ENRIQUE MÜLLER. EL PAÍS.- Lutz Bachmann tiene 41 años, es dueño de una agencia de fotografía y relaciones públicas y confiesa en su página de Facebook que ha sido condenado por la justicia alemana a tres años y medio de cárcel, aunque evita precisar qué pecados cometió (varios delitos, entre los que se incluye el robo con violencia). Y, algo raro en un personaje público, Bachmann tampoco confiesa cuándo tuvo la idea de fundar una agrupación que tiene en vilo a la nación: el movimiento Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida).
Hace 10 semanas, Bachmann invitó a la población de Dresde a manifestarse contra la amenaza que él considera que encierra para Alemania la llegada de refugiados musulmanes —que en Sajonia suponen un exiguo 0,1% de los habitantes—. “Pero no soy racista”, declaró al diario Bild, en una de las pocas entrevistas que ha concedido. “No estamos contra el derecho de asilo. Nosotros combatimos a los refugiados económicos”, matizó. Siguiendo esta línea de razonamiento, Pegida ha ido virando de los ataques a los musulmanes a las críticas contra los inmigrantes más pobres.
A la primera cita acudieron 200 personas; el lunes pasado, más de 17.000, según la policía, se reunieron frente a la ópera de la ciudad para cantar villancicos, un gesto con el que advertir al mundo que la población de Dresde defiende la fe cristiana.
La protesta semanal de Dresde ha hecho que el nombre de Bachmann comience a ser maldecido en silencio en los pasillos del mundo político, donde se le ha tachado de peligro público número uno del país. La prensa lo ha etiquetado como un moderno flautista de Hamelin que lleva a su rebaño de seguidores hacia las peligrosas aguas del río Elba, en una metáfora del embaucador que se aprovecha de las almas cándidas para arrastrarlas al vacío.
Lo que sí es desde luego Bachmann es un hombre ajeno al establishment político, un activista que calificó a Gregor Gysi, el carismático líder del partido La Izquierda, como un “cerdo de la Stasi”, a los Verdes como “terroristas ecológicos” y al partido Socialdemócrata (SPD) como “una tropa de criminales”.
Hasta hace 10 semanas nadie, excepto la policía y los proxenetas del barrio rojo de Dresde, había oído el nombre de Lutz Bachmann. Bachmann abandonó sus estudios de cocinero para dedicarse a asaltar clientes de las prostitutas. Ése es sólo un detalle más de su colorido expediente policial.
Huyó a Sudáfrica, donde se inscribió en la Universidad de Ciudad del Cabo con un nombre falso para evitar la cárcel. Después de tres años, las autoridades descubrieron su verdadera identidad y lo expulsaron.Cumplió su condena en Alemania, y al cabo de dos años fue excarcelado. Poco después fue detenido cuando intentaba vender cocaína, lo que le costó otra condena de dos años en libertad condicional. El expediente de Bachmann, también incluye haber conducido sin licencia y en estado de ebriedad, robos y agresiones físicas. ¿Es el autodesignado “salvador de Occidente” un simple delincuente común convertido en profeta iluminado? Lutz Bachmann parece ser algo más. Según informes de la inteligencia alemana, el flautista de Dresde es un hombre inteligente, y ambicioso pero que, por su forma de ser, siempre ha fracasado en alcanzar sus metas.