El éxodo de los gays rusos: «Las agresiones son constantes. Me rompieron una pierna»

| 21 junio, 2023

El Mundo.- Detrás de las frías cifras, detrás de esas caras que llegan asustadas al aeropuerto de Barajas, detrás de esos cuerpos que a duras penas alcanzan las fronteras tras días de peregrinaje, se esconden sueños rotos, vidas ahogadas, jóvenes que buscan un nuevo futuro en España.

Son historias como las de Daniil Maiakov y Dmitrii Babkin, que se cansaron de sufrir agresiones en Rusia por ser gays; o la de Zindy Colmenares, que se hartó de las amenazas que padecía en su país o la de Yennifer Peña, agotada tras negarle a su hija todas las oportunidades.

Los cuatro son exiliados acogidos por la ONG Rescate, que ayer organizó una jornada de puertas abiertas con motivo del Día Internacional del Refugiado.

Tras el boom y la oleada de solidaridad que se desató hace poco más de un año con la llegada de ucranianos, las aguas han vuelto a su cauce. Desde la ONG Rescate lamentan que la agilidad con los papeles para los ucranianos -a los que Europa concedió una protección temporal durante tres años- no se haya extendido a otras nacionalidades.

«En ocasiones la cita para tramitar su solicitud de asilo tarda seis meses, durante los cuales las personas permanecen en un limbo. Los españoles empatizaron con los ucranianos, pero tenemos muchos refugiados de otras nacionalidades como Afganistán, Colombia, Venezuela, Perú… El trayecto que recorren es muy difícil», explica Carlos Echánove, director de esta ONG.

Creada por Albert Einstein en 1933 para apoyar a los europeos que escapaban de la amenaza de los nazis, la organización se financia con las aportaciones privadas de los socios y las subvenciones públicas.

Precisamente, la actividad de ayer pretendía simular los pasos que tiene que dar un refugiado desde que pisa nuestro país hasta que regulariza su situación, un calvario que se puede prolongar durante dos años. Por ejemplo, se recreó esa primera entrevista que el solicitante de asilo mantiene con la policía, un momento de gran tensión, ya que muchos de ellos no hablan ni entienden el idioma español y los agentes suelen plantear preguntas incómodas.

ASISTENCIA JURÍDICA

Por todo ello, la ONG ofrece a los solicitantes de asilo asistencia jurídica y psicológica, mediación social, clases de español y asesoramiento con la vivienda y el empleo hasta que consiguen su autonomía, que es lo que se persigue.

El requisito para lograr la condición de refugiado o tener derecho a la protección subsidiaria es que la persona acredite que ha sido perseguida en su país por motivos de raza, religión, nacionalidad o por su orientación sexual.

Ése es el caso de Daniil Maiakov, de 23 años, y de su pareja, Dmitrii Babkin, de 33 años, que han tenido que salir huyendo de Rusia ante el aumento de las agresiones al colectivo LGTBI.

En la sede de la ONG, relatan el infierno que han vivido, con la ayuda de una traductora que hace de intérprete a través del teléfono móvil: «Nos cogieron en la calle, nos pegaron y nos tiraron al suelo. Me rompieron una pierna y ya he sufrido dos operaciones quirúrgicas», relata Babkin.

A su lado, Maiakov insiste en que el hostigamiento hacia los gays en la Rusia de Vladimir Putin es cada día mayor: «No podíamos ni alquilar una casa porque teníamos problemas con los vecinos. Las leyes que aprueban son cada vez más restrictivas y homófobas y ahora quieren crear clínicas para curar a los homosexuales, como si se tratara de una enfermedad», se queja Maiakov.

En esta pequeña Torre de Babel, que es la ONG Rescate, también se encuentra Zindy Colmenares, venezolana de 37 años. Tenía un buen puesto en la Alcaldía de Araure en el estado venezolano de Portuguesa, pero la falta de libertad en su país iba en aumento.

Todas sus alarmas saltaron cuando una compañera suya fue asesinada al descubrir que el alcalde estaba desviando los recursos que se dedicaban a la comida. Entonces, renunció a su cargo y decidió venirse a Madrid a empezar una segunda vida.

Yennifer Peña es otra de las venezolanas acogidas en la capital por esta ONG, que cuenta con una residencia y 35 pisos, con un total de 180 plazas para los refugiados. En su país ya no se puede pasear tranquilamente ni sacar el teléfono móvil en el Metro.

«Los niños tampoco pueden jugar al balón en la calle. Ya ni siquiera pasan las patrullas policiales», se lamenta. Tenía tres trabajos para subsistir, pero, pese a su enorme esfuerzo, no podía pagar el alquiler.

Esta expatriada declara que el proceso de emigrar ha sido duro, pero muy positivo y valora que en este país se sigan respetando las leyes. «España me ha abierto sus puertas de una manera amigable. Yo no deseo ser una carga sino servir a este país y aprender de él», afirma.

Peña vive en una residencia de la ONG en Arturo Soria y sólo tiene palabras de agradecimiento: «Han sido ángeles en mi vida y en la de mi hija. No sólo te dan alojamiento y comida, sino que te escuchan, te asisten psicológicamente y te ayudan a escolarizar a los niños. Se esfuerzan en sacarnos una sonrisa. Han sido un trampolín en los momentos difíciles»,

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