El olvidado silencio que incomodó a ETA
MIKEL SEGOVIA. EL INDEPENDIENTE.- El estómago se revolvía los lunes por la tarde. Hacía meses que ocurría, en especial desde que el clima se había enrarecido, desde que los quince minutos de silencio con los que siempre se manifestaban se había roto con tensas contramanifestaciones. Los insultos se sobrellevaban, los gritos también, pero las piedras, la pintura o los mecheros que a veces lanzaban contra ellos los de enfrente eran un riesgo que obligaba a tragar saliva y confiar en que esta vez tampoco acertarían. Sabía que había que reponerse y seguir gritando con su silencio. Lo habían hecho otros desde 1985. A menudo en soledad, las menos, muy arropados. Y así un lunes tras otro, una tarde tras otra, con sol, con lluvia…
El impulso de Isabel fue siempre cívico, una obligación moral que le llevaba a no quedarse impasible ante lo que ocurría. Un hombre seguía encerrado en algún lugar oscuro, pequeño, probablemente húmedo, y pensando que quizá ese día sería el último. Esta vez se llamaba José María y se apellidaba Aldaya. Su delito había sido ser empresario, crear riqueza en Euskadi. Suficiente, al parecer, para ser secuestrado desde el 8 de mayo de 1995 como herramienta para contribuir a la ‘revolución’. Desde hacía semanas en algunas calles de Euskadi algunas pintadas aplaudían a quienes le tenían cautivo, “¡Aldaya, paga y calla!”, rezaban.
La ‘pintada’ de Isabel Urkijo era otra. Sobre fondo blanco, plasmada en una pancarta con el logo de Gesto por la Paz: ‘Aldaya askatu’. Era simple, bastaba para reclamar la libertad de aquel empresario al que le esperaba vivir el secuestro más largo de la historia de ETA, -341 días-, hasta que José Antonio Ortega Lara fue condenado a superarle, -532 días-.
Han pasado muchos años e Isabel no quiere que todo lo que ella y sus compañeros de Gesto por la Paz y gran parte de la sociedad que terminó por secundarles se olvide. El paso del tiempo amenaza con diluir aquel compromiso con la paz, con el rechazo a la violencia, venga de donde venga, la sufra quien la sufra, y la apuesta por la convivencia que entonces reclamaron y que aún siguen vigentes y siendo necesarios.
Hoy Urkijo preside la asociación ‘Gogoan, por una memoria digna’ a la que se han sumado muchos de quienes un día también vivieron la tensión de concentrarse en plena calle cada vez que se producían un asesinato, de ETA, de los GAL, un secuestro… y hacerlo frente a quienes jaleaban a los terroristas y secuestradores.
Relegados en el relato
Lo lamentable es que transcurridas casi tres décadas, la incomprensión y cierta indiferencia que entonces sintió aquel grupo de jóvenes comprometidos que se manifestaba casi en soledad en la calle, ha rebrotado. La labor contra ETA que simbolizó Gesto por La Paz no está hoy en la primera línea de quienes pugnan por liderar la construcción del relato de lo ocurrido que quedará para el futuro. En ella se disputan los mensajes partidos e instituciones y Gesto por la Paz no fue ni lo uno ni lo otro. “Se está ubicando a Gesto por la paz en un lugar tan secundario que prácticamente están anulando lo que supuso…”, lamenta Urkijo. Por eso ha emprendido una batalla para financiar un documental que refleje lo que representaron en aquella Euskadi dormida, cuando no atemorizada e indiferente ante ETA y que en gran medida Gesto por la Paz logró despertar con su grito silencioso.Reproductor de vídeo00:0001:28
Por ahora no han sido muchos los que les han ayudado a hacerlo. El documental que recogerá lo que significó Gesto por La Paz y que aspira a convertirse en un instrumento didáctico para futuras generaciones tiene problemas para financiase. La propuesta para elaborar un material audiovisual que refleje la recuperación de la convivencia y la construcción de una memoria deslegitimadora de la violencia tiene un presupuesto modesto, roza los 30.000 euros. Sin embargo, desde las instituciones vascas sólo han logrado que les financien cerca de 11.000 euros. Los otros casi 20.000 euros está siendo complicado recaudarlos y Gogoan ha tenido que recurrir al micromecenazgo, al crowdfunding, para poder pagar el documental. Hasta última hora de ayer apenas había logrado recaudar 12.000 euros gracias a la aportación de 135 personas.
No faltarán referencias a la que sin duda, simbólicamente, fue la mayor aportación: el lazo azul. Un elemento que logró socializar la reclamación de paz en la calle frente a quienes optaron por “socializar” el sufrimiento. El pequeño lazo azul cruzado que después tantos colores, significados y reivindicaciones ha reproducido, se creó en octubre de 1993. Nació como un modo de reprobar en solapas y camisas el secuestro del empresario Julio Iglesias Zamora (116 días de secuestro). Llevar un símbolo tan sencillo llegó a ser un gesto incómodo cuando los radicales proclamaban a gritos, “¡los asesinos llevan lazo azul!”. Después vinieron muchos más secuestros, muchas más concentraciones en silencio por cientos de pueblos y plazas de Euskadi y Navarra.
A mediados de los años 90 la movilización fue extendiéndose, nada que ver con lo que sucedió en los primeros “gestos” o actos llevados a cabo por Gestor por la Paz ante los secuestros del empresarios Jaime Caballero (1986), el industrial Andrés Gutiérrez (1987), el empresario Emiliano Revilla (1988) o Adolfo Villoslada (1989). El cambio que supuso la reacción popular ante el secuestro de Iglesias Zamora se mantuvo en los cautiverios posteriores de José María Aldaya, José Antonio Ortega Lara, Cosme Declaux y Miguel Ángel Blanco.
Memoria “digna”
“Se dice que fuimos los primeros en salir a la calle, pero también fuimos los últimos, mientras otros desaparecieron”, asegura. Urkijo lamenta que en el proceso de construcción de la memoria en marcha en Euskadi se estén arrinconando muchos de los valores que la plataforma pacifista siempre defendió.
En Gogoan tienen la percepción de que se debe trabajar “pero en favor de una memoria que sea digna”, subraya, “que no se desdibuje lo que realmente ha ocurrido”. El documental además de reconocer a Gesto por la Paz pretende que no se ponga en cuestión el eje de su actuación: la deslegitimación de la violencia. Urkijo considera que aquel mensaje aún hoy es válido y necesario, “cuando parece que algunos siguen echando balones fuera, poniendo en cuestión esa necesidad de deslegitimar la violencia”: “Tampoco existe una exigencia, un impulso, una tensión para que pasen por ahí”. Subraya que si la violencia no se deslegitima de manera firme “ahora corremos el riesgo de que se vuelva a repetir y tenemos la certeza de que ofenderemos a las víctimas”.
En el repaso histórico con el que se iniciará el documental también se dejará constancia de cómo durante muchos años en Euskadi existió un doble rasero a la hora de condenar la violencia de ETA y de movilizarse contra ella. Urkijo recuerda cómo ante el secuestro y posterior asesinato del ingeniero de la Central de Lemóniz, José María Ryan, en 1981, se produjeron movilizaciones multitudinarias “y con asesinatos de guardias civiles días antes o después, por ejemplo, nadie salía a la calle”: “Parecía que unas vidas valían más que otras. Lo que Gesto cambió fue que salió siempre a la calle a denunciar todas las muertes violentas. De algún modo empezamos a educar a la sociedad con lo que me solía decir un amigo sacerdote que me recordaba que ‘vosotros nos enseñasteis a pensar que matar está mal’”.
Fue una de las primera organizaciones que situó a las víctimas del terrorismo en el centro de su mensaje, “algo que parece fundamental pero que entonces no todos los partidos ni organizaciones hicieron, algunos tardaron muchos años en colocar a las víctimas como la primera razón para deslegitimar la violencia”.
Manifestarse en 1989, -cuando ella accedió a Gesto por la Paz-, en Euskadi en plena calle en repulsa de un atentado de ETA ocurrido horas antes no era algo sencillo. Aún menos lo fue cuando aquel movimiento pacifista constituido fundamentalmente por gente joven comenzó a hacerlo en 1983, a intentar despertar a aquella sociedad muda que miraba hacia otro lado mientras ETA cometía sus crímenes. Isabel cree que el compromiso cívico de aquel pequeño grupo que decidió no seguir callado fue el motor que terminaría por extender la conciencia de decir basta ya años después. “Muchos no nos hicieron caso deliberadamente, les incomodábamos”. Recuerda como cuando comenzó a participar en los actos públicos se vivían situaciones que suponían “una exposición física incómoda” pero que terminaba por implicar de tal modo a quienes daban el paso “que ya era imposible dejarlo, abandonarlo”.
Releer su mensaje
Oficialmente, Gesto por la Paz de Euskal Herria se disolvió en 2013, dos años después de que ETA anunciará el cese de su acción armada. Fueron 28 años de silencio crítico y revulsivo. Ahora, en el tiempo posteta, en el que la labor pasa por la construcción de la memoria, su recuerdo parece haberse diluido, su mensaje olvidado y su reconocimiento sigue en gran medida pendiente. Inmersos en una pugna de relatos, de acentos e intentos por evitar subrayar olvidos, recordar aplausos a los violentos o meras indiferencias mantenidas en el tiempo, Urkijo achaca también el desplazamiento sufrido por Gesto por la Paz “a que nunca buscamos el protagonismo, siempre se vivió en cierto anonimato”.
Reivindica volver a “releer” los mensajes que entonces se lanzaban en favor de la paz y que pasaban por la aceptación de la pluralidad de la sociedad vasca y la deslegitimación rotunda de la violencia, venga de donde venga y se ejerza contra quien se ejerza. Las concentraciones de Gesto no sólo reprobaron los atentados de ETA, también los cometidos por la guerra sucia del Estado, como el que acabó con la vida de Josu Muguruza, parlamentario de HB, el 20 de noviembre de 1989. Aquella concentración terminó con enfrentamientos. También denunciaron las torturas contra detenidos por la policía. Gesto tuvo implantación en Euskadi y Navarra, de ahí su denominación completa de Gesto por la paz de Euskal Herria, que incomodó a algunos sectores.
Hace treinta años que, en torno al 30 de enero, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Mahatma Gandhi, Gesto por la Paz celebraba una marcha para reclamar el final de la violencia. Hoy quienes lideraron aquel movimiento siguen reuniéndose en la misma fecha cada año. Ahora muchos lo hacen agrupados en el movimiento Gogoan, cuyo símbolo es una ‘siempreviva’, la flor que nunca se marchita. “Solemos coincidir en el análisis. Este final no está siendo como nos hubiera gustado. Echamos en falta una voz diferente. Que no sean sólo los partidos y las instituciones las que hablen, que se escuche también la voz de los ciudadanos en esta creación de la memoria. No somos la misma organización ni las circunstancias actuales lo son, pero los valores siguen siendo igual de válidos”.