El partido ultraderechista ha cosechado un 13% de los votos en las elecciones alemanas y ha logrado situarse como tercera fuerza en el Bundestag.AfD es capaz de «capitalizar el descontento social a partir de discursos xenófobos y apelando al miedo», opina Franco Delle Donne, autor del libro Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania
SABELA RODRÍGUEL ÁLVAREZ. INFOLIBRE.-Los resultados de los comicios alemanes celebrados este domingo han hecho saltar todas las alarmas: la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha conseguido entrar en el Parlamento con paso firme, después de haber cosechado el 13% de los votos. Se trata de la primera vez que un partido de corte marcadamente ultraderechista se abre paso en el Bundestag desde 1961.
El fenómeno se construye sobre todo un conjunto de complejidades que se alimentan de contextos muy determinados, públicos heterogéneos y, como clima que lo envuelve todo, el descontento general que ha empañado a gran parte de la sociedad alemana. Así al menos lo analiza Franco Delle Donne, uno de los dos autores del libro Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania (Libros.com, 2017). El escritor, consultor en comunicación en el Parlamento de Berlín, analiza en esta entrevista con infoLibre alguna de las claves del crecimiento y éxito de AfD.
PREGUNTA: ¿Era previsible el resultada que ha obtenido la AfD?
RESPUESTA: Era esperable que tuviera dos dígitos, tal vez está un poco más arriba de lo que decían las encuestas, pero tampoco es sorprendente. Era esperable porque el resultado en términos de quién salía primero estaba definido desde hacía tiempo, iba a ganar Angela Merkel. En este sentido ha habido una desmovilización del electorado que se inclinaba por Merkel en su momento, y por eso también tuvo esta pérdida de dos o tres puntos que se fueron para AfD, que obtuvo un millón de votos procedentes de personas que habían votado en algún momento al partido de Merkel, lo que en el electorado de AfD significó un 20% del total. Viniendo del partido conservador, es una señal para todos los partidos tradicionales de que algo está funcionando mal, al menos para una porción de la población alemana que siente que no se perciben sus problemas, sus intereses, sus demandas. Hacía falta dar un mensaje de enfado y AfD ha acabado triplicando casi el resultado de 2013.
P: Merkel ha prometido escuchar las inquietudes de esos votantes, y por otra parte del líder de la CSU ha dicho que se ha dejado «abierto el flanco derecho». De hecho, el lema electoral de la CDU era «el centro». En este sentido, ¿cree que la CDU puede derechizarse?
R: La CDU en muchos puntos ya estaba derechizada, incluso antes de que aparezca AfD o de que tuviera la fuerza que tiene ahora. Lo que está claro es que siempre jugaron a este juego de estar a la derecha del flanco político y de pronto apareció competencia, y están nerviosos porque perdieron muchos votos en Baviera. Eso hay que tratar de entenderlo en términos de contexto, porque una de las cosas más relevantes es lo que sucede a nivel regional, y hay elecciones en apenas un año. Entonces ellos están pensando en clave de lo que va a suceder ahora en su propio lado, donde tienen siempre la aspiración de ser la primera fuerza y conseguir mayoría absoluta. Ahora ven una amenaza.
P: La AfD es un partido con bastantes problemas internos. Hoy mismo, una de sus líderes, Frauke Petry, ha dicho que renuncia a compartir grupo parlamentario con la formación. ¿En qué medida puede afectar este asunto al futuro del partido?
R: Esto es muestra de algo que ya se sabía, y es que es un partido muy fragmentado por dentro. Hay como mínimo tres facciones, y no conviven en armonía, ni mucho menos. Esto lo que dice son dos cosas: que el partido está fragmentado por dentro, pero que pese a eso el partido puede tener éxito. Y eso lo que significa es que el partido funciona con una lógica distinta a la de los partidos políticos tradicionales alemanes. No necesitan tener una unidad y un liderazgo consecuente, sino que es un partido que funciona a partir de variables externas, como el descontento social y la capacidad de capitalizarlo a partir de discursos xenófobos, pero también apelando al miedo, o discutir temas que el resto de los partidos no quieren poner en la agenda porque son incómodos, como el tema del terrorismo. A partir de ahí logran un calado muy importante porque capitalizan este enfado que hay con la política tradicional. Ellos nunca necesitaron, y no creo que nunca vayan a necesitar, armonía interna. Obviamente, si eso se lleva al extremo, el partido puede sufrir y terminar mal. Pero en principio así como están funcionan, y no es un partido que dependa de una persona, no hay un Le Pen o un Trump, hay un liderazgo heterogéneo, multiusos, que va cambiando en función de lo que hace falta, y si alguno asoma demasiado la cabeza, se la cortan.
P: Si uno de los sectores del partido son los neonazis, ¿qué fuerza se puede decir que tienen dentro de AfD?
R: Hay determinados grupos que se pueden calificar de esa forma. De todos modos, para los medios es mucho más vendible decir que los neonazis llegan al poder, pero sería perderse mucha parte del fenómeno. Hay una facción que llamamos etno-nacionalista, que es la más cercana a este grupo, y tiene un poder importante pero al mismo tiempo sabe que tiene limitaciones. Demostrarse demasiado radical asusta, incluso a los votantes del partido, por eso tienen una especie de freno de mano puesto mediante el cual de vez en cuando usan la provocación estratégica para llamar la atención o decir algo en algún momento determinado. Enseguida cuando se les llama neonazis ellos lo transforman, lo reenmarcan y logran victimizarse. «Nos dicen neonazis porque no quieren escuchar los problemas que tiene la gente». Esto lo han utilizado muy bien y les funciona muy bien, y en estos cuatro años lo van a seguir usando.
P: Usted habla de un partido euroescéptico y liberal en lo económico, capaz de aprovechar el contexto inmediato. Pero también menciona que en Alemania han existido más formaciones similares, que no han logrado estabilizarse. ¿Qué diferencia a AfD?
R: La principal diferencia es el contexto, o los contextos. Y en términos de contexto, lo primero es que determinados temas fueron muy aprovechados con un timing muy bueno. Por ejemplo la crisis del euro, que coincidió con la elección federal de hace cuatro años. Justo después aparecieron determinadas cuestiones que tienen que ver con los refugiados y ahí se dan una serie de elecciones regionales en territorios importantes, como el sur, algunas del este, Berlín… Eso hace que AfD lo pueda aprovechar electoralmente y demostrar poder, y el poder siempre genera adicción. Además demostraba que no era un partido testimonial porque de 2014 hasta ahora se celebraron trece elecciones regionales y el partido llegó a ingresar en todos esos parlamentos, llegando a superar en algunos el 20%. Aprovechar bien el contexto y aprovechar que encajaba en época de campaña electoral. Pero también el otro punto a nivel contexto que no tuvieron los demás es el escenario 2.0, la existencia de las redes sociales, que le dieron vuelo propio a una serie de militantes que se pudieron aprovechar del anonimato, de que pueden escribir cualquier cosa rompiendo lo políticamente correcto. Esta comunicación se multiplicaba en la medida en que se retroalimentaba porque estos grupos se siguen a sí mismos y se genera una suerte de campo endógeno donde todo el mundo recibe las mismas noticias todo el tiempo y crea la sensación de una masa crítica, pero al mismo tiempo no hay ningún discurso que ponga en duda las informaciones que circulan ahí, como «más extranjeros, más criminalidad». Ese tipo de datos circulan en las redes y se hacen virales muy rápido, generando no sólo un argumentario potente para esta gente y un convencimiento de que están en lo correcto sino también vuelo propio al partido en estos círculos. Ese contexto 2.0 no existía cuando aparecen esas otras propuestas políticas similares del pasado, y AfD lo aprovechó muy bien.
P: En el libro establece cuatro públicos entre los votantes de AfD: el de extrema derecha, el euroescéptico, el anti-Merkel y el vulnerable. Entre todos ellos, dice, puede coincidir un conservador exvotante de la CDU con un obrero nostálgico de la RDA. ¿A qué se debe esta heterogeneidad? ¿Se produce también en los partidos tradicionales?
R: Es algo que se está moviendo en el partido y que nos obliga a dejar de utilizar el eje izquierda-derecha para entender este fenómeno político. Si piensas en esas categorías ideológicas típicas, que están muy bien para explicar determinadas cosas, en este caso no vas a entender por qué AfD sacó el 13% y por qué al mismo tiempo que es votada en el este por gente de sectores más vulnerables, es también votada en el sur rico, con un desempleo de menos del 2%. El tema de AfD es que tiene un discurso muy maleable y muy flexible que apela al descontento, y el descontento tiene su anclaje en diferentes puntos. Para el votante vulnerable del este tiene que ver con una sensación de ser los grandes perdedores de la reunificación, por consiguiente también de la globalización. Y al mismo tiempo en el sur hay otro tipo de descontento que tiene que ver con el miedo a perder lo que se tiene, por una cuestión de que la crisis económica de la UE genere problemas para las inversiones, pero ahí también encajó un discurso mucho más nacionalista, donde entra en juego el tema del miedo, de la inseguridad, respecto al terrorismo internacional, y ahí entra en juego otro mensaje, otro frame que tiene que ver con la guerra de culturas. Ahí la cuña no tiene en cuenta el tema de las clases sociales porque se está hablando de la identidad nacional, un tema que a Alemania se le ha negado por una cuestión histórica, porque era siempre emparentado con el nacionalsocialismo. Esto es algo que a Alemania se le debe y que AfD logró utilizar para su propia agenda.
P: Dice que sin la ayuda de los políticos, de los medios y de los analistas que subestimaron el fenómeno, que se burlaron de él, AfD no hubiera sido posible. Ahora que ya ha demostrado estar presente en el marco político, ¿cuál debe ser la respuesta por parte de los partidos políticos?
R: Lo más importante es que los partidos políticos entiendan que tienen que recuperar la capacidad de volver a marcar la agenda, que es lo que ha hecho la AfD en los últimos años. Pensar cuáles son los problemas que le pueden dar un perfil al partido, mencionar el discurso político y trabajar en ese sentido y no constantemente preocupándose de las provocaciones de la AfD, porque eso no lleva a ningún lado, sólo les da más campo para seguir hablando. Si hay discusiones en la sociedad sobre las subvenciones, la pobreza, el empleo precario, los partidos tienen que centrarse en esas cuestiones. Eso es fundamental.
R: Parece previsible que se forme un «cordón sanitario» alrededor de la AfD. ¿Cree que es una buena estrategia para combatirlos o puede reforzar su victimismo?
P: Exactamente lo segundo. Si le preguntas a AfD qué es lo que quieren que pase el día que se sienten todos en el Bundestag van a decir «que nos hagan un cordón sanitario», porque eso es lo mejor que les puede pasar, ahí lograrían de vuelta legitimar el discurso de que no hay tolerancia hacia ellos, de que es el único partido que se enfrenta al cartel de partidos tradicionales, y que ese cartel trabaja junto para que la población alemana, al menos la que le vota a ellos, lo siga pasando mal. Sería el primer error que podrían cometer los partidos políticos tradicionales en esta nueva Alemania.
R: Y en esa nueva Alemania, ¿qué poder tendrá la AfD en la toma de decisiones y en la relación con otras fuerzas políticas?
R: Va a tener capacidad de marcar agenda, que es ya lo que vino haciendo, y va a trabajar mucho en ese sentido de intentar copar la centralidad política para estar siempre diciéndole al resto de partidos y a la sociedad de qué tienen que hablar y cómo tienen que hablar.
P: ¿El evidente éxito de AfD se reproduce en otros países europeos con partidos similares?
R: Ya existe, y de hecho Alemania es de los últimos países que incorpora a su paisaje político parlamentario un partido de esta corte. Sería como una suerte de normalización, porque todos los países europeos tienen un diez o quince por ciento de gente que está de acuerdo con este tipo de ideas. Ahora efectivamente Alemania lo blanquea, y en ese sentido no creo que sea algo que se contagia, sino que ya existe en Europa.