El extraño suicidio del ultra infiltrado

| 8 mayo, 2017

La muerte de Raffaello Bucci, informador de los servicios secretos y empleado de la Juve, destapa la penetración de la ‘Ndrangheta en las gradas del equipo turinés

DANIEL VERDÚ. EL PAÍS.- El cuerpo de Raffaello Bucci apareció debajo del puente de los suicidas el pasado 7 de julio. Cuando lo encontraron, su coche, un Jeep Renegade blanco, seguía con las llaves puestas y el motor encendido sobre el viaducto de 43 metros de altura que conduce hasta Cuneo. Alguien le vio acercarse a la barandilla antes de las 12, una escena relativamente frecuente. De hecho, en el mismo lugar murió en 2000 Edoardo Agnelli, hijo de uno de los históricos patrones de la Fiat y de la Juventus. Ambos tenían en común su relación con el equipo turinés, pero también las sombras que rodearon su final. Las últimas investigaciones de la policía y la fiscalía exploran ahora la posibilidad de que la muerte de Raffaello Bucci, un ultra de la Juve atrapado en un cruce de caminos entre el fútbol y el crimen organizado, no fuera un simple suicidio.

 

Ciccio, como le conocían en la curva, trabajó el último año como enlace entre la grada y el club. “Consultor externo”, matizan en la Juve. En realidad, ejercía también como informador de los servicios secretos desde hacía cinco años, según trascendió la semana pasada. Le habían captado para dar cuenta de la penetración de la delincuencia organizada en las gradas, pero todo se torció antes de que pudiera darse cuenta. En los últimos días, según las escuchas policiales a las que ha tenido acceso EL PAÍS, no dejaba de repetir: “soy un hombre muerto” o “me he equivocado, voy a terminar en la cárcel”. Acababa de declarar en la fiscalía en un caso sobre la infiltración de la ‘Ndrangheta en la venta de entradas de la Juventus. Una investigación que ha salpicado a Andrea Agnelli, presidente del club, que declarará el 15 de mayo como testigo a petición de la defensa de los capos mafiosos. Con lo que eso supone en la familia más admirada de Italia.

Bucci, un tipo magro y alegre de 41 años, separado y padre de un niño, es el daño colateral de un negocio cada vez más extendido en la cloaca del fútbol, donde sigue existiendo una alarmante promiscuidad entre directivas y ultras. Hijo de una familia humilde del sur de Italia, llegó a mediados de los 90 a Turín en busca de oportunidades laborales. Pero en lugar de eso, se dedicó a dar rienda suelta a la pasión por el equipo de sus sueños y comenzó a trapichear en el mundo de la reventa . Al cabo de poco tiempo encajó de maravilla en la curva sur del club, concretamente en el violento grupo autodenominado Drugos, por la pandilla de la La naranja mecánica.

El líder de esa facción era Dino Mocciola, un tipo que había pasado 20 años en la cárcel por asesinar a un policía y estaba vetado en los estadios. El capo vio en Ciccio, que ya daba muestras de su habilidad gestionando entradas, a una mano derecha ideal. Pero los negocios de los ultras, en pleno auge cuando la Juve cambiaba de estadio y tenía que llevarse bien con ellos para evitar incidentes en un nuevo espacio concebido para el ocio en familia, terminó llamando la atención del crimen organizado. En este caso, según la fiscalía, fue una facción del clan Pesce-Bellocco de la ‘Ndrangheta, afincada en el norte de Italia y controlada por Saverio Dominello y su hijo, Rocco.

La idea consistió en formar un nuevo grupo ultra que se llamaría Gobbi y se repartiría las ganancias con las otras cuatro asociaciones. “Si la tarta es redonda, haremos cinco partes”, lanzó Dominello, según constra en la trasncripción de las escuchas. La investigación policial y el sumario recogen cómo su incorporación fue aprobada por el resto, incluido el gran capo de los Drugos. El 21 de abril de 2013, en ocasión de un Juve-Milan, se produjo la puesta de largo en el estadio con una gran pancarta y su nombre en ella. A partir de aquí, Dominello comenzó a establecer lazos personales con el jefe de seguridad del estadio, Alessandro D’Angelo (también llamado a declarar), e incluso algún contacto con el entrenador de la época -según el informe policial-, Antonio Conte.

 

La Juve, que ha rechazado comentar nada a este periódico sobre el asunto, necesitaba un enlace para mediar en las gradas y contrató a Ciccio, que ya jugaba a dos bandas con los servicios secretos y los ultras. Trabajar para el club de sus sueños, donde ya empezaba a ser alguien muy querido -en las escuchas el jefe de seguridad y el administrador general sollozaban y se lamentaban por «haberle traído al club» al conocer su muerte-, era la oportunidad de su vida y pensó que podría apartarse del resto de ocupaciones. Pero empezó a circular el rumor de que era un infiltrado. Como explicó The Guardian, incluso llegó a recibir una paliza y a apartarse un tiempo del ambiente.

Pero el 1 de julio de del año pasado, Rocco Dominello y su hijo fueron encarcelados por actividades mafiosas y Bucci tuvo que declarar en la fiscalía. Estaba nervioso. Llamó a varios contactos antes y después. También a su hijo, que no entendía nada. “Te he jodido, lo siento, te he jodido…”, le dijo al jefe de seguridad del club. La mañana siguiente, también telefoneó a su exesposa, le dijo que estaba muy paranoico. Sobre las 12.00 se acercó al puente, y según unos operarios, se lanzó al vacío. “Estaba aterrorizado, pensaba que lo iba a matar por haberse fiado de la persona equivocada”, señaló D’Alessandro en una de las interceptaciones. “Se lanzó para proteger al hijo”, insistía.

 

Nadie sabe qué sucedió los días antes que apareciese muerto. Las amenazas que recibió pertenecen a la zona oscura de un caso que su exesposa ha pedido que se reabra por las múltiples lagunas que presenta. Hay muchos elementos que no cuadran: sangre en el rostro, moratones, la desaparición de un bolso de mano que siempre llevaba con él. Lo único claro hasta ahora es que a Raffaello Bucci lo engulló la cloaca del fútbol.

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