Las cuotas, las becas y los créditos estudiantiles sirven para superar el primer obstáculo: el del acceso. Pero la discriminación y los obstáculos permanecen
FELIPE BETIM. EL PAÍS.- Los primeros meses de clase en la universidad fueron los más difíciles para Juliana do Nascimento Costa. “No me sentía cómoda. Llegaba a casa llorando porque no quería estar allí, no me identificaba con la vida en el campus”, cuenta la joven, de 21 años y estudiante de Cine en la Pontificia Universidad Católica Río de Janeiro (PUC-Río), una carrera “muy elitista” en la que el resto de alumnos llevan una vida muy distinta de la suya: todos han viajado al extranjero, hablan un inglés fluido, sus padres trabajan en grandes empresas y suelen charlar sobre cineastas, músicos y escritores. Al principio no sabía qué le pasaba. Pero Costa, que es negra, poco a poco se dio cuenta de que el color de su piel ha sido determinante para que se sintiera como “un pez fuera del agua” en la PUC-Rio, una de las mejores y más caras universidades privadas de Brasil. “Me identifiqué entonces como una mujer negra y vi lo importante que era persistir”, explica. Es la primera mujer de su familia en terminar la secundaria y la segunda persona a acceder a la enseñanza superior, tras su padre.
Costa forma parte de una inmensa masa de personas que han accedido a la universidad brasileña en poco más de una década. Pese a que las mayores y mejores instituciones de educación superior son públicas y gratuitas, solo una minoría acaudalada, que estudia en caras escuelas privadas, lograba aprobar los exámenes de acceso. Pero en los últimos tiempos el país latinoamericano —uno de los más desiguales del mundo— ha aumentado las plazas en los centros públicos y ha instaurado cuotas para alumnos negros —que son la mayoría de la población— y de escuelas públicas. También ha creado un sistema de becas y de créditos estudiantiles para aquellos que optan por las instituciones privadas. Ese loable en afán de inclusividad ha resultado en una mayor diversidad en la enseñanza superior brasileña, pero no ha logrado todo su propósito. El acceso a la universidad no lo es todo.
Los alumnos que son negros o que viven en las periferias relatan una serie de obstáculos impuestos, una vez que han accedido, por los propios centros educativos. Lucas Clementino vivía en Mesquita, una pequeña ciudad en la periferia de Río, y logró una beca gubernamental para estudiar Arquitectura en la PUC-Rio. “Tenemos una asignatura semestral que se llama Proyecto. Nos exigen una producción muy intensa, pero cuando todavía vivía allí tardaba más de tres horas en transporte público para llegar”. Los largos traslados no han sido el único escollo: Clementino trabaja desde los 15 años y tiene que compaginar los estudios con su empleo. El dinero ha sido siempre el principal problema: “El material de estudio es demasiado caro. En el último semestre tuve que pagar 500 reales (120 euros) solo para una asignatura”, relata. Algunos profesores son comprensivos e intentan ayudar, pero otros, dice este estudiante, “incentivan a los que tienen beca a abandonar la asignatura si no logran adaptarse”. La única solución posible es estudiar menos asignaturas y retrasar su graduación. “Hay una exclusión por clase y muchos acaban abandonando la carrera: está pensada para un determinado tipo de gente”.
Consciente de la situación, Otavio Leonidio, director del sector de Arquitectura y Urbanismo de la PUC-Rio, ha puesto en marcha una batería de cambios para atender los problemas de los alumnos afrobrasileños o becados. “Ahora se permite proyectar los dibujos digitalizados, en vez de impresos en papel especial [un 80% más caros]. Y para los que tienen que ir en papel, estamos subvencionando el precio de la impresión. También estamos haciendo un archivo con materiales que pueden ser reutilizados y hemos empezado a subvencionar los viajes de estudio”. Leonidio asegura que toda la institución está abierta a más cambios. “Hay una deuda tremenda y ya es hora de pagarla. Pero habrá malestar, una fuerte reacción entre aquellos que tienen privilegios”, valora.
