El descuartizamiento de una joven toxicómana desencadenó un suceso racista que ha monopolizado todo el debate electoral
DANIEL VERDÚ. EL PAÍS.- Matteo Salvini lo ha conseguido. Los esfuerzos del Gobierno de Italia por apartar del debate público el tema de la crisis migratoria a través de unos acuerdos con Libia, tan opacos como fructíferos, no han servido de nada. Cayeron radicalmente los desembarcos (181.436 en 2016 a 119.369 en 2017) gracias a la gestión del ministro del Interior, Marco Minniti. Pero el suceso racista del pasado domingo en Macerata, cuando un excandidato de la Liga Norte disparó contra seis inmigrantes africanos, ha desencadenado una campaña xenófoba calculadamente diseñada por el centroderecha. El tema de la inmigración ha monopolizado hasta tal punto el debate electoral que incluso llegó la noche del sábado a la final de San Remo. Las encuestas advierten que quien se muestre indeciso en este tema no saldrá en la foto el próximo 4 de marzo.
Pamela Mastropietro, una toxicómana romana de 18 años, se escapó hace dos semanas de una clínica de rehabilitación en Corridonia, cerca de Macerata (al noreste de Italia). El mismo pueblo donde se había presentado como candidato por la Liga Norte Luca Traini, un desempleado de 28 años con inclinaciones ultraderechistas que desde hacía tiempo daba muestras de su fanatismo. En su huida del centro, la joven contactó con un camello nigeriano que la llevó a su domicilio, donde se perdió su pista. Su cuerpo apareció días después troceado en dos maletas de viaje. La policía encontró en casa del nigeriano un cuchillo con restos de sangre y ropa de la víctima. Junto a este individuo han sido detenidos otros dos en relación con el asesinato de la joven, que apunta a un crimen sexual.
Traini, cuya conexión con Mastropiero parece que solo existía en su cabeza, se lanzó a la calle el pasado domingo para vengar un suceso que atribuyó a la “invasión de inmigrantes”. Desde la ventanilla de su Alfa Romeo negro abrió fuego con una Glock contra seis africanos que paseaban tranquilamente por la calle. Ninguno tenía nada que ver son el suceso. Pero cuando le detuvieron, levantó el brazo, hizo el saludo fascista y gritó “viva Italia”. En su casa, la policía encontró el Mein Kampf y diversa parafernalia fascista. Según su declaración en comisaría, aquel día salió a la calle a impartir justiciar la muerte de Pamela.
Fue un delito racista cometido por un fanático. Pero Matteo Salvini, líder de un partido que ya había llamado a defender la raza blanca semanas antes, lo justificó alegando que “una inmigración fuera de control conduce al desencuentro social”. En lugar de corregir a su socio de coalición (el centroderecha lidera con mucha ventaja todas las encuestas), Silvio Berlusconi vio esta semana su apuesta y puso encima del tapete electoral la expulsión de 600.000 supuestos inmigrantes ilegales de Italia. Renzi, acorralado por la ola populista, solo acertó en un primer momento a hablar de reforzar la seguridad del país. Mientras tanto, ningún político se acercó a Macerata a interesarse por las seis víctimas, de las que se obvió la identidad. La duda es qué hubiera pasado si víctimas y agresores se hubieran intercambiado los papeles.
Los primeros en llegar, en cambio, fueron los miembros del partido fascista CasaPound, que aspira a entrar en el Parlamento en las próximas elecciones rentabilizando la crisis migratoria hasta extremos insospechados. Necesitan el 3% de los votos, y los sondeos les dan muchas posibilidades.Se adueñaron del discurso político y lo encauzaron sobre la tesis de la inseguridad ciudadana. Macerata, una pequeña ciudad con una alta tasa de inmigración que el domingo celebró una manifestación contra el fascismo, no protestó en ese momento.
La corriente xenófoba despertada es todo lo contrario de lo que hubiera cabido imaginar tras un suceso de este tipo. Pero los 600.000 desembarcos que habido en Italia en los últimos 5 años, la falta de apoyo de la Unión Europea en la gestión de la acogida y el trapicheo en el que, en tantas ocasiones, se ha convertido este proceso han hecho estallar en el peor momento el miedo y las reminiscencias de una Italia fascista. Según el último sondeo de La Repubblica, realizado justo después del suceso, el 71% de los italianos cree que la presencia de extranjeros es demasiado elevado. Para el 31% es el principal problema del país y el 64% opina que se ha gestionado muy mal la crisis de los últimos años. Unos datos que permiten enarbolar discursos radicales como el de Salvini, que el domingo afirmó que se avergonzaba como italiano de la manifestación contra el racismo de Macerata.