El Mundo.- Un cartón y una pequeña manta son sus elementos esenciales, aunque también un vaso de alguna bebida que utilizan para pedir la colaboración de las personas que pasan frente a ellas. La mayoría sólo mueven el recipiente, que ya tiene moneditas. Hay quienes saludan, que incluso sonríen, pero algunas, a quienes aún les queda fuerza, gritan. Son diferentes las circunstancias que les hicieron llegar hasta este punto, pero hay algo común que anhelan todas ellas: volver a tener un techo, disfrutar junto a sus allegados y sentirse de nuevo seres humanos.
Éste es el sueño de Melisa, de 30 años, quien llegó a Madrid desde Turquía, junto a sus tres hijos, hace dos meses. Pensaba que aquí encontraría nuevas metas y oportunidades, pero de momento no ha tenido suerte… y no le queda de otra que pedir limosnas frente a la parroquia de San José, ubicada en la bifurcación entre Alcalá y Gran Vía.
A sus tres retoños, cuenta a este diario, consiguió garantizarles una mejor vida dejándoles en casa de unos conocidos de su familia. «Ellos sí reciben ayudan como ropa y comida», dice, con la mirada puesta en el horizonte, ya que pensaba que esta situación no se prolongaría en el tiempo. Pero los días pasan y continúa sin encontrar trabajo.
Hay muchas historias como la de Melisa en Madrid, vidas truncadas que sobreviven en los aledaños de Gran Vía, Plaza Mayor, Príncipe Pío… Según los datos oficiales, el sinhogarismo femenino va en ascenso en España. La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) cifra en 28.552 el número de personas que se enfrentan a esta situación, de las que el 23,3% son mujeres. Solamente en Madrid existen unas 672 mujeres sin hogar.
Son varios los motivos que influyen para que una mujer termine en la calle, aunque, según el informe del INE, sobresalen la falta de acceso a una vivienda digna, la violencia de género, ser inmigrantes y la reciente pandemia del Covid-19.
«A VECES DUERMO CON DESCONOCIDOS»
Vanesa, de 46 años y oriunda de Venezuela, es otro ejemplo de ello. Lleva años en la capital y hasta la irrupción del coronavirus se ganaba la vida honradamente: trabajaba como empleada del hogar de una familia, cuidando a un anciano, pero en marzo de 2020 perdió su empleo. «No he vuelto a encontrar otro que sea estable, suelo cuidar niños una vez a la semana, pero los otros días salgo a la calle a pedir ayuda a la gente», relata, añadiendo que no tiene una residencia fija: «A veces duermo con algún amigo, otras con desconocidos… Si reúno algo de dinero me puedo permitir un hostal».
Vanesa asegura que nunca se imaginó tener que vivir de la caridad, y mucho menos ser «menospreciada y discriminada» por ello. Aunque en épocas de vacas flacas, deja caer, toca tragarse el orgullo y mostrarse agradecida «porque al menos como a diario».
La facilidad de palabra que tiene Vanesa brilla por su ausencia entre este tipo de mujeres. Algunas padecen severos problemas psicológicos y mentales que les dificultan mantener una conversación con terceros o evitar ser violentas. De hecho, desde este periódico se intentó hablar con algunas de ellas, misión que terminó siendo imposible ante la actitud hostil recibida. Muchas otras sólo hablaban en sus idiomas de origen.
A diferencia de los hombres, dentro del sinhogarismo femenino es habitual recurrir a estrategias de supervivencia como la prostitución o intercambio de compañía a cambio de alojamiento. Es por ello que muchas no llegan a denunciar las agresiones y violencias machistas recibidas con tal de no regresar a dormir en la calle.
Eso conllevaría, cuentan algunas de las entrevistadas, «deambular sola día y noche, soportar fríos y calores extremos, mucha hambre y depender única y exclusivamente de la colaboración de las personas». El sinhogarismo es la máxima expresión de exclusión social y las mujeres que pertenecen a este colectivo son doblemente estigmatizadas y victimizadas.
DEPRESIÓN Y ADICCIONES
Marián López, profesional que trabaja con mujeres en situación de vulnerabilidad, va más allá y explica a GRAN MADRID que algunas de ellas arrastran severos traumas y trastornos mentales como depresión, ansiedad o, incluso, adicciones a estupefacientes o al alcohol que se agravan cuando se formaliza su situación de sinhogarismo, pero que es la forma con la que ellas afrontan la dura realidad que les toca vivir.
Según el INE, casi el 40% de las personas que pertenecen a este colectivo cuenta con alguna enfermedad crónica, siendo las mujeres las más damnificadas. Es el trastorno mental la afección más frecuente, afectando al 9,4% de las personas sin hogar. Además, el 59,6% presenta algún síntoma depresivo, cifra que asciende al 67,8% en las mujeres. Estos números son significativamente más elevados que los de la población general residente en hogares, el cual se sitúa en 12,6%, y en el caso de las mujeres asciende al 16,6%.
Tal es el caso de Paula, de 51 años, que tras perder a dos hermanos y a una hija cayó en una profunda depresión e incluso en dos ocasiones intentó quitarse la vida. «Mi hijo se fue a vivir a Barcelona por trabajo y me quedé sola en Madrid. Me empecé a sentir cada vez más y más sola… y entré en una depresión horrorosa, estaba totalmente desconectada de la realidad, de la vida misma…».
Su salud menguaba como su dinero, y hubo un punto en el que no le alcanzaba ni para comprar comida. Deambulaba día y noche por las calles de la capital hasta que fue acogida por el Samur Social. Más tarde fue internada en un hospital tras sufrir un preinfarto y después se la derivó a un programa exclusivo para mujeres.
Al menos Paula se siente afortunada de no haber sufrido violencia física y sexual, una de las mayores preocupaciones que afronta este colectivo, según datos de la Federación de Asociaciones y Centros de Ayuda a Marginados (Faciam), desde donde aseguran que las mujeres corren doble riesgo de sufrir estos episodios estando en situación de calle.
RECURSOS PÚBLICOS
Bien lo sabe Karen, hondureña de 24 años, que llegó a Madrid en busca de un mejor futuro, pero nunca se imaginó que terminaría dependiendo de estos recursos para mujeres sin hogar que ofrece el Ayuntamiento de Madrid.
«Sufrí de violencia física y sexual el agosto pasado… Y me vine abajo. No tenía familia, me sentía sola. Aun así llamé a la Policía y lo denuncié en el instante», recuerda. Karen experimentó aquellos ataques mientras pernoctaba con un conocido, lo que le hizo volver a la calle. El miedo le hizo cobijarse 15 días en la T4 del aeropuerto de Barajas, donde fue encontrada por el Samur Social y, finalmente, derivada al programa No Second Night, donde actualmente se encuentra viviendo y recibiendo ayuda psicológica.
Ella y sus compañeras de centro buscan sanar sus heridas, olvidar tragedias del pasado y comenzar de cero. Pero no es fácil. La violencia de género deja huella, y así lo cuenta Evelyn, también hondureña de 29 años, que desde hace tres meses es beneficiaria del citado programa para mujeres. «En mi país no es fácil encontrar trabajo… Hay mucha delincuencia, mucho crimen organizado. Matan demasiado a las mujeres», lamenta. Evelyn llegó a España y empezó a trabajar cuidando a una persona mayor, pero en la casa donde trabajaba, denuncia, sufrió maltrato y acoso. «Hasta que no me rescató el Samur no pude sentir que realmente descansé del todo», recuerda.
Los resultados del Informe IX Recuento de Personas sin Hogar en Madrid, de 2018, reflejan que el 61,1% de las personas que se encuentran sin un techo son de origen extranjero y que la edad media se sitúa en los 41,1 años… Aunque han llegado a encontrar a personas de 80 años. Han pasado cinco años ya, pero casi nada ha cambiado, tal y como asegura Yolanda García, jefa de Departamento de Prevención del Sinhogarismo y Atención a Personas Sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid.
Según manifiesta García, en la capital las ciudadanas extranjeras son las que sufren un mayor grado de vulnerabilidad al contar con mayores dificultades para acceder a un empleo: «Si lo hacen son trabajos muy inestables, mal remunerados y, por tanto, muchas no pueden pagar una vivienda o una habitación».
Sostiene además que la reciente pandemia del Covid-19 ha agudizado el sinhogarismo femenino, debido a que muchas mujeres, sobre todo jóvenes, que se encontraban trabajando en el servicio doméstico, al cuidado de adultos mayores o como internas, perdieron sus puestos laborales y pasaron a formar parte de la población en situación de vulnerabilidad.
Por su parte, Susana Quiroga, coordinadora del programa No Second Night, enfatiza que de unos años a esta parte ha cambiado el concepto de lo que es una persona sin hogar. «Trasciende más allá de pernoctar en la vía pública, incluye una vivienda insegura, inadecuada», subraya, agregando que se han dado cuenta de que hay «muchísimas» mujeres en infraviviendas donde reciben maltrato, abusos o son obligadas a prostituirse: «Antes de llegar a la calle, una mujer hace lo que sea. En ese punto también las consideramos personas sin hogar. Tenemos que llegar a ellas para evitar que desemboquen en situaciones de total vulnerabilidad, pero no es fácil… Están en clubs, viviendo con familiares que abusan de ellas, explotadas sexualmente, explotadas económicamente, hacinadas…».
Quiroga hace hincapié en que es fundamental una detección y atención temprana del sinhogarismo para que las usuarias puedan recuperar su autonomía lo antes posible. No obstante, destaca que no existe un tiempo determinado en las que ellas deban abandonar los recursos del Ayuntamiento, no las fuerzan a salir, ya que entienden que cada una de ellas tiene un proceso diferente, aunque ha resaltado que ese proceso es mucho más rápido si ellas están rodeadas de otras mujeres.
«Hay mujeres que vienen muy rotas por muchas circunstancias que han vivido, como maltratos, experiencias traumáticas en la infancia, de abusos sexuales, de abandono de padres… Aquellas que presentan daños a niveles más elevados son las que requieren un acompañamiento más intenso porque además de salir de la calle, también necesitan recuperarse para reemprender su vida», puntualiza Quiroga, que lanza un último mensaje de esperanza.
Hasta finales del año pasado, un total de 116 mujeres formaron parte del programa No Second Night. De ellas, 67 lograron salir del mencionado recurso, de las que 34 son en la actualidad totalmente autónomas: «Esto demuestra que es posible salir del sinhogarismo si los recursos se adecuan a las necesidades que tienen ellas».