La Operación Ariete envía a prisión a los últimos cabecillas de la facción radical de extrema derecha de la afición del Real Madrid, con un largo historial delictivo
PATRICIA ORTEGA DOLZ. EL PAÍS.- Antonio Menéndez, conocido en el entorno de Ultras Sur como El Niño Skin, llegaba en avión a Madrid desde Colombia el pasado domingo. Obsesionado con su físico, tatuado —esvástica incluida— y curtido en gimnasios, consumidor habitual de anabolizantes —entre otras sustancias—, su culto al cuerpo le había llevado hasta el país latinoamericano para someterse a sendas operaciones de cirugía estética. Una “lipoescultura” de abdomen y una rinoplastia, después de haber pasado 10 de sus 31 años partiéndose la cara dentro y fuera del Fondo Sur del estadio Santiago Bernabéu.
Había comprado el billete con el pasaporte de un primo suyo, ya que sus antecedentes penales le impedían salir de España. Su vuelo hizo escala en Lisboa y aterrizó en el aeropuerto de Barajas a las 16.30 de la tarde, con la faja puesta y los drenajes de la operación reciente. Allí le esperaban varios agentes de la Policía Nacional. Se lo llevaron detenido por enésima vez —previo paso por el hospital “para unas curas”-— pero esta ocasión sería la definitiva, la que acabaría con todos sus orgullosos músculos en la cárcel de Soto del Real (Madrid). Y la misma y simultánea suerte correrían sus amigos del alma, de quinta y de grada, Javier Oviedo González —conocido como El Bombero— y Daniel Fernández Amor, El Cani. Sus detenciones e ingreso en prisión suponen el fin de Ultras Sur.
La Operación Ariete —desarrollada por la Brigada Provincial de Información de Madrid en el peor momento de los movimientos ultras en España, cercados tras el reciente asesinato a palos de un hincha de Riazor Blues—, se inició por una denuncia por extorsión realizada en la comisaría de Vallecas el pasado mes de septiembre. Culmina así un proceso progresivo de decadencia de la facción de extrema derecha —Outlaw— ligada al Real Madrid. Pero, en realidad, fueron ellos mismos los que sembraron la semilla de su destrucción.
Su caída en picado comenzó en noviembre de 2013, cuando los más altos dirigentes del club merengue, conscientes de que habían perdido el control sobre la hinchada más radical, optaron por expulsarles del estadio. Aquellos días se hablaba de “guerra civil” entre los Ultras Sur, de “golpe de Estado”. Eran los tiempos de Álvaro Cadenas y José Luis Ochaíta, dos legendarios del Fondo Sur. O mejor dicho, eran los tiempos en los que su liderazgo comenzaba a ser cuestionado por las nuevas generaciones. Cansados de ser los cachorros, de no llevarse un duro de su bar-sede Drakkar —desde entonces Sherwood— ni del merchandising y de partirse la cara en nombre de sus líderes, se enfrentaron a ellos a golpes —liderados por El Niño— en las proximidades del estadio. Y ganaron. Pero sólo en la calle, porque su violencia, su radicalidad ideológica y su desobediencia, hicieron a los directivos del club blanco temerse lo peor y, para evitar males mayores, cortaron por lo sano: les echaron.
Desde entonces han vagado por la noche madrileña con los aires y el postureo de los matones, como porteros de las discotecas del grupo Kapital (Kontrol 34), trapicheando con sustancias —“anabolizantes y estupefacientes”, según la policía— y dando rienda suelta a su impulsiva agresividad en cuanto creían que lo requería la ocasión. Pero no solo.
Han protagonizado también violentos altercados contra sus homólogos del Atlético de Madrid, como cuando en la Nochevieja de 2014 asaltaron la sede rojiblanca, el Bar Duratón, liándose a palos y navajazos con quien encontraron a su paso. Entonces hubo tres heridos por arma blanca, uno de ellos muy grave.
Todos esos episodios han sido compatibles durante años con la gestión del Sherwood, con lujosas vacaciones compartidas en Ibiza y con sus empleos y negocios hosteleros. En muchas ocasiones “porque sus víctimas retiraban las denuncias por miedo —“El Niño no perdona”— o porque llegaban a un acuerdo económico con ellas”, aseguran los investigadores, que les siguen desde muy cerca hace una década.
Javier, El Bombero, 35 años de musculatura anabolizada y con un historial delictivo que incluía “tentativas de homicidio” en sus días libres, seguía acudiendo solícito a las emergencias por incendios que llegaban al Ayuntamiento de Madrid. Sus compañeros le describen como “un tío muy profesional, trabajador y responsable”. El domingo, horas antes de ser detenido en su casa de Villalbilla (municipio próximo a Alcalá de Henares), en presencia de su mujer y de su hijo de un año, se preparaba para entrar de guardia el lunes. “No opuso ninguna resistencia”, cuentan los investigadores, que recuerdan que también trabajaba como portero de discoteca para las empresas de seguridad de Luis Carlos Manzanares, el conocido empresario de la noche al que se le encargó parte de la seguridad del Madrid Arena en aquella trágica macrofiesta de Halloween en la que murieron cinco chicas aplastadas en una estampida de gente.
A Daniel Fernández Amor, El Cani, le fueron a buscar a casa de su madre, donde vivía, en un piso cercano al Paseo de la Florida. Él, con 33 años, era quien hasta ahora regentaba el Sherwood y trabajaba también como portero de discoteca para la misma empresa que sus colegas.
Ya en el hospital, el domingo, detenido y con el torso desnudo, El Niño seguía buscando su reflejo en los espejos y cristales que encontraba a su paso, como si las esposas no fuesen con él. Su familia le esperaba en su casa de Boadilla del Monte, pero nunca llegó. Sí lo hicieron los investigadores que se toparon “con una auténtica farmacia” que delataba todas sus adicciones. Lo mismo ocurrió en el caso de sus compinches, a los que también se les requisaron diversas cantidades de estupefacientes.
Acostumbrados a la impunidad y a un vertiginoso tren de vida, entre los tres —con la ayuda de otros dos conocidos, también detenidos— volvieron a intentar sacarle 10.000 euros a un viejo amigo vecino de Vallecas “bajo amenazas de agresión”. Llovía sobre mojado y este denunció. Ya antes le habían robado haciéndose pasar por policías y derribando su puerta con un ariete, el mismo que da nombre a esta operación que pone el punto final a la larga historia de Ultras Sur.