Las universidades no eran ni mucho menos vistas como un lugar en los que los negros y pobres pudieran estar. “Cuando el statu quo empieza a cambiar con la lucha del movimiento negro y la democratización del acceso a la educación aumentó la disputa por espacio”, explica Silbio Almeida, profesor de Filosofía del Derecho en la Fundação Getúlio Vargas (FGV). Este especialista en temas raciales argumenta que los colectivos negros universitarios han aprovechado la visibilidad que les brindan las redes sociales y ya no son solamente grupos de resistencia: también reclaman transformaciones en el ambiente universitario.
Muchos estudiantes becados, negros o no, se han organizado en torno a grupos de WhatsApp y de Facebook —como el Bastardos da PUC— en los que intercambiaban recomendaciones de sitios baratos para comer o hacer fotocopias. Son, definitiva, grandes redes de apoyo mutuo. Clementino también frecuenta las actividades del grupo Nuvem Negra, “un espacio que acoge y fortalece los alumnos negros de la universidad”, explica Ana Carolina Mattoso, de 28 años y doctoranda en Derecho. “Es cuestión de articularnos políticamente y poner en marcha una lucha antirracista dentro de la universidad”, añade. Lucas Obalera de Deus, colega suyo de 27 años, argumenta que el racismo está institucionalizado “en la ausencia de asignaturas sobre temas raciales y de profesores negros”. También en la “naturalización de que en clase muchas veces hay uno o dos alumnos negros”.
El colectivo se reúne semanalmente, publica un periódico semestral y lleva a cabo varias actividades abiertas. Organizaron una gran protesta en contra de los insultos racistas recibidos por alumnos negros en una competición deportiva entre universidades. Comentarios e himnos despectivos y clasistas siempre ha formado parte del cotidiano de este tipo de eventos, pero esta vez se convirtió en un escándalo: la universidad puso en marcha una comisión de investigación que no sancionó a los culpables, pero que sí reconoció una alarmante falta representatividad en el centro. La Policía también investigó el caso, que archivó semanas después.
Escasa diversidad en las asignaturas
La escasa transversalidad de los temarios también ha sido motivo de queja en los últimos tiempos. “Queremos cambiar las asignaturas y los planes pedagógicos, añadiendo asignaturas que traten de las relaciones étnico-raciales, y que presenten una epistemología negra, un conocimiento negro”, explica Mattoso. No hay datos sobre el porcentaje de estudiantes negros de la PUC-Rio, pero sí se sabe que solo el 4,3% de los profesores —86 de 1.985— lo son. “La falta de representatividad y de reflexión sobre temas raciales impacta directamente la formación de profesionales. Por ejemplo, hace con que los jueces mantengan a una gran mayoría de personas negras en las cárceles”, añade Obalera de Deus.
Los casos de racismo distan mucho de quedar circunscritos a instituciones privadas. Aline Araújo Sampaio Conceição terminó Derecho en la Universidade Federal Do Estado do Rio de Janeiro (UNIRIO) en 2012 —cuando este centro todavía no había aplicado la política de cupos raciales— y la discriminación era parte del día a día. “Éramos solamente cuatro negros en la clase, completamente invisibles. Aun así, supe que llamaban a mi grupo senzala [el lugar donde dormían los esclavos negros hasta el siglo XIX]”, recuerda. “Siempre decían ‘eres negra, pero… eres inteligente, eres currante, no eres vaga”, añade. Un pero clásico en los comentarios racistas. Un día, una profesora informó de una plaza en la Defensoría del Pueblo para los que quisieran hacer prácticas y fijó varios requisitos, entre ellos que la persona hubiese estudiado en alguna de escuelas privadas más tradicionales de Río. “Según decía, eran los únicos que podían escribir en portugués. Yo estaba entre las mejores alumnas, pero no podía ser su becaria. Es el tipo de situación que muestra el lugar de cada uno en una sociedad”.