mundo del fútbol.
- Evidentemente, detrás de estos grupos organizados siempre hay connotaciones políticas e ideológicas. Por ejemplo, en el caso de los aficionados rusos del Spartak que invadieron Bilbao y provocaron que el ‘botxo’ se convirtiera en un campo de batalla, ha trascendido que se trata de grupos paramilitares, entrenados para hacer daño y muy bien estructurados (no llegaron en masa juntos a la capital vizcaína, sino que lo hicieron en pequeños grupos y desde diferentes puntos). Además, de ideología de ultraderecha, había detrás un enfrentamiento con Herri Norte, con una tendencia hacia la extrema izquierda. Lo mismo sucede en la mayoría de países. De la misma forma que en países como Italia, Francia, Polonia, Grecia o Austria se están polarizando cada vez más las opciones políticas (el auge de la extrema derecha es clarísimo e incluso ha estado muy cerca de gobernar en Austria, Hungría o Polonia, donde ya de por sí las opciones de conservadoras de derechas ya están al mando). Ese distanciamiento cada vez más profundo afecta evidentemente al fútbol, que por mucho que la gente quiera vender lo contrario o sueñe con otra cosa, continúa estando íntimamente ligado a la política.
- La tecnología, más que una aliada, se empieza a convertir en un problema. Lo que deberían ser solo ventajas a nivel de seguridad para erradicar e identificar a los violentos, ha derivado en un arma de doble filo. Los grupos ‘ultras’ se citan de forma cada vez menos ostentosa para pegarse y, además, se organizan de forma más minuciosa para saltarse los controles y no hacerse muy visibles con grupos muy numerosos. Se desplazan de formas distintas, haciendo escalas en aeropuertos y ciudades diferentes y es mucho más complicado abordarlos y distinguirlos.
Hay que contrarrestar todo esto de alguna forma, es evidente, pero será necesario poner mucho más empeño y medios en hacerlo. Todo evoluciona (aunque en este caso la evolución conduzca a una involución), incluso la vertientemás ‘troglodita’ del mundo del fútbol.