Las últimas marchas xenófobas reactivan a grupúsculos y partidos ultras
17/09/2018 La Vanguardia.- En un momento de la manifestación del pasado domingo 9 de septiembre en la ciudad alemana de Köthen, convocada por la muerte de un joven alemán tras un altercado con dos coetáneos afganos, tomó la palabra David Köckert, líder del grupúsculo ultra Thügida. “Es una guerra. Lo que pasa aquí es una guerra racial contra el pueblo alemán –arengó Köckert–. ¿Queremos seguir siendo ovejas, o queremos convertirnos en lobos y destrozarles?”
En Köthen, localidad de 26.000 habitantes en el land de Sajonia-Anhalt, participaron en esa manifestación unas 2.500 personas, de las cuales entre 400 y 500 eran extremistas de ultraderecha, según el responsable de Interior del land, Holger Stahlknecht. En vídeos se veía a filas de hombres marchando por las calles, y se les oía corear el lema: “Nationalsozialismus! Jetzt, jetzt, jetz!”(¡Nacionalsocialismo, ahora, ahora, ahora!). Esos cánticos neonazis activaron todas las alarmas en el Gobierno y en la sociedad.
El alcalde, el socialdemócrata Bernd Hauschild, había desaconsejado a los vecinos ir a la concentración, alertando de que, según sus informaciones, “grupos violentos de fuera de Köthen están llegando en gran número”. La marcha había sido convocada por un minúsculo partido de la zona, Die Rechte, y neonazis de las proximidades, como David Köckert y los suyos, acudieron en tromba. Suelen movilizarse muy deprisa.
Algo similar, aunque con cifras de asistencia más grandes y con más actores involucrados, sucedió dos semanas antes en Chemnitz, ciudad de 245.000 habitantes en el land de Sajonia, fronterizo con el de Sajonia-Anhalt. El acuchillamiento mortal de un alemán por un sirio y un iraquí el domingo 26 de agosto desencadenó manifestaciones que derivaron en disturbios. En la primera, orquestada ese mismo día velozmente por grupos neonazis vía redes sociales, participaron unas 800 personas, y hubo acoso a extranjeros en las calles.
Al día siguiente, el partido ultra local Pro Chemnitz –que tiene representación en el Ayuntamiento– convocó una marcha a la que acudieron 6.000 manifestantes: muchos eran vecinos del lugar, gentes atemorizadas por la inmigración y la seguridad ciudadana, pero otros llegaron de otros lugares, según aseguró el responsable de Interior de Sajonia, Roland Wöller. Hubo disturbios ante agentes de policía claramente sobrepasados, y algunos hombres hicieron el saludo hitleriano, que en Alemania está prohibido. Los había del lugar, pero también algunos llegados de fuera.
Esas imágenes dieron la vuelta al mundo y horrorizaron a la canciller democristiana Angela Merkel. También pusieron sobre aviso al partido ultraderechista de ámbito federal Alternativa para Alemania (AfD), que practica un duro discurso antiinmigración, pero que, consciente de la mala imagen de los neonazis, convocó una “marcha de duelo” en Chemnitz el sábado 1 de septiembre por “todos los fallecidos a causa de la multiculturalidad obligatoria en Alemania” y llamó a acudir con ropa negra y rosas blancas. Se sumó desde su feudo de Dresde el movimiento islamófobo Pegida (Europeos Patrióticos contra la Islamización de Occidente). Acudieron 4.500 personas, y no hubo simbología neonazi ni incidentes de gravedad, a pesar de que coincidía con una contramarcha de partidos y entidades cívicas en defensa de la diversidad, que tuvo 4.000 seguidores.
Más pegados al territorio que la ultraderechista AfD –que por sus 92 escaños en el Bundestag se ve impelida a guardar más las formas, y que criticó los saludos hitlerianos–, los neonazis de a pie aprovechan ahora para sintonizar con los miedos migratorios de una parte de la población. Desde que la canciller Merkel abrió las fronteras a los refugiados hace ahora tres años, y pese a la reducción de las llegadas y al aumento de las deportaciones, residen en Alemania –que suma 82,8 millones de habitantes– unos 1,6 millones de solicitantes de asilo y refugiados.
“Hay en nuestro país una pequeña franja de extrema derecha que utiliza todos los pretextos para exportar a la calle sus sueños de violencia y de ambiente de guerra civil”, declaró el diputado socialdemócrata Burkhard Lischka al diario Rheinische Post. Ocurre sobre todo en ciudades pequeñas y medianas de los länder de la antigua RDA comunista como Sajonia o Sajonia-Anhalt, pero ha pasado también en el land occidental de Renania del Norte-Westfalia.
Según datos de diciembre del 2016 (últimos disponibles) de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV, los servicios secretos de Interior), unos 23.100 alemanes se mueven en el espectro ideológico neonazi, y de ellos 12.100 son considerados violentos por la policía. El espectro, muy activo en los años noventa como en los tristemente recordados asaltos racistas a albergues en Rostock (land de Mecklemburgo-Antepomerania), o en los aniversarios del bombardeo aliado de Dresde, resiste al paso del tiempo.
Las cifras de neonazis estimadas por la BfV –que monitoriza también a los extremistas de izquierdas y los islamistas radicales– se mantienen relativamente estables, con una leve tendencia al alza. En el año 2011 los neonazis eran 22.400; en el 2014, se computaron menos, 21.000; y en el 2015 recuperaron posiciones, con 22.600, hasta la cifra más reciente, que los sitúa en los citados 23.100.
Parte de ese personal se apuntó con entusiasmo a las manifestaciones de Chemnitz y Köthen, convocadas por la ultraderecha local o por la federal AfD. “En Chemnitz se produjo una mezcla de gamberros, neonazis, seguidores de la AfD y gente de Pegida; las violencias mostraron que, aunque son distintos grupos, de alguna manera comparten un sentimiento extremadamente hostil hacia los refugiados”, sostiene Anetta Kahane, presidenta de la Fundación Amadeu Antonio, así llamada en recuerdo de un inmigrante angoleño asesinado por neonazis en 1990.
Pero la multitud en Chemnitz era heterogénea, pues junto a los extremistas violentos, “había también muchas personas de clase media, que no son violentas pero que al menos parcialmente expresan actitudes que claramente deben clasificarse como de ultraderecha”, señala Eric Linhart, politólogo de la Universidad Técnica de Chemnitz. “Llama la atención que estas personas no parecen poner objeción a estar en una manifestación junto a neonazis violentos”, dice Linhart.
Compuesto abrumadoramente por hombres jóvenes o de mediana edad, el magma neonazi tiene su propia variedad. De hecho, algunos de sus miembros pertenecen a más de una categoría, entre consumidores de subcultura de extrema derecha (música, páginas web y Facebook, fanzines, ropa y calzado); neonazis vinculados a Kameradschaften (grupos informales de camaradas); miembros de otras organizaciones de extrema derecha como los Reichsbürger (literalmente “ciudadanos del Reich”, que consideran ilegítima la República Federal y se reclaman o seguidores del imperio alemán unificado por Bismarck o seguidores del III Reich de Hitler); y también afiliados a pequeños partidos políticos que la BfV cataloga como de extrema derecha.
De los 6.550 alemanes afiliados a partidos de ese tenor, la mayoría (5.000) están en el NPD (Partido Nacionaldemocrático de Alemania), que lidera Frank Franz. Le sigue en número (con 700 afiliados) Die Rechte, el convocante de las marchas de Köthen. Sea como fuere, la extrema derecha más dura de Alemania siente que ha llegado el momento de tomar la calle.