Miriam Toews, criada en la comunidad ultrareligiosa, recrea las violaciones masivas de la comunidad en Bolivia
MANUEL LLORENTE. EL MUNDO.- Entre 2005 y 2009, 100 mujeres y niñas fueron violadas en la colonia menonita de Manitoba (Bolivia) por hombres y muchachos de la misma comunidad, a menudo familiares suyos. «Se levantaban por las mañanas doloridas y con sensación de modorra, con sus cuerpos amoratados y sangrantes», explica en el prólogo de Ellas hablan (Sexto Piso) la autora, Miriam Toews (Steinbach, Canadá, 1964), antigua menonita, escritora de nueve libros y protagonista de una película (Luz silenciosa, premiada en Cannes en 2007) que retratan la vida dentro de al comunidad.
Ellas hablan recrea fríamente (dentro de lo posible) aquel horror que se vivió en esa comunidad de 2.000 personas que seguían la doctrina anabaptista fundada en el siglo XVI en Suiza. El punto de partida son las actas de dos asambleas celebradas en 2009 en las que varias mujeres debatieron «no hacer nada, quedarse y luchar o irse». Ninguna de ellas sabía leer, así que recurrieron al maestro de esa sociedad, un marginado que había sido excomulgado cuando tenía 12 años por el obispo Peters el Viejo, con el que tenía un raro parecido físico. El muchacho había huido a Inglaterra, donde anduvo dando tumbos y fue encarcelado. Regresó a Manitoba y fue aceptado a regañadientes.
Pero las que importan en Ellas hablan son las mujeres menonitas, que eran anestesiadas utilizando un espray que se usaba boliviano para los animales de la granja. Con ese método se violó a hermanas, niñas, ancianas y a una disminuida psíquica, según informó la agencia Efe en julio de 2009. «Ciertos miembros de la comunidad eran de la opinión de que o Dios o Satán estaban castigando a las mujeres por sus pecados; un grupo muy numeroso las acusaron de mentir para la llamar la atención o encubrir sus adulterios», se dice en la novela.
En 2011 un tribunal boliviano condenó a ocho hombres a largas penas de prisión, pero no cundió el ejemplo. Dos años después, se denunciaron nuevas agresiones en Manitoba
Los menonitas son autárquicos, aplican sus propias leyes y viajan con carretas. Las mujeres tienen que ir vírgenes al matrimonio, siempre a los 15 años. No tienen luz eléctrica (usan quinqués) y la caña de las medias de ellas llegan hasta el dobladillo del vestido para que nada se vea.
Las mujeres menonitas viven en una candidez que sorprende. En sus asambleas se plantearon con desamparo si debían tomar alguna medida ante las reiteradas violaciones y una se ahorcó. «Si no perdonamos a los hombres o aceptamos sus disculpas, nos obligarán a abandonar la colonia y mediante esta excomunión perderemos el derecho a entrar en el Cielo», dice una mujer en una asamblea. Otra mujer le matizaba: «A las mujeres menonitas no nos está permitido ir al Cielo porque pertenecemos a la categoría de los animales».
Los menonitas hablan en plautdietsch, una mezcla de alemán, holandés, pomerano y friso de origen medieval. Utilizan bombas de agua y no admiten que las ruedas de las carretas sean de goma. «No es extraño que una familia tenga 15 hijos». se cosen los uniformes y cuidan mucho del rectángulo de tela reglamentario que ocultar los pechos.
El menonita repudiado (el hombre que ayuda en las reuniones de las mujeres y que es la voz que relata los acontecimientos) recuerda una frase de Montaigne que quizá sea la base de ese modo de vida: «Nada se cree con mayor firmeza que aquello que se conoce menos». En las asambleas secretas, celebradas en un pajar, las mujeres se plantean en voz alta si a escapar: «¿Dónde nos esconderemos?», pregunta una de ellas. ¿Con los caballos, el ganado, los críos y los pollos piando sin parar, y Grant [un deficiente] recitando números hasta el infinito?». Y si se escapan, debate que sustenta el libro, ¿qué sentirán cuando vean el mar